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No por mucho estudiar, se les quita lo villano

by Pilar Ramirez

El refraseo hubiera quedado mucho mejor “No por mucho estudiar, se les quita lo marrano”, porque así se entenderían más claramente muchas conductas violentas de hombres “leídos”, es decir, que han acudido a recintos universitarios.

La cobarde y violenta agresión hacia la maestra de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex) mientras impartía una clase en línea, que se pudo ver en las redes sociales gracias a que fue grabada por algunos de los alumnos, muestra dos caras de este tipo de violencia: El agresor y la víctima con estudios profesionales y su participación en estos ámbitos violentos.

El agresor de la profesora ya ha sido identificado gracias a que la maestra realizó la denuncia correspondiente, con el acompañamiento del abogado general de la UAEMex, pero sobre todo, a que colectivos feministas se dieron a la tarea de identificarlo. Se trata de un licenciado en Leyes y, se supone, pareja de la maestra, señalado como militante del Partido Acción Nacional.

El tema de los agresores “instruidos”, los hombres violentos y machistas que no han dedicado un minuto a la reflexión sobre la igualdad de derechos entre hombres y mujeres pese a haber obtenido un título universitario es una parte del problema. Junto con Octavio Alfonso “N”, el hombre que agrede físicamente a la maestra —pues antes de que fuera retirado el video de las redes se le ve tirándole del cabello y reclamándole por usar su computadora— está toda una legión de violentadores que no son acusados por diversas razones. La más común es la superioridad económica del agresor, aunque también está el cargo que ocupan, el status que significa ser su pareja, compartir hijos y otras.

Allí están los reproches que el senador Samuel García le hizo a su esposa para que dejara de mostrar las piernas; las acusaciones de violador contra Félix Salgado Macedonio que, en el fondo, está por quitarle la candidatura a gobernador; el exdirector del Fondo Monetario Internacional Dominique Strauss-Kahn después de ser acusado de agredir sexualmente a una camarera en Nueva York; el actor Hugh Grant detenido por contratar servicios sexuales; el muy flemático príncipe Carlos de Inglaterra, muy príncipe, bien educado y de sangre real pero infiel y cínico porque la existencia de una amante mientras estaba casado con Diana de Gales era secreto a voces en el mundo, no sólo entre la realeza y así podría seguir la lista para llenar un libro.

Lo que llenaría, no un libro, sino un directorio blanco de los impresos son los casos no conocidos de hombres con licenciatura, maestría o doctorado que también son violentos con sus parejas o con otras mujeres. La violencia que practican más a menudo es la psicológica con la infidelidad. Sólo que ellos, con un mejor léxico aprendido en sus estudios universitarios, le llaman “error”, “crisis”, “dejarse llevar” y esperan ser perdonados sin más. Son machistas con sus esposas o parejas y con las amantes. Ejercen violencia psicológica contra sus parejas o esposas porque no son capaces de asumir un compromiso que adquirieron o de enfrentar una separación para después continuar con su vida; con las amantes, por más que las traten como reinas, en realidad las usan como objetos, cuando no tienen la menor intención de dejar a la familia “estable”. Ya ni hablar de los que sostienen por largos años una doble vida con dos familias. En ambos casos, permanente o efímera la infidelidad significa violencia económica también, porque debe invertir en sus aspiraciones de conquistador. No faltan entre ellos médicos, abogados, ingenieros y egresados de muchas otras disciplinas, también de Ciencias Sociales, porque como bien decía en un meme “aunque el macho se vista de izquierda, macho se queda”.

Completan esta enorme lista los que, casados o en vida de pareja con mujeres profesionistas que trabajan, siguen dejando como responsabilidad de la mujer el cuidado de la casa y de los hijos. Entre ellos tampoco faltan los que agreden físicamente, pero aun los que “colaboran” y “reparten” las tareas, esperan que ellas determinen qué hacer, como si no tuvieran ojos para ver cuando un baño está sucio o una ventana o un piso necesitan lavarse. La separación de la ropa es todo un misterio para ellos, no saben qué hacer con cada tipo de ropa, aunque eso sí, la usen a diario. Deben creer que la despensa se llena por arte de magia, no saben si hay azúcar, café, mayonesa, jamón, fruta y otros artículos. Los menos peores son los que se ocupan de tareas domésticas, pero sólo si las mujeres las señalan porque las tareas de la casa son un asunto de categoría menor y no está en su radar de intereses. La doble o triple jornada, porque ahora es común que las mujeres tengan varios empleos para salir a flote, es una carga de enorme violencia contra muchas mujeres.

La otra cara de la moneda son las mujeres profesionistas que sufren violencia y no la denuncian. Una de las razones, quizá de las más importantes, es que además de la violencia que ejerce su agresor saben que serán juzgadas. “¿Cómo es posible que con sus estudios haya aguantado eso?”, “¿No sabe que hay leyes que la protegen?”, “¿De qué le sirve tener estudios universitarios si aguanta esos maltratos?” o “¿Si ella gana su propio dinero por qué soporta ese maltrato?”, como se pudo leer en las redes sociales o en las notas periodísticas que dieron a conocer el hecho reciente de la maestra de la UAEMex. Quienes tienen la tecla presta para este tipo de enjuiciamientos ignoran la espiral de amor-violencia que puede lograr un control enorme de mujeres con niveles altos de instrucción. El machista-violentador agrede y después jura que cambiará, que ama a su pareja, se disculpa de las maneras más sorprendentes y mantiene control. Alterna violencia con demostraciones de afecto para mostrar sus “buenas intenciones” de cambiar, pero la violencia generalmente permanece. Esa es la realidad de miles y miles de hogares.

Es quizá esto a lo que Rita Segato llama la programación neurobélica (que, de acuerdo con la autora actúa del mismo modo que la programación neurolingüística, como programas destinados a producir emociones, conductas y reacciones), un tipo de violencia y crueldad, abierta o soterrada pero constante, que tiene como finalidad anular el tejido que se forma con la solidaridad femenina para enfrentar a los ejecutores de las distintas formas de violencia,  ya sea en la prístina y dulce intimidad del hogar (la que pasa más desapercibida) o con la violencia abierta en familia o en la calle. De esta forma de normaliza la violencia y se vuelve más complejo luchar contra ella.

El sistema actúa a favor de esta violencia, ya que si al presentar una denuncia por violación o por la máxima violencia como es el feminicidio, el sistema echa a andar un engranaje que se mueve lento, tan lento que deja de ser una opción de justicia para las mujeres, ¿se imaginan que una mujer (de no ser por el video) llegara a un Ministerio Público a decir “mi marido me jaló los cabellos, me golpeó o me empujó porque le tomé su computadora”, “mi marido no se hace cargo de la limpieza de la casa y está ejerciendo violencia doméstica y psicológica” o “tengo dos hijos, tres trabajos y mi marido no se encarga de hacer la comida, ejerce una gran violencia porque tengo triple o cuádruple jornada de trabajo”?, seguramente las risas del M.P. se escucharían como a ocho cuadras a la redonda. Pero la violencia allí está. ¿Será que sólo nos conmueve si está grabada en video?

@pramirezmorales

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