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Monte Cielo, un sueño alcanzado

by Nora Guerrero

Edith se convirtió en mi hermana al poco tiempo de conocernos en mi natal Veracruz, donde fue a cursar el propedéutico -curso que la Universidad Veracruzana eliminó al poco tiempo-, pues estudiaría periodismo. Aunque no vivía en mi casa, ella adoptó a mi padre como su papi, pues extrañaba al suyo -y porque coincidían en fecha de nacimiento-. Desde entonces, nuestras familias se entrelazaron y nuestra hermandad se ha fortalecido a lo largo de las décadas.

Celebro todos sus logros, muchos de los cuales los tenía diseñados desde aquellos lejanos días. Uno de ellos, tener una casa de campo, rodeada de naturaleza, con vacas, palomas, gallinas y perros. ¡Y llevó su sueño a la realidad! Hace unos 20 años compró junto con su esposo un terreno de casi tres hectáreas, en el vecino municipio de Coacoatzintla. Una ladera desde donde Edi -como siempre la he llamado- comenzó a diseñar su propio paraíso. Acható y desbrozó el cerro, y para aprovecharlo al máximo, fue construyendo terrazas. En la parte más alta sembraron árboles frutales y construyeron un gran aljibe y otros tres para satisfacer las necesidades de todas las áreas. Construyeron provisionalmente una casa donde ahora vive la familia que cuida y da constante mantenimiento al rancho y unos años después, una casa majestuosa -¡de nueve recámaras!- donde hemos pasado noches de chicas con las amigas y otras con la familia.

Desde la entrada todo es subir. Escaleras laterales para acceder a las terrazas, al estacionamiento, a la alberca. Escaleras centrales que conducen a la mansión y desde cuya terraza se contempla el bucólico panorama. Cuesta abajo, todo es verde y florido. Montículos, montañas, árboles, arbustos, caminos de “ciento en uno”, de sábilas y bromelias. Setos de arrayanes, izotes de hasta cuatro metros de altura, mafafas entre las cuales brotan grandes ramos de ‘flor de mayo’, matas de café, macadamia y, entre todo este vergel, el espacio para la recreación de los chicos.             En un lateral, se construyeron los espaciosos gallineros, en la parte trasera, el sitio para los becerros y las vaquillas. Y alrededor de todo, plantas. Entre ellas observo Aves del paraíso, helechos, buganvilias en color fucsia, gardenias, tulipanes, orillas de camino de cunas de Moisés, orquídeas, flor de Mayo, rosas y jazmines.

En los amplios corredores se congregan familia y amistades para los convivios o simplemente para descansar y recibir el regalo del aire, de la puesta del sol, de la vista maravillosa y del aire limpio. Desde ahí se disfruta la presencia, la belleza y salud de las plantas y el alegre colorido de las flores. Mientras esto escribo, disfruto las bonanzas de la vida campestre y me dejo llevar por Edi que me muestra la extensa variedad de su propia composición florística, siempre con la ayuda de Mary, la mujer de campo que sabe lo mismo arar y sembrar la tierra, que cocinar. Mary y su esposo han sembrado una enorme cantidad de plantas de ornato y de árboles frutales: Mandarina, naranjo, manzana, pera y duraznos muy dulces que saboree esta tarde. No podían faltar las hierbas que le dan sabor al caldo: tomillo, orégano, laurel; las comestibles: berenjena, tomatitos y nopales y una que otra curativa como el sauco.

Aquel sueño de mi Edi, de tener un rancho para tener muchos animales, sembrar árboles, plantas y pasar las tardes de Octubre contemplando las luciérnagas, se ha cumplido. Siempre pensó que en ese idílico lugar, habría de programar talleres para niños y realizar actividades ecológicas y de sustentabilidad, pues su actividad dentro de la Universidad Veracruzana donde labora, ha sido siempre de contacto con la comunidad y aplicar educación para adultos a fin de mejorar estilos de vida…¡Enhorabuena, hermana! [email protected]

 

 

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