“Carta al padre.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
En la historia de la literatura contemporánea existen nombres y personalidades que acaparan los reflectores literarios. Kafka es uno de esos nombres. Naturalmente su grandeza está en su obra, sin embargo, su obra no puede ser comprendida sin conocer parte importante de su vida. Kafka murió hace cien años, es un autor de culto. Sus libros sacuden nuestro interior al momento de leerlos. Hace unos días con mis alumnos leímos completamente: “La metamorfosis”, acto inmediato empezamos a analizarla y reflexionarla detenidamente. Todos ellos son jóvenes de 20 a 21 años de edad. Hubo momentos donde el análisis muy interiorizado de los jóvenes me recordó la importancia de escucharlos, observarlos. Una alumna expresó: “Me impactó el relato. A veces he sentido que soy una carga para mi familia.” El resultado final fue alentador, Kafka y nuestras meditaciones nos llevaron a liberar algunos miedos, penas, temores, angustias. Sentí que todos los alumnos salieron animados al comprender que la relación familiar por complicada que pueda llegar a ser, siempre podremos encontrar una vía de comunicación y entendimiento, sobre todo, porque las figuras de nuestros padres son muy influyentes y determinantes en nosotros, así que, siempre será sano pensar y repensar cómo nos sentimos con ellos, cómo nos comportamos con ellos, y, qué puedo hacer desde mis capacidades para estar mejor con ellos.
Kafka tuvo una relación muy complicada con su padre. Pareciera que en momentos fue tormentosa. De hecho, esa figura autoritaria de su padre inspiró parte importante de la obra del hijo. Precisamente en “La metamorfosis” nos encontramos con un padre incompresible, insensible, frío, violento, y aunque Gregorio Samsa ya era un escarabajo indefenso, no debemos olvidar que su padre le proporcionó en la espalda al hijo transformado un “manzanazo” que lo dejó mal herido. En el año 1919, Kafka planeaba casarse, al momento de platicar con su padre sobre dicho propósito, éste se opuso. La negativa de su padre y todo lo que el escritor checo sentía contra él, lo escribió de manera magistral en la famosa: “Carta al padre.”
De entrada, la carta tiene la finalidad de que la lea su padre y en ella la esperanza que la relación entre ellos mejore. Kafka se expresa con el alma abierta, intenta liberar todos sus temores: “Una vez, hace poco, me preguntaste por qué afirmaba yo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe contestarte nada, en parte, precisamente por ese miedo que te tengo, y en parte porque en la argumentación de ese miedo entran muchos detalles, muchos más de los que yo pudiera coordinar hablando. Y si ahora intento contestarte por escrito, mi respuesta resultará de todos modos incompleta, porque también al escribir me cohíben frente a ti el miedo y sus consecuencias, y por la magnitud del tema rebasa grandemente mi memoria y mi entendimiento.”
Así inicia la carta, a partir de esa presentación Kafka de forma clara, sencilla, sensible, expresa todo lo que siente. Se percibe un orden temático bien desarrollado y el lector podrá extraer muchas vivencias del personaje, que sin duda alguna son experiencias de toda vida humana por diferentes que seamos. En la carta se exponen y plantean temas que forman parte de la condición humana. Se pueden dar casos que, por azares del destino, algún lector no se identifique con el relato porque creció sin padres, este acto por supuesto que cambia la percepción de la vida y la identificación inmediata con el texto, mas, considero que aún en estos casos la carta es útil y valiosa, ya sea por la necesidad de haber tenido un padre o por el trascendental hecho de ser padres.
Algo más, la sensación que causó en quien escribe la reciente relectura de “Carta al padre”, quiero compartirla de una manera un poco detallada. En una parte Kafka narra cómo de niño en las noches pedía agua de forma constante. Reconoce que esa apremiante solicitud no era porque realmente tuviera sed, quizá, pudiera ser sólo por fastidiar, puede ser que, por imponer su voluntad, o, por el hecho de llamar la atención. Este acto provocó que su papá lo sacara al balcón y allí lo dejó solo con la puerta cerrada. Ante esta resolución Kafka expresa: “Sin duda alguna, esa vez me volví obediente, pero habría sufrido algún daño interior.” Este tipo de actos fueron muy recurrentes en la actitud de nuestros padres para con mi generación. Desconozco cuál sea la impresión de los jóvenes de hoy, pero, en mi caso, por motivos comprensibles y explicables, (uno de ellos, la dureza con la que fue educada mi madre), si existieron muchos momentos donde padecí una rigidez innecesaria. Al pasar los años, la comprendí, no obstante, eso no evita recordar el temor y a veces la repulsión que ella causaba en mí cuando era agresiva.
Ese lejano pasado de mi niñez lo he enfrentado pensándolo, analizándolo, y lo he comprendido porque al platicar con mi mamá, ella me confesó todas las penurias que vivió al quedar huérfana al “cuidado” de una madrastra que la humillaba y maltrataba. Entonces, mi madre encontró en el temprano amancebamiento la posible salida de su pequeño infierno, inmediatamente vinieron los hijos y con ellos el peso de criarlos, educarlos, y muy poco de cariño y comprensión había recibido de la vida, así que su método para educar a sus hijos fue la rigidez. Ahora bien, esa etapa queda superada porque ambos tuvimos la oportunidad de crecer, platicar, conocer los hechos y en mi caso comprender su conducta. Ella misma al paso del tiempo se fue humanizando y sus nietos y bisnietos disfrutan de una mujer más ligera.
Todo lo anterior empatándolo con la lectura de Kafka, nos conduce a tener muy claro que nosotros ya no podemos ni debemos cometer esos errores. En nuestro caso no tendríamos justificación. Primero, porque el nivel de rigidez de nuestros padres no fue inhumano, éste tenía el noble propósito de educarnos por el camino del bien. Hoy nuestras generaciones de padres cuentan con mayores herramientas educacionales, emocionales, psicológicas, para tratar de relacionarnos con nuestros hijos. Asimismo, debemos comprender que la peor violencia no siempre es la física, por supuesto que esta debe ser erradicada, empero, existe otro tipo de violencia que Kafka nos muestra que puede llegar a ser más dañina: “También es cierto que apenas alguna vez me has golpeado realmente. Pero ese gritar, ese enrojecer de tu rostro, es desabrocharte rápidamente los tiradores que quedaban dispuestos sobre el respaldo de la silla; todo eso era casi peor para mí. Es como cuando uno va a ser ahorcado. Si realmente lo ahorcan, se muere y todo se acabó. Pero si tiene que vivir todos los preparativos para su ajusticiamiento y sólo cuando el lazo ya cuelga ante sus ojos se entera de su indulto, puede quedar afectado para toda la vida.”
Luego entonces, la carta al padre de Kafka nos puede ayudar a liberar males del ayer, que siguen influyendo en nuestra conducta de hoy. Puede servir para reflexionar y aprender que, si somos padres, cada día tendremos la oportunidad de llevar una sana relación con nuestros hijos: dialogar, ser pacientes, por supuesto que poner reglas, orden, más nunca de forma tiránica e intolerante. De la misma manera, Kafka nos recuerda cómo nos desagradaba a los hijos escuchar expresiones sarcásticas de nuestros padres para recriminar nuestra conducta: “Ya a los siete años tenía yo que atravesar las aldeas con el carretón”, “Teníamos que dormir todos en un solo cuarto”, “Nos sentíamos felices cuando teníamos papas”. Bien podría responderme mi hijita Grecia, Papá, ¡y yo que culpa tengo de ello! Y tendría toda la razón. Esto no sucederá, sólo se escribe como una advertencia y una gran enseñanza que nos deja: “Carta al padre” del inmortal Franz Kafka.
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