“Carlos Fuentes: “Agua quemada.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
Lo que hacemos en el día a día y, particularmente, el rumbo que hemos decidido darle a nuestras vidas, es la manera de cómo vamos agotando nuestro tiempo. La expresión agotar no implica una postura positiva o negativa, la realidad es que nos guste o no, el tiempo se agota minuto a minuto sin detenerse un sólo instante. Luego entonces, debemos comprender que las actividades que realizamos, por rutinarias que nos parezcan, adquieren una gran importancia. Por supuesto que muchas actividades, (dependiendo la circunstancia de cada quien), nos la impone la dinámica realista de la vida; hay que trabajar, cumplir con ciertos horarios, etc., aun así, existen otras acciones y actitudes que dependen exclusivamente de nosotros y ahí es donde podemos encontrarle aligeramiento, emociones, razones y motivos a la vida. Ejemplos abundan, e incluso, lo que para una persona puede ser un acto exquisito, para otra, quizás, no lo sea. Lo trascendente es intentar encontrar, detectar, esas acciones personales que nos complacen, alegran, ocasionan éxtasis, dicha, tranquilidad, paz, emociones…según sea el caso.
Recuerdo cuando inicié el tomo I de: “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust. Desde el primer momento quedé cautivado con la prosa, el estilo, el lenguaje, más, algo que me atrajo sobremanera fue cuando el personaje nos cuenta que un día cualquiera percibió que el olor del té, el sabor de una magdalena, le causaban sensaciones que al inicio no podía descifrar. Esas sensaciones eran muy agradables; se puso a meditar y descubrió que los olores y sabores le recordaban el mundo que vivió en su infancia en el pueblo de Combray junto a su abuelos, padres y demás familiares y vecinos. Proust me enseñó el valor del tiempo y la inigualable valía de la memoria, de los recuerdos. Por eso, desde el año 2020 cada vez que llega el mes de mayo, festejo un año más de poder leer y escribir semanalmente un artículo literario. Porque esta es una de las actividades que he elegido por “puritita” pasión, sincero amor al arte, y, aunque aparentemente no produzca beneficios materiales, los momentos de alegría y felicidad que me han provocado resultan incomparables.
Lo anterior se cumple porque cada libro y autor que se aborda nos puede suscitar impresiones únicas. En este mes para festejar un año más de trabajo literario se ha elegido a Carlos Fuentes, un autor que ya había leído, no obstante, cada lectura que se realiza semanalmente es una lectura nueva, y estos libros de cuentos de Carlos Fuentes que aquí se han estado comentado han resultado asombrosos. Ahora toca el turno al libro: “Agua quemada” publicado en 1981, el cual contiene los siguientes relatos: “El día de las madres”, “Estos fueron los palacios”, “Las mañanitas” y “El hijo de Andrés Aparicio.” Los cuatro cuentos tienen como escenario central la ciudad de México, considero que la ciudad es un tema fundamental en todas las historias. Por supuesto que la historia de los personajes es lo más importante; sus vidas, pasiones, el tiempo y el recuerdo del pasado son asuntos altamente relevantes. Algo más, Fuentes logra un hilo conductor y unificador en los relatos; la degradación y ensanchamiento de la ciudad de México, una ciudad donde los personajes no se reconocen debido a que los cambios vividos son vertiginosos, en el cuento: “Las mañanitas”, quien nos narra la trama expresa lo que siente Federico Silva sobre la ciudad: “¿Cómo no iba a defender todo esto contra la agresión de una ciudad que primero fue su amiga, y ahora resulta ser su más fuerte enemiga?”
Y precisamente en este cuento quiero detenerme. En “Las mañanitas” el personaje central y único relevante se llama Federico Silva. Un hombre maduro que vivió toda su vida en la ciudad de México. Al inicio deja la sensación que es un hombre pleno. Federico ha viajado por el mundo, heredó una estable fortuna compuesta principalmente por rentas de edificios departamentales, mismo donde viven algunos personajes que aparecen en los otros cuentos arriba anotados y de los cuales conocemos su historia en esos relatos. Empero, el lector conoce la vida de todos, en cambio, Federico no sabe ni siquiera quiénes son sus inquilinos. Él vive en su enorme casona acompañado por su madre, se la pasa viajando, escuchando a Cole Porter, enamorado de las artistas estelares estadounidenses, de hecho, todo indica que viajó a Estados Unidos y conoció a una de ellas, y dentro de la ficción sobre la ficción, hasta convivió con Scott Fitzgerald y su amada Zelda.
Conforme la historia avanza, nos enteramos de la muerte de la madre de Federico. Existen varios momentos donde el lector se identifica con los soliloquios del personaje, es decir, por todos esos ríos de pensamientos que nos influyen, determinan, y no en pocas ocasiones nos ponen serios, metafísicos: “El día que enterró a su madre empezó realmente a recordar. Es más: se dio cuenta de que sólo gracias a esa desaparición le regresaba una memoria minuciosa que fue soterrada por el formidable peso de doña Felícitas. Fue cuando recordó que antes las mañanas eran anunciadas por la medianoche y que él salía al balcón a respirarlas, a cobrarse el regalo anticipado del día. Pero eso era sólo un recuerdo entre muchos y el más parecido a un instinto resucitado. Lo cierto, se dijo, es que la memoria de los viejos es provocada por la muerte de otros viejos. ¿Cómo sería recordado? Acicalándose cada mañana frente al espejo, admitía que en realidad había cambiado poco en los últimos veinte años. Como los orientales, que son idénticos a su eternidad desde que envejecen. Pero también porque en todo ese tiempo había usado y repetido el mismo estilo de ropa. Sólo él, sin duda, seguía usando en época de calor un carrete como el que puso de moda Maurice Chavalier. Repetía con gusto, saboreando las sílabas, notier, paglietta, y en invierno, el homburg negro con ribete de seda que impuso Anthony Eden, el hombre más elegante de su época. Siempre se levantaba tarde. No tenía por qué pretender que era otra cosa sino un rentista acomodado.”
La circunstancia de cada hombre determina en gran medida su vida. Federico diariamente iba al mismo restaurante de la ciudad de México, allí recibía un trato especial. Federico era amable con la gente que lo conocía, más mantenía una sana distancia con todos ellos. En su vida tuvo tres amigos y dentro de ellos está María de los Ángeles de quien al final descubrimos estuvo eternamente enamorado. Federico materialmente llevó una vida plena, esa fue la circunstancia favorable que heredó. Sin embargo, queda la premonición que le faltó de forma más decidida elegir y realizar esas acciones que dan razón a la existencia. Nunca se casó, ni fue padre. No digo que esas sean las razones más importantes, pero, por lo menos en él al final si pesaban. Nuca gozó de un amor pleno…y si bien sabemos que un amor pleno difícilmente se conseguirá, por lo menos debemos luchar por gozar de algunos actos plenos, eso sí que se puede, se los garantizo.
Los días finales de Federico llegaron, tal como nos sucederá a nosotros. La única pequeña ventaja es que hoy todavía gozamos de tiempo, no sabemos cuánto, pero aún podemos hacer esos actos que deseamos y, sobre todo, que dependen de nosotros y no exclusivamente de la circunstancia que nos rodea. Leer un buen libro, disfrutar un rico té, pensar qué queremos hacer, qué podemos hacer y qué debemos hacer es un acto personalísimo que nos aclarará el sentido de nuestra existencia, ahí está el detalle. Carpe diem.
Correo electrónico: miguel_naranjo@hotmail.com
Twitter@MiguelNaranjo80
Facebook: José Miguel Naranjo Ramírez