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Platican policías adjuntos a la academia que dirigía el satrapa Arturo Bermúdez Zurita, que les tenían prohibido verle a los ojos. Eran órdenes estrictas de cuando llegaba, con su caravana de 60 agentes judiciales, nadie podría osar voltearlo a ver. Quien lo hiciera, era merecedor a duras reprimendas con las palabra mas soeces de su florido lenguaje. Como de carretonero, vamos. Aparte de rasurarles sus salarios y mocharles parte de su aguinaldo. No se debiera tener ninguna consideración con este vándalo, que debiera estar dentro de la población carcelaria como cualquier mortal.