Un personaje muy importante en mi vida es Alberto Gallardo, florista, cordobés, creativo, profesional y muy afectuoso. Yo lo nombré Albert, pues suelo adecuar los nombres de las personas -a quienes trato frecuentemente y aprecio- y reduzco sus nombres a palabras graves y de dos sílabas. Esta característica mía no es pensada sino refleja. Pues le cuento: Tuve el honor de que por varios años, Albert fuera el florista en mis negocios de floristería que cree y que tuve por 22 años: Madonna y Noríssima. Innové en Xalapa al nombrarlos como “floristerías”, pues a mi entender, en una florería se expenden flores y en una floristería se expenden arreglos florales. Pero no es así, digamos que son sinónimos. Le explico:
Según el Diccionario panhispánico de dudas (2005) de la Real Academia Española y de la Asociación de Academias de la Lengua Española, en España, Venezuela, Ecuador, Nicarangua, Costa Rica y Guatemala se llama floristería al lugar donde se expenden flores o arreglos florales y florería en el resto de latinoamérica, incluido México. (¡Ufff! me quité un peso de encima).
Evidentemente, en un principio, sabía muy poco de las características y exigencias de un giro comercial tan delicado; sólo sabía de las flores lo que aprendí en casa, acerca de los cuidados que requieren, de la alegría que dan al hogar y de la emoción que me provocaba recibir un ramo de flores; pero del cuidado de la flor cortada, de la manufactura y negocio, lo ignoraba todo. Una querida amiga de Yanga, Veracruz me animó y se ofreció a ser la florista, pero su experiencia era en lo pequeño y yo iba a lo grande. Entonces tomé cursos e invité a trabajar a floristas de la ciudad de México, de Puebla y otros lugares, hasta que Doña Mary Miyar, una gran florista también cordobesa, me habló de mi Albert con quien hice magnífica mancuerna. Años después por asuntos familiares, tuvo que regresar a su natal Córdoba y puso su propia florería donde Lo Kreativo, comienza con el nombre. Ya acumula 17 años y goza de un buen prestigio.
De mi etapa de florista, quedé enriquecida por haber conocido y experimentado el giro de las bellas perfumadas, giro que no sólo es comercial, sino artístico, cultural y de permanente contacto con la naturaleza. Allí aprendí acerca del lenguaje de las flores, de las creencias, convenciones y costumbres donde hasta sus colores llevan un mensaje, pues no es lo mismo enviar una rosa roja que una rosa amarilla… Aprendí que una flor puede salvar una situación difícil, alegrar un alma y dar consuelo al afligido. La duración de una flor natural cortada es tan efímera, como perenne puede ser su mensaje.
Pues esta semana que termina estuve en la señorial ciudad de Córdoba, acompañando a la familia Nuñez Miyar en un momento especial, envié flores de Albert, quien me platicó entusiasmado cuánto ha crecido en Córdoba el interés de las familias por sembrar flores en sus jardines y en sus patios. Él mismo goza de un espléndido jardín que procura junto con doña Sarita, su madre. Ambos tienen predilección por las orquídeas Phalaenopsis y Cattleyas. Recientemente una sola planta dio ¡hasta 18 flores! Y conserva un “Árbol de la abundancia” que le regalé hace algunos años.
Hoy día se ha incrementado la predilección por las orquídeas que antiguamente eran casi exclusivas de Fortín y enviaban por mensajería a florerías del país y del extranjero. En la “Ciudad de los treinta caballeros”, muchas familias han adoptado a las orquídeas para embellecer sus casas y balcones, lo que pude constatar en los recorridos que hice por la ciudad. Bueno, hasta están pensando que sería bueno llamar a Córdoba “La ciudad de las orquídeas”…¿Será?