La gordofobia es una forma de discriminación que para nada es nueva y de la que se habla poco. Se trata del rechazo y menosprecio a las personas que padecen exceso de peso porque no cumplen con los estándares de belleza que se han impuesto especialmente en el mundo occidental.
Con la aparición del coronavirus y la consecuente pandemia que provocó se ha hablado en múltiples ocasiones de la peligrosidad del contagio para personas con comorbilidades, es decir, Covid combinado con otros padecimientos como la diabetes y la hipertensión, enfermedades que suelen ser producto del exceso de peso. Sí, en nuestro país hay muchos enfermos de diabetes y, claro, también muchos gordos. La obesidad no sólo eleva el riesgo de que el Covid-19 resulte más agresivo sino que también se asocia a varios padecimientos más como enfermedades cardiacas, algunos tipos de cáncer y accidentes cerebrovasculares entre otras.
Aunque si somos sinceros, el rechazo social no es hacia los padecimientos sino hacia la apariencia. Nadie se ríe de un diabético o de un hipertenso, pero sí cuchichean o de plano se burlan si ven a una mujer enfundada en un mallón que permita ver sus kilos de más. Y es tal la discriminación, que comienzan a darse movimientos que reivindican a los gordos. Algunas revistas han abierto espacios e incluso sus portadas para mujeres pasadas de peso y existen ya revistas especializadas en modelos gordas. Series de televisión como Mike and Molly o Mr. Iglesias tienen como protagonistas a gordos.
Tanto en la ficción como en la realidad, las mujeres gordas parecen destinadas a la soledad, por gordas, pues la discriminación se ensaña más con las mujeres que con los hombres. Y aun en las series mencionadas, la pareja de un gordo o gorda es otro gordo. La pareja más impensable es la de un flaco con una gorda. Recuérdese la película Amor ciego con Gwyneth Paltrow y Jack Black, quien sólo se enamora y ve bella a Gwyneth, caracterizada como una mujer gorda, por haber sido hipnotizado.
Hace poco una amiga de Facebook propuso en su muro el tema de la gordofobia y me sorprendió la cantidad de gente que respondió. Una mujer cuenta que casi muere durante el confinamiento por sepsis y eso la hizo reducir diez kilos; la gente le decía que se veía muy bien que no volviera a aumentar de peso ignorando el peligro en el que estuvo. Una mujer muy delgada a consecuencia de una enfermedad se quejaba de que los demás le dicen “quisiera estar tan delgadita como tú” pero al mismo tiempo le aconsejan “deberías comer más, pareces anoréxica”. Alguien más afirma estar delgada por problemas de depresión, porque en esas crisis puede bajar hasta diez kilos, pero todos la felicitan porque “se ve bonita”. Como estas historias hay muchas, donde lo que destaca es la apariencia, no la salud, aunque siempre que alguien da un consejo no pedido al respecto rematan con un hipócrita “olvídate de cómo te ves, hazlo por tu salud”.
La obesidad es resultado de varios factores, entre ellos la tradición gastronómica de nuestro país. Un chile en nogada o un mole son una feria de calorías, ya no digamos las quesadillas, tacos y demás antojitos. Otra responsable es sin duda la pobreza, pues se buscan alimentos rendidores: a menor cantidad de ingresos mayor ingesta de carbohidratos y azúcares en detrimento del consumo de carnes, frutas y verduras. La comida chatarra y las bebidas azucaradas, ya lo dijo López Gatell, son veneno embotellado, le faltó mencionar a los venenos embolsados. Para quien dispone de poco dinero para comer, unas papas fritas y un refresco de cola o una sopa instantánea le resuelve el día. Están además los hábitos que ha generado la comida rápida.
Se asume simplemente que la gordura es producto de la glotonería y por eso está bien repudiar a la gente voluminosa. La psicoterapeuta y activista británica Charlotte Cooper, autora del libro Fat Activism: A Radical Social Movement (Activismo pro gordos: un movimiento social radical), señala: “En Occidente, la gordura se ve a menudo como algo trivial, una cuestión de comer menos y hacer más ejercicio, pero los gobiernos culpan a los gordos del desastre financiero cuando es su política la causante de los desastres”. El resultado de ese conjunto de factores sigue siendo primordialmente una imagen rechazada por la misma sociedad que promueve comida industrializada y un sinfín de mercancías llenas de calorías.
Busqué en Google memes sobre gordos y me arrojó más de cinco millones de resultados. Lo mismo que los chistes sobre gordos: más de siete millones. Los gordos somos referencia y tema de conversación o de burla.
Esto sucede todos los días, pero hipócritamente no está bien visto hablar de ello como no sea por razones de salud. Hace tres años Elena Poniatowska fue objeto de innumerables críticas porque se dijo que había llamado “panzonas y mensas” a las mujeres juchitecas. Lo que dijo en realidad, porque revisé varias veces el video, fue que las juchitecas están panzonas inmensas. Todo mundo se le fue a la yugular porque lo dijo en público, incluso leí críticas que intentaban descalificar toda su obra por esa afirmación; quizá fue un desliz o sólo un dejo de sinceridad, pero nadie, incluso de entre los que arremetieron contra la Poni, admitirían que en un pleito callejero es el insulto preferido si está involucrado un gordo.
Decir públicamente que alguien está gordo es políticamente incorrecto, aunque sea cierto; pero puedo decir que en mi vida como gorda, es la ofensa que más he recibido. No importa nivel de instrucción ni económico de quien lo dice. Esas mismas personas nunca aceptarían que usan ese adjetivo para vejar a alguien. O sea, discriminadores e hipócritas. A nadie se le ocurre decir: “¡vieja flaca!” o “¡pinche delgada!” (este otro adjetivo —pinche— es como la media naranja de gorda).
Y, por cierto, lo insultante es gordo. Panzón, como dijo la Poni, es más suave, menos agresivo, hasta tierno. De nuevo, discriminadores y faltos de imaginación. Nadie insulta diciendo “vieja rolliza” (doble discriminación porque a un hombre no le dicen viejo gordo, lo de vieja no es por los años, es por ser mujer) o “pinche voluminosa”, “maldito rechoncho” o “estúpido regordete”. Me vi obligada a reducir muchos kilos por una afección en la columna y me pasó lo mismo que en las historias mencionadas más arriba, recibo elogios por haber bajado de peso y menos parabienes por haber superado una cirugía difícil o preguntarme cómo es haber soportado un terrible dolor durante diez meses.
La obra de Botero no ha sido suficiente para reivindicar a los gordos. Obeso es sinónimo de feo. Cuando alguien nos cae mal decimos “me cae gordo”, “estoy en un problema gordo”, “está metido en algo gordo” (peligroso o ilícito) y ya no menciono otras expresiones impublicables porque se requeriría un libro. Y así, todos los días vamos normalizando la gordofobia, sin ver más allá de la apariencia.
ramirezmorales.pilar@gmail.com