Por Ángel Lara Platas
El surrealismo como espejo del alma mexicana
El surrealismo, nacido en Europa como una rebelión contra la lógica racional y las estructuras opresivas, encontró en México un terreno fértil no solo para florecer, sino para reinventarse. André Breton, al visitar el país en 1938, lo llamó “el lugar surrealista por excelencia”. Y no era para menos: México ya era surrealista antes de conocer el término. La coexistencia de lo mágico y lo cotidiano, lo ancestral y lo moderno, lo trágico y lo festivo, ha sido parte del imaginario colectivo mexicano desde tiempos prehispánicos.
Artistas como Frida Kahlo, Remedios Varo, Leonora Carrington y Rufino Tamayo no solo adoptaron el surrealismo: lo mexicanizaron. En sus obras, el dolor, la identidad, la muerte y el inconsciente se entrelazan con símbolos indígenas, colores intensos y narrativas profundamente personales.
La política mexicana: ¿una tragicomedia surrealista?
Si el surrealismo busca representar lo absurdo y lo onírico, ¿qué más surrealista que la política mexicana? Desde elecciones teñidas de espectáculo hasta discursos que rozan lo fantástico, la política nacional a menudo parece una obra de teatro donde la lógica se suspende y la incredulidad se normaliza.
La desconfianza ciudadana, la corrupción estructural y la manipulación mediática han generado una percepción de la política como un “show”, una “burla” o incluso un “concurso de popularidad”. Esta percepción, aunque dolorosa, también es una oportunidad: si el surrealismo nos invita a mirar más allá de lo aparente, entonces la política mexicana necesita una mirada crítica que desmonte sus ficciones y revele sus mecanismos.
¿Qué actitud deben asumir los mexicanos?
Para elevar el nivel de la política nacional, es necesario un cambio de actitud que combine conciencia crítica, participación activa y responsabilidad colectiva. Aquí algunas claves:
Despertar del letargo: Informarse más allá de los titulares y cuestionar narrativas oficiales. La ignorancia política no es neutral: perpetúa el statu quo.
Participar con intención: Votar es solo una parte. Exigir rendición de cuentas, involucrarse en causas locales y apoyar liderazgos éticos es fundamental.
Recuperar la ética pública: La política no debe ser vista como un terreno sucio, sino como un espacio de construcción colectiva. Revalorizarla es revalorizar la democracia.
Reconocer el poder del arte y la cultura: El surrealismo nos enseñó que la imaginación puede ser subversiva. Hoy, el arte puede ser una herramienta de denuncia, memoria y transformación.