“La mentira nunca vive hasta llegar a vieja”. – Sócrates.
Por décadas, Televisa fue el imperio del entretenimiento, la fábrica de sueños y el eje del espectáculo nacional. Sin embargo, en los tiempos recientes, su rostro ha mutado: ya no es solo una empresa de contenidos, sino una poderosa caja de soluciones, negocios y favores que se mueve al compás de sus intereses económicos. Su influencia se extiende más allá de la pantalla y los sets de grabación; hoy, también incursiona en el mercado de servicios, convenios y contratos públicos bajo el amparo del poder que aún conserva su nombre.
El episodio reciente en Poza Rica es un claro ejemplo de cómo opera esta maquinaria. Un video viral mostró una supuesta respuesta de la gobernadora Rocío Nahle García a la reportera Carolina Ocampo, quien la cuestionó sobre la presunta cancelación de un seguro de daños catastróficos. Sin embargo, detrás del breve intercambio, habría una historia menos transparente: fuentes cercanas afirman que la reportera ya había realizado una entrevista amplia con la mandataria y que el encuentro posterior fue más bien inducido, con un doble propósito. https://www.facebook.com/reel/1466843611093445 (Parte de la entrevista previa al cuestionamiento que pretendieron viralizar)
El primero, lograr un jugoso convenio informativo con el Gobierno de Veracruz; el segundo, presentar una propuesta de venta de seguro a través de la propia Televisa, que hoy ofrece —además de noticias y telenovelas— una gama de servicios que incluyen desde seguros hasta estrategias de comunicación integral. Un conglomerado que no distingue entre periodismo y negocio, sino que los mezcla para maximizar beneficios.
Al no haberse concretado ningún acuerdo, vino el golpe mediático. El clásico “guadañazo” al estilo Televisa: construir una narrativa negativa, orquestar una pregunta con sesgo y provocar la reacción esperada para luego transmitirla con dramatismo, como si fuera el descubrimiento del siglo. Así opera la vieja escuela del poder mediático, aquella que aprendió que la mejor forma de negociar es presionando desde el micrófono.
Y no sería la primera vez que Televisa intenta usar el chantaje mediático como método de presión. Basta recordar el episodio ocurrido durante la campaña a la gubernatura de Rocío Nahle, cuando el propio presidente Andrés Manuel López Obrador reveló públicamente que dicha televisora pretendió extorsionarla exigiendo 200 millones de pesos a cambio de no difundir en sus noticieros un documental tendencioso sobre la refinería de Dos Bocas. El intento fue burdo y desesperado, pero también revelador del tipo de prácticas que aún perviven en algunos medios tradicionales, más interesados en el negocio que en la verdad.
Hasta en eso quedaron en evidencia: el famoso documental fue tan pobre, tan falto de rigor y tan evidentemente sesgado, que terminó siendo un boomerang contra quienes lo produjeron. La audiencia, cada vez más crítica y menos dependiente de la televisión abierta, no cayó en la trampa. Y lo que pretendía ser una ofensiva política se convirtió en una muestra más de la decadencia de un modelo mediático que ya no domina el relato nacional.
Pero los tiempos han cambiado. Veracruz no es ya la plaza fácil que fue para los consorcios que pretendían obtener contratos disfrazados de convenios periodísticos. Lo que no calculan los ejecutivos de Televisa es que aquí también hay memoria, y que sus prácticas pueden exhibirse con la misma crudeza con que ellos intentan acorralar a los gobernantes.
Televisa se olvida de que la sociedad ya no compra sus relatos con la misma fe ciega de antes. Hoy, su intento de disfrazar negocios bajo el manto del periodismo solo confirma su verdadera vocación: la de ser, ante todo, un negocio que vende tanto historias como influencias.
Al tiempo.
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