Con el escándalo de la “Barredora” y los vínculos criminales expuestos en Tabasco, los reflectores también apuntan hacia Veracruz. En política, las lealtades no son inocentes, y los acuerdos tras bambalinas terminan saliendo a la luz. Huerta puede jugar a ser víctima de persecuciones políticas, pero cada día se suman más voces dentro de Morena que lo señalan como un operador que nunca asume responsabilidad por sus actos, y que en cambio prefiere culpar a otros, deslindarse, desaparecer cuando hay que rendir cuentas y aparecer cuando hay cámaras y reflectores.
La Cámara de Diputados, por su parte, vive en una especie de sálvese quien pueda. Los excesos públicos de la esposa de Sergio Carlos Gutiérrez Luna —“Gutierritos” como le dicen algunos colegas legisladores—, el desdibujado retiro anunciado por Ricardo Monreal, sumado a los exabruptos verbales de Gerardo Fernández Noroña y la cada vez más errática actuación de Adán Augusto en el Senado, solo agregan tensión a un ambiente que ya de por sí es tóxico e improductivo.
En medio de esa tormenta, la pregunta que resuena en todos los pasillos es: ¿dónde está el piloto que navegue a puerto seguro?
La presidenta Claudia Sheinbaum tiene frente a sí un reto monumental. Como jefa de Estado, no puede permitirse que el Senado y la Cámara de Diputados se conviertan en unas cuevas de rencores, ajustes de cuentas y pugnas intestinas. Ya tiene bastante con los desafíos económicos, de seguridad y sociales del país, como para además tener que fungir como niñera de senadores y diputados federales sin brújula. Pero como bien reza el dicho: no hay mal que por bien no venga.
Frente al naufragio moral y político de varios actores varones que han defraudado el espíritu de la 4T, la oportunidad de oro recae sobre las mujeres. Es momento de que aquellas que han demostrado capacidad, honestidad y firmeza, asuman el liderazgo institucional que tanto urge en el país.
Y ahí se abren posibilidades reales. Gobernadoras como Rocío Nahle en Veracruz, Marina del Pilar en Baja California, Layda Sansores en Campeche, Evelyn Salgado en Guerrero o Indira Vizcaíno en Colima, se están ganando a pulso su lugar en la historia por su trabajo firme, a pesar de las adversidades. En el Congreso, senadoras como Imelda Castro y Malú Micher representan una generación que puede, y debe, tomar las riendas del Senado con otra visión, con otra ética y con mayor compromiso con los ideales fundacionales del movimiento.
Lo que no se vale es seguir permitiendo que personajes quemados, cuestionados o desleales, mantengan secuestrada la agenda legislativa con sus ambiciones personales y su falta de escrúpulos. Morena no puede darse el lujo de tropezar con las mismas piedras que prometió remover. No puede predicar transformación mientras permite impunidad.
Si el Senado de la República aspira a ser algo más que un club de autoprotección, necesita una reconfiguración urgente. Que los involucrados en escándalos se separen del cargo mientras se esclarecen los hechos. Que se abran investigaciones profundas y sin simulaciones.
Que los acuerdos cupulares cedan ante el mandato democrático que millones de personas dieron al proyecto de transformación. Que las mujeres que sí están comprometidas con ese ideal, den el paso al frente.
El movimiento que encabezó López Obrador no nació para reciclar vicios ni para tapar corruptelas. Nació para sacudir el sistema. Hoy, más que nunca, esa sacudida debe empezar por el Poder Legislativo.
Porque si no lo hacen ahora, cuando más se necesita, después será demasiado tarde. Y en política, cuando se pierde la congruencia, se pierde todo.
Al tiempo.