Inicio Sin categoría CINCUENTA AÑOS DE VIVIR EN: “TERRA NOSTRA”. (II)

CINCUENTA AÑOS DE VIVIR EN: “TERRA NOSTRA”. (II)

by Jose Miguel Naranjo Ramirez

La novela total de Carlos Fuentes.

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

Toda la primera parte de “Terra Nostra” sucede en el “Viejo Mundo”, es decir, Europa. Y si bien el punto de partida de la novela está en Francia, lo esencial de la historia acontece en España. De hecho, el personaje central es el rey Felipe II. Debemos tener claro que estamos leyendo una novela, esto implica que es una historia inventada, ficcionada. Por lo mismo no debe sorprendernos que el autor narre los hechos como mejor le parezcan o como desee hacerlo, lo anterior explica detalles que pueden parecernos inverosímiles, e incluso, podrían llegar a pensar que el autor relata hechos incorrectos, no, para nada. Carlos Fuentes en esta fenomenal novela juega con la historia, revierte la misma, la descompone a propósito. Por ejemplo: aquí Felipe está casado son Isabel, quien aparece como la heredera del reino de Inglaterra. No obstante, Felipe se casó con su prima hermana María “la sanguinaria”, la que fue hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón. Recordemos que Isabel fue hija del mismo rey y de Ana Bolena y nunca se casó. De la misma manera, Juana la loca, quien en la vida real es abuela de Felipe, aquí pasa como su madre. Este tipo de relaciones y parentescos de los personajes no afectan en nada la comprensión de la historia, sólo lo menciono para que el lector tenga clara las reglas de juego al momento de ingresar al universo de la novela.

Los larguísimos monólogos de Felipe en momentos son tediosos y en instantes maravillosos. Lo mismo sucede con Isabel su esposa. Felipe duda de todo; de la fe, la salvación, de su misión, rememora cuando fue joven y convivió con Celestina. Debemos recordar que en este amplio capítulo Felipe es un hombre adulto, y mucho de lo que conocemos son sus recuerdos. Al ser rey, al ser un hombre de poder, ha tenido que asesinar, dañar, imponer, en su caso no necesitaba mentir, porque como su poder era considerado divino, lo que Felipe ordenaba eso se hacía. Hay un monólogo donde el personaje se siente abrumado, confundido. Se pregunta si los pobres son más felices que él, porque si bien es verdad que tiene todo el poder terrenal para dar vida o quitarla, para poseer a la mujer que él desea, también es verdad que ese mismo poder lo controla, lo limita, lo domina. Vive para ejercer el poder, para conservarlo, no para gozarlo. Esa ha sido siempre la realidad del poder. Tú no lo ejerces, el poder te esclaviza. El asunto se complica cuando se acerca el final de su vida. Se pregunta si valió la pena vivir esclavizado dañando, en lugar de vivir tranquilo y en libertad. Recuerda que el mismo poder causó muchos males a sus súbditos y a su propia familia. Nadie sale ileso con la enfermedad llamada poder.

Lo mismo siente Isabel. La señora es una mujer infeliz, su esposo nunca la ha poseído, vive con la angustia de no poder darle a España un heredero al trono. Tuvo que suceder una desgracia para que su marido la viera desnuda: “Él también se desnudó ante mí por vez primera y última…por fin la sentí, grité y le rogué se retirara.” Queda muy claro que nunca la penetró. Hasta aquí el lector puede pensar que nos encontramos con una historia inventada pero lineal, pues no. La novela va acompañada de sucesos fantásticos. Recordemos que, al inicio de la historia, Polo Febo vio nacer a un niño misterioso que tenía seis dedos y una cruz de carne en la espalda. Bueno, este ser misterioso estará reencarnando en diversos seres, pero siempre es el mismo. El tema de la reencarnación y la identidad en la novela resulta permanente y clave para ir comprendiendo los raros surgimientos de algunos personajes. Sin olvidar que Ludovico y Celestina nunca desaparecen y resurgen en diversas épocas y con distintas funciones en la trama.

Aclarado lo anterior y ya estacionados en el palacio donde vive Felipe II y toda su corte, aparecerán en escena tres personajes que llegaron tirados por el mar, estos protagonistas tienen seis dedos y la misma cruz de carne en la espalda. Uno de ellos se llama Juan Agrippa. De éste se apodera la señora Isabel. Una vez que lo encuentran, Guzmán, personaje cercano al rey, traicionando a su amo ayuda a la señora para llevarle a su recamara al bello náufrago rescatado. El joven no despierta, parece que ha llegado de otro mundo. Isabel le empieza a platicar su vida; su infancia en Inglaterra, el momento en que llegó a vivir siendo una niña a España para ser desposada por el heredero al trono, los fracasos de una vida, las desilusiones de todas las ilusiones, y le confiesa que al final decidió pecar, porque comprendió que una vida sin pecado no es vida, acto seguido, con gusto y por deseo se le entregó al fraile Julián, el pintor de la corte. Mientras todo esto le contaba a su bello joven rescatado, escondido y protegido, Isabel como había decido gozar, como decidió pecar para poder ser salvada de la nada, estaba puesta y dispuesta a seguir gozando, sólo que ahora lo haría con el joven que ella deseaba:

La señora se desvistió lentamente. Sin turbar el reposo del joven, llamándole pequeño escorpión dormido, como los bichos soñolientos que se paseaban dentro de las cajas de cristal, diciendo que había vuelto a encontrar sus duraznitos perdidos, a la vez suaves y rugosos y con sus duros huesos en el centro de la sabrosa y pulposa carne, colgando como dos frutas maduras del árbol de su dorada piel, lo lamió, lo besó, y cuando lo tuvo despierto y fuerte como una espada de fuego y mármol, tan fría que quemaba, tan ardiente que helaba, se sentó encima de él y lo clavó entre sus piernas, lo sintió quebrar la selva negra, separar los labios húmedos, entrar sueva y duro; así deben ser las llamas que consumen a los condenados, se le dijo, condéneme entonces, acérqueme de prisa al infierno, pues no sé distinguir entre cielo e infierno, si éste es el pecado confúndanse en mi carne la salvación eterna y la eterna pérdida: llamarada de carne, serpiente devoradora de mis negros murciélagos, hijo del mar, Venus y Apolo, mi joven dios andrógino, acaríciame las nalgas, hazme sentir la respiración de tus compañones bajo mis muslos bien abiertos para ti, entiérrame un dedo en el culo, ábreme bien los labios,  allí siento, juguetea con mis pelos lacios y mojados, déjame pegarlos a los tuyos, allí siento, allí, allí, allí muero porque no muero, allí, allí, clávame tu micer que es mi verdadero señor, méteme tu mandragulón que es mi verdadera raíz, sé mi cuerpo y déjame darte el mío…”

Mientras Isabel disfrutaba a Juan Agrippa, Juana la loca encontró al llamado príncipe bobo. Con las mismas características físicas del amante de Isabel. A este joven no le fue tan bien, porque la vieja loca, muy enloquecida, lo casó con su fiel escudera Barbarica, una enana que se pasaba todo el día aventándose flatulencias. El tercer protagonista misterioso llegará con Celestina, la misma joven que fue violada por el padre de Felipe en el día de su boda, y la misma mujer que por gusto se entregó en su juventud a Felipe. Por cierto, ahora de viejo, Felipe la recordaba y creía que su vida sería otra si hubiera huido a otro mundo con Celestina. Más no lo hizo y eligió el poder, por eso vivía en plena miseria.

Guzmán es el siervo más cercano a Felipe. Este personaje representa la esencia de la política real. Si tiene que mentir, miente, si traicionar, tracciona, si tiene que arrodillarse lo hace. Es la esencia del político de ayer y de hoy, por eso “triunfaba y triunfan”. Guzmán detectó que su amo se moría en la nada, por lo que con artimañas le llevó a Inés. Una joven hermosa que estaba en el convento dispuesta a entregar su vida a Cristo, aunque se notaba que las pulsaciones le llegaban seguido, porque se distraía mucho viendo a los obreros y trabajadores que construían el enorme palacio. Esa noche Felipe disfrutó a Inés. Sintió que la juventud le regresaba. Que el reloj retrocedía. Lo que más le rejuveneció fue el acto de que al poseerla, ella lo miraba a los ojos y él a ella. Sólo así hay entrega total. Mirándonos. Mirándonos. Mirándonos:

Un hombre y una mujer solos, juntos, incapaces de ofrecer algo más que su encuentro agotador, suficiente, fugaz, eterno, imposibilitado para extenderse a otro reino que no sea el de su propia instantaneidad…de todos mis actos menos de éste, hoy, contigo, que a nada conduce, que en sí mismo se consume, aquí y ahora, se basta a sí mismo y es un circulo de deleitosas llamas; de nada viene y a nada va, y sin embargo es el placer más grande y el más grande valor; no nos exige el cálculo, el afán,  el empeño sostenido y el largo tiempo de las empresas que nos prometen un lugar bajo el sol; y sin embargo, gratuito como es, vale más que ellas…; ¿éste es el amor, Inés, este acto que no le pertenece a nadie y a nada más que a ti y a mí?”

Y sí, ese acto genuino, leal en la adquisición, honesto en la entrega, representa ser parte importante del amor. Empero, Felipe no podía gozar de él, porque eligió el poder, y, por todo el poder que tengas, hay cosas que no se pueden obligar a hacer, amar es una de ellas. En este largo capítulo: “El viejo mundo”, la historia concluye con la cruel muerte de Juana la loca, quien por fin se fue a descansar y dejó descansar a su difunto esposo Felipe el hermoso. Juan Agrippa abandonó a la señora Isabel y resultó ser la encarnación del don Juan de Tirso de Molina y otros don Juanes. Por eso, al final Felipe permite que en su alcoba disfruten del amor el joven de seis dedos y la cruz en la espalda y la bella Celestina, quizás, porque es una manera de premiar el amor sincero o, tal vez, porque en este joven reencarnó algo del espíritu sensible que una vez llegó a tener Felipe cuando fue mozo. Así termina la primera parte, dejaremos el viejo mundo.

 

 

Correo electrónico: miguel_naranjo@hotmail.com

Twitter@MiguelNaranjo80

Facebook: José Miguel Naranjo Ramírez

 

 

 

 

también te podría interesar