“Educar en la igualdad y el respecto es educar contra la violencia”. – Benjamín Franklin.
La Universidad Veracruzana (UV) atraviesa una de sus crisis más serias en los últimos años, no por razones académicas o presupuestales, sino por la mezquindad política de quienes no soportan haber perdido el control de un botín institucional de más de 12 mil millones de pesos anuales. Tras la renovación de su rectorado —proceso concluido y avalado por el Consejo Universitario General, su máximo órgano de gobierno—, un grupo de exrectores y actores políticos ha decidido emprender una ofensiva interna para dinamitar la estabilidad de la casa de estudios y, de paso, golpear al gobierno de la entidad.
El actual rector, Martín Aguilar Sánchez, no salió bien librado del proceso de renovación. Su operación política fue torpe, su comunicación errática y su capacidad para contener los embates internos deficiente. Pero aun con esos errores, no violó la normatividad universitaria y mantiene legalmente la titularidad de la institución. Sin embargo, a los conspiradores eso no les importa: han lanzado un plan mefistofélico para hacerlo caer, aunque en el camino pongan en riesgo el prestigio y la gobernabilidad de la UV.
Entre los responsables de esta operación se encuentran nombres que no pueden soslayarse: Raúl Arias Lovillo, exrector y frustrado candidato de Movimiento Ciudadano a la alcaldía de Xalapa; y Sara Ladrón de Guevara, también exrectora, vinculada en su momento al grupo político de Rogelio Franco y al exgobernador Miguel Ángel Yunes Linares. Ambos, junto con una cohorte de agitadores disfrazados de “estudiantes críticos”, buscan incendiar los pasillos universitarios, azuzando inconformidades legítimas para convertirlas en armas políticas.
El trasfondo es evidente: recuperar influencia, contratos, plazas, presupuesto y poder. Como auténticos piratas del Golfo, pretenden abordar el barco universitario y repartirse el botín académico, financiero y político. Les mueve el resentimiento y la ambición, no el amor por la institución.
Más grave aún es su estrategia de usar la UV como ariete contra el gobierno de la gobernadora Rocío Nahle García, intentando crear un conflicto que manche su administración y alimente la narrativa de sus adversarios “los Yunes”, a quienes aún rinden pleitesía.
La UV debe ser faro del conocimiento, no botín de guerra. Hoy más que nunca necesita serenidad, respeto a su autonomía y un alto a quienes, bajo el disfraz de defensores del alma máter, actúan como bucaneros dispuestos a hundir el barco con tal de recuperar el timón. Porque lo que está en juego no es solo un rectorado, sino la dignidad de la educación pública en Veracruz.
Al tiempo.
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