“Aunque avergüence decirlo, sólo pensamos en la virtud cuando no tenemos otra cosa que hacer”. – Lucio Anneo Séneca.
Hay una frontera muy delgada entre el ejercicio periodístico y la explotación del dolor humano. Entre el deber de informar y el morbo de lucrar con la tragedia. Esa frontera, que debería estar claramente delimitada por la ética, ha sido cruzada sin pudor por algunos medios que, en su afán de protagonismo o rentabilidad, hoy contribuyen más a la confusión colectiva que a la verdad.
La emergencia que vive Veracruz y otros cinco estados del país, producto de las intensas lluvias que han dejado devastación en zonas como Poza Rica, Álamo, Tuxpan y El Higo, no sólo ha puesto a prueba la capacidad de respuesta de las autoridades, sino también el verdadero rostro del periodismo mexicano. Un rostro que, lamentablemente, en varios casos se ha mostrado deforme, ansioso, sin escrúpulos, más pendiente del clic y la tendencia que del contexto o la veracidad.
En los últimos días, mientras brigadas del Ejército, Protección Civil y voluntarios trabajaban a contrarreloj para rescatar a familias y restablecer servicios básicos, la llamada “infodemia” —esa pandemia de noticias falsas— volvió a exhibir la otra tragedia: la mediática. El caso más grave ocurrió esta semana, cuando el portal Eje Central publicó una nota con el alarmante titular: “Desaparecen 192 estudiantes de la Universidad Veracruzana tras inundaciones e intensas lluvias en Veracruz: esto se sabe”.
El titular, diseñado para encender alarmas, se viralizó en cuestión de horas. En redes sociales, cientos de cuentas replicaron la versión sin verificarla, mientras los familiares de estudiantes en la región norte vivían horas de angustia. Sin embargo, la realidad fue otra: la Universidad Veracruzana (UV), a través de un comunicado institucional, desmintió categóricamente esa versión.
“Contrario a lo difundido, no existen estudiantes desaparecidos. Lamentablemente, una de nuestras alumnas, Diana Jael Cuervo Santos, de Psicología, perdió la vida durante la emergencia. Se ha acompañado a su familia y se realiza un censo para identificar a quienes resultaron afectados”, precisó la casa de estudios.
El texto oficial agregó que la UV desplegó desde el primer momento una red solidaria para apoyar a estudiantes y población en general, habilitando refugios temporales, centros de acompañamiento y recolección de víveres. En resumen: la institución respondió, actuó y comunicó. Pero la noticia falsa ya había cumplido su cometido: generar alarma, desinformar y golpear, indirectamente, la imagen del Gobierno del Estado.
Este no es un episodio aislado. En las últimas semanas, varios medios y portales nacionales han venido alimentando una narrativa sistemática de descrédito, mezclando medias verdades con insinuaciones, descontextualizaciones y titulares diseñados para el escándalo.
Uno de los ejemplos más recientes fue la supuesta “cancelación del seguro de daños catastróficos” contratada por el gobierno anterior. La versión, difundida por diversos espacios informativos, cobró fuerza luego de que el conductor Alejandro Aguirre, de Grupo Oliva Radio, reportara en cadena nacional a través de Grupo Fórmula que la administración de la gobernadora Rocío Nahle García habría dejado sin cobertura a la población ante desastres naturales.
El propio contexto desmintió la narrativa: ninguna dependencia estatal confirmó tal cancelación, y la Secretaría de Finanzas aclaró que los recursos para atención a emergencias se encontraban disponibles conforme a las normas presupuestales. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. El rumor había sido instalado.
Otro caso fue la manipulación de un video tomado durante una visita de la gobernadora a Poza Rica, donde supuestamente se mostraba una respuesta hostil hacia una reportera que le cuestionaba sobre dicho seguro. Días después, se comprobó que la escena había sido editada para sugerir un intercambio inexistente. Aun así, el fragmento circuló ampliamente en redes, impulsado por cuentas de contenido político disfrazadas de “noticieros ciudadanos”.
¿Hasta dónde se puede llamar periodismo a ese comportamiento?
No se trata de negar la crítica ni de exaltar a la autoridad. Se trata de defender la verdad, incluso cuando incomoda. El periodismo es, ante todo, un ejercicio de responsabilidad social. Pero lo que observamos hoy en buena parte de la llamada “prensa carroñera” es un fenómeno distinto: la utilización del periodismo como instrumento de presión política o económica.
Lo que antes se conocía como chantaje mediático —ese viejo oficio de ciertos consorcios que exigen contratos de publicidad a cambio de silencio o complacencia— ha encontrado en las redes sociales y los portales digitales un terreno fértil para renacer. Ya no se necesita una portada impresa o una exclusiva televisiva; basta con un tuit viral o una nota alarmista.
En Veracruz, varios de estos intentos se han documentado. Algunos medios han intentado condicionar coberturas o exigir convenios publicitarios bajo amenaza de campañas negativas. Otros buscan obtener contratos de aseguramiento, obras o servicios disfrazados de “alianzas estratégicas”. La lógica es simple: si no pagas, te destruyo.
Esa es la nueva fórmula del periodismo sin alma, del carroñero que se alimenta del sufrimiento ajeno y de la manipulación emocional. Y el problema no es sólo local. Lo mismo ocurre en Tabasco, Tamaulipas, Oaxaca o Guerrero, donde las lluvias y desastres naturales se han convertido en moneda informativa para medios que lucran con el caos.
No se trata, insisto, de una persecución contra la prensa. Se trata de poner en el centro del debate el concepto de ética periodística. Porque la libertad de expresión, pilar fundamental de la democracia, no puede ser usada como escudo para el engaño.
Cuando un medio publica información falsa —sin verificar, sin contexto, sin fuentes— no está ejerciendo libertad de expresión, sino banalizando el derecho ciudadano a estar bien informado. Cuando un periodista tuerce los hechos o los omite deliberadamente, no está haciendo periodismo: está haciendo propaganda disfrazada.
México vive una paradoja peligrosa. Mientras más acceso hay a la información, más desinformados estamos. La saturación de datos, imágenes y narrativas contradictorias ha generado una ciudadanía confundida, fatigada y desconfiada. Y esa confusión beneficia a quienes buscan imponer su propia verdad.
El Estado, por su parte, debe mantener su obligación de informar con transparencia y prontitud. En momentos de crisis —como los que atraviesa Veracruz—, el vacío informativo es el peor enemigo. La demora o la ambigüedad en la comunicación oficial abre la puerta a los rumores. Por eso, la coordinación que ha mostrado el Gobierno de Rocío Nahle con la Federación y los municipios resulta fundamental. Las conferencias conjuntas, los informes técnicos y las actualizaciones continuas son la mejor defensa ante la infodemia.
Pero no basta con desmentir. Hay que educar. Urge una política pública de alfabetización mediática que enseñe a los ciudadanos a distinguir entre información y manipulación. Urge también una discusión seria dentro del gremio periodístico sobre los límites éticos y las consecuencias de la mentira deliberada.
Porque detrás de cada “nota falsa” hay víctimas reales: familias que entran en pánico, comunidades que desconfían de las autoridades, instituciones que ven dañada su reputación. En este caso, fue la Universidad Veracruzana la que tuvo que salir a desmentir, pero mañana podría ser cualquier otra institución pública o privada.
Los medios tienen derecho a cuestionar, pero también la obligación de verificar. Tienen derecho a ser críticos, pero no a ser crueles. Tienen derecho a buscar audiencia, pero no a costa de la angustia de los demás.
El periodismo no es un negocio de carroña. Es, o debería ser, un oficio de servicio.
La prensa carroñera, en cambio, no busca informar: busca cobrar. No busca esclarecer: busca provocar. No busca construir ciudadanía: busca hundirla en la incertidumbre.
Mientras Veracruz intenta ponerse de pie entre lodo y pérdidas, mientras miles de familias reconstruyen sus hogares, mientras estudiantes y maestros de la UV reanudan clases, hay quienes todavía encuentran rentable fabricar mentiras y disfrazarlas de noticias. Es un acto de perversión. Y peor aún: un reflejo de la degradación de valores en una parte del gremio que olvidó su razón de ser.
A esos medios no los mueve la verdad ni el compromiso público, sino la conveniencia. Son los nuevos mercaderes del dolor, los que venden indignación en paquetes virales y fabrican crisis donde hay esfuerzos colectivos.
La ética, decía Kapuściński, no es un adorno del periodismo: es su esencia. Sin ella, lo demás —la técnica, la narrativa, el estilo— es puro maquillaje.
Veracruz y México merecen una prensa crítica, sí, pero también decente. Una prensa que acompañe, cuestione, proponga y construya. No una prensa que se alimente del sufrimiento ajeno ni que busque hacer de la tragedia una moneda de cambio.
Porque si el periodismo pierde su humanidad, la sociedad pierde su brújula.
Al tiempo.
astrolabiopoliticomx@gmail.com
“X” antes Twitter: @LuisBaqueiro_mx