“En las adversidades sale a la luz la virtud”. – Aristóteles.
La reciente tragedia en el norte de Veracruz —con el desborde del río Cazones que anegó Poza Rica y municipios vecinos— exige una lectura fría: la emergencia puso en evidencia décadas de deficiencias en la gestión hídrica, y en particular el papel que ha jugado la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
Aunque Conagua emite pronósticos y reporta labores de desazolve y protección en cuencas vulnerables, las lluvias extremas de octubre sobrepasaron capacidades preventivas y dejaron zonas históricamente señaladas como de riesgo sin la obra física necesaria para contener corrientes excepcionales.
En los últimos diez años, el patrón ha sido repetitivo: alertas metereológicas claras, respuesta escueta en prevención estructural y limpieza reactiva después del desastre.
El dragado y la limpieza periódica de cauces —no como acto simbólico, sino como política permanente y fiscalizada— son primordiales. El sedimento, la maleza y la basura reducen la capacidad de desalojo de los ríos; cuando llegan precipitaciones extraordinarias, el agua busca desbordarse por donde puede, arrastrando viviendas y vida humana.
La experiencia reciente demuestra que los mapas de riesgo no valen si atrás no hay inversión sostenida en dragados, muros de contención, revestimientos y restauración de riberas.
La cuantificación económica también obliga a pensar a largo plazo: informes periodísticos y gubernamentales sitúan en 2025 pérdidas en Veracruz por desastres en el orden de los miles de millones —cifras preliminares estiman alrededor de 2,800 millones de pesos solo en la entidad— mientras que el gobierno federal destinó un fondo inicial de 10,000 millones para atender a cinco estados afectados. Eso da una idea del volumen de recursos requeridos para la recuperación inmediata y la reconstrucción.
En lo municipal: Poza Rica concentró impactos severos —se reporta la entrega inicial de 20,000 pesos a cerca de 3,500 familias de las colonias más golpeadas—; colonias como Gaviotas y La Floresta siguen entre las más afectadas.
En Cazones de Herrera se activaron decenas de albergues (reportes mencionan 19 albergues temporales), que ilustran la dimensión social del desastre en municipios ribereños. Estos números obligan a priorizar acciones focalizadas.
¿Qué hace falta de la sociedad?
Tres compromisos claros: 1) presión ciudadana sostenida para exigir dragados periódicos con calendarios públicos y seguimiento ciudadano; 2) organización vecinal para limpieza de cauces y manejo de residuos que obstruyen drenes; y 3) evitar la ocupación de fajas de inundación y exigir relocalizaciones cuando las autoridades identifiquen riesgo inminente.
El Estado debe aportar planes y dinero, pero sin una sociedad vigilante y prácticas locales de mitigación, las obras quedarán incompletas y las tragedias, repetidas.
Estimar la recuperación completa: entre 1–3 años para la reactivación básica y hasta 5–7 años para restaurar infraestructura productiva y social, si la inversión es rápida y bien dirigida —de lo contrario, la región cargará con pérdidas por más tiempo.
Veracruz necesita política hídrica con memoria: dragados programados, inversión en infraestructura ribereña y ciudadanía organizada. Sin eso —más allá de apoyos coyunturales— seguiremos contando las mismas historias cada temporada de lluvias.
Al tiempo.
astrolabiopoliticomx@gmail.com
“X” antes Twitter: @LuisBaqueiro_mx