Por Miguel Ángel Cristiani
“¿Para qué queremos tantos institutos locales, si ya hay casillas únicas, ya la fiscalización se hace de manera centralizada?”. La pregunta la lanzó Claudia Sheinbaum el pasado 11 de agosto, en el marco de su propuesta de reforma electoral. Una frase aparentemente inocente, pero que encierra la intención política más profunda de la 4T: desaparecer los Organismos Públicos Locales Electorales (OPLES) y centralizar el control de las elecciones en el INE, un instituto que, como todos sabemos, ya no es el contrapeso incómodo que solía ser.
El planteamiento merece tomarse en serio, porque lo que está en juego no es un tecnicismo burocrático, sino el equilibrio mismo del sistema federal mexicano.
No es casualidad que los OPLES se encuentren hoy debilitados. El gobierno federal y varios estados afines a Morena han asfixiado a estos organismos con recortes presupuestales sistemáticos, reduciéndolos a la inoperancia. Una estrategia muy propia de la 4T: quitarles los recursos para después presentarlos como ineficientes. Y sobre esas ruinas, justificar su desaparición.
El discurso oficial suena pragmático: simplificar, ahorrar, eliminar redundancias. Pero en el fondo late un objetivo político inconfundible: el control total del proceso electoral.
Guadalupe Taddei, presidenta del INE, fue cuestionada sobre la desaparición de los OPLES y respondió con cautela: “el dilema está en descifrar si es correcto” y si “es posible que se sumen a las funciones del instituto”. Agregó que “es temprano” para opinar.
Pancho López, el filósofo ateniense xalapeño nos comentó “Pero todos sabemos que en la 4T no hay debate ni deliberación: las reformas presidenciales no se negocian ni se modifican, se aprueban tal cual. cuando la decisión política ya está tomada.
Dos especialistas ofrecen posturas encontradas que ayudan a dimensionar el problema.
José Luis Palacios Blanco señala que los OPLES encarecen las elecciones y generan confusión ciudadana al duplicar funciones. Reconoce que varios gobernadores han preferido tener organismos electorales “cercanos”, una práctica que abrió espacios a la manipulación local. Pero advierte algo crucial: si las funciones de los OPLES pasan al INE, éste quedará bajo control del régimen. Dicho de otro modo: se elimina el riesgo de manipulación local, para dar paso al control central absoluto.
Del otro lado, Tonatiúh Medina recuerda que los OPLES tienen defectos —corrupción, rezagos institucionales y el golpe constitucional de 2014 que les restó facultades frente al INE—, pero advierte que su desaparición sería letal: “La democracia local no es un lujo; es la raíz que sostiene la nación. Cortarla es invitar al colapso”.
La metáfora es potente: sin órganos electorales locales, México se convertiría en un país donde las reglas se dictan desde un centro distante, incapaz de percibir la diversidad política, social y cultural de cada estado.
La Constitución mexicana reconoce a los estados como entidades libres y soberanas en todo lo que no esté reservado a la Federación. Esa es la base del federalismo. Los OPLES, creados en 2014 como sustitutos de los antiguos institutos estatales electorales, materializan ese principio: garantizan que las elecciones locales se organicen desde lo local, con reglas propias y con contrapesos inmediatos.
Eliminar a los OPLES no abarataría los costos —como asegura Sheinbaum— porque alguien tendría que asumir su trabajo, y ese sería el INE. Para organizar elecciones locales en 32 estados, el instituto tendría que contratar más personal y ampliar su presupuesto. Es decir, se ahorran organismos, pero no dinero.
Lo que sí se pierde es la esencia del federalismo electoral. Y, con ella, la posibilidad de que los ciudadanos de cada entidad tengan un árbitro cercano y específico para sus procesos políticos.
La experiencia reciente en Veracruz lo demuestra: en las elecciones de junio pasado, los resultados locales tardaron tres semanas en definirse, generando incertidumbre social. Si el INE absorbe todos los procesos locales, sin infraestructura suficiente y con un gobierno decidido a controlarlo, la incertidumbre no será la excepción, sino la regla.
Lo que pretende la 4T es simple: controlar las elecciones desde la Ciudad de México, borrar identidades locales, reducir a los estados opositores a espectadores. Al más puro estilo del viejo régimen priísta, que nunca soltó las riendas de los comicios.
La desaparición de los OPLES no es un debate técnico ni financiero. Es una batalla por el alma del federalismo mexicano.
Si prospera la iniciativa, los estados perderán su autonomía electoral y, con ella, un pedazo esencial de su soberanía. Los ciudadanos quedarán sujetos a un árbitro único, con menos cercanía, menos pluralidad y más control central.
Sí, los OPLES son perfectibles. Sí, requieren transparencia, profesionalismo y rendición de cuentas. Pero desaparecerlos equivale a tirar el corazón de la democracia local para entregarlo a un centro cada vez más hegemónico.
Los estados opositores deben resistir. Defender a los OPLES no es defender burocracias, es defender el federalismo, la pluralidad y la posibilidad misma de alternancia. Porque una vez que el control electoral quede en manos de un solo poder, el camino a un régimen de partido único será inevitable.