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Cuidar lo común para construir seguridad

by Zaira Rosas

Se escuchan balazos cerca de casa, los vecinos comienzan a pedir auxilio y se oyen las patrullas, nadie se atreve a salir para saber qué pasa, pero tampoco resulta extraña la narrativa, pues en México nos hemos acostumbrado a estos impactos. Los titulares hablan constantemente de violencia, crímenes, mensajes amenazantes del crimen organizado, pero poco hablamos del deterioro en los espacios públicos y de lo mucho que esto podría vincularse con nuestra seguridad.

En 1969 el profesor Phillip Zimbardo realizó un experimento, dejó dos vehículos abandonados en colonias distintas para probar cómo reaccionaban las personas. De primera instancia el vehículo abandonado en un barrio con condiciones precarias fue sumamente vandalizado, en cambio el segundo prevaleció intacto hasta que para el estudio se hizo un pequeño cambio: rompieron una ventana del vehículo, por lo que en poco tiempo fue igualmente dañado.

El anterior experimento dio paso a otra teoría: “la teoría de las ventanas rotas”, misma que desde la criminología habla de cómo los delitos son mayores en zonas de descuido, suciedad y desorden. Es decir, la inseguridad no solo va ligada a la pobreza, sino a factores psicológicos que asociamos de alguna forma con la estética, donde aquello que se ve dañado pareciera que nos brinda el permiso de que se afecte aún más.

Lo anterior podría quedar solo en teorías sin embargo hay espacios alrededor del mundo como Medellín, donde se ha hecho lo contrario, se ha invertido en cuidar de espacios públicos dando oportunidad a mejores condiciones de vida donde antes solo había caos y violencia.

Conocer estos casos de éxito nos sirve para comenzar a prestar atención a nuestro entorno. ¿Cuántas calles han quedado devastadas por falta de mantenimiento? ¿Cuántos parques se han convertido en lotes baldíos o en basureros improvisados? Si bien hay una responsabilidad gubernamental, también la hay desde la colectividad social, pues hemos permitido que pequeñas grietas se incrementen dejando perder espacios que podrían ser de desarrollo y esparcimiento.

La lógica es clara: un parque limpio invita a ser usado, pero uno descuidado pronto será evitado por las familias y ocupado por actividades ilícitas. Una banqueta iluminada permite caminar con confianza, mientras que la oscuridad genera miedo y abre la puerta a delitos. Lo que parece un detalle estético es, en realidad, una condición de seguridad.

El deterioro visible se convierte en un recordatorio constante de que “aquí no importa lo que pase”. Y cuando la comunidad interioriza ese mensaje, se instala un círculo vicioso: dejamos de usar los espacios, dejamos de exigir que se cuiden y dejamos que el abandono avance. Así, poco a poco, contribuimos a nuestro propio deterioro.

Pero también existe la otra cara. Una comunidad que decide organizarse puede dar un giro radical a esta dinámica. No se trata de sustituir al gobierno, sino de reconocer que lo común nos pertenece y que, cuidarlo, también es nuestra responsabilidad. Hay ejemplos sencillos: vecinos que adoptan un parque, jóvenes que pintan murales en bardas antes llenas de grafiti vandálico, colonias que se coordinan para reportar luminarias fundidas o limpiar calles. Acciones pequeñas que envían un mensaje poderoso: este lugar importa.

La pregunta entonces no es solo qué hará el gobierno por nosotros, sino qué estamos dispuestos a hacer nosotros por nuestro propio entorno. Porque si dejamos pasar las ventanas rotas, tarde o temprano el edificio entero se derrumba. Y en ese derrumbe, lo que perdemos no son solo paredes o banquetas, sino la confianza de vivir en comunidad.

Cuidar de lo común es cuidarnos a nosotros mismos. Y si bien las balas pueden parecer lejanas a la banqueta rota o al pasto seco del parque, la verdad es que todo está conectado. La seguridad comienza en lo pequeño. Depende de que no normalicemos el abandono y de que decidamos actuar, juntos, para que nuestras calles, plazas y parques vuelvan a ser espacios de vida y no de miedo.

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