Por Miguel Ángel Cristiani
“Coatepec no necesita que lo inventen: necesita que lo cuiden”.
El pasado fin de semana volví a caminar por las entrañables calles empedradas de Coatepec, el que para muchos —y para mí en particular— no es solo un Pueblo Mágico, sino un lugar de memoria viva, de aromas a café tostado y nieves de sorbete, de casonas con historia, de silencios llenos de relatos. Pero esta vez el paseo tuvo un doble sabor: el del recuerdo y el del reclamo. Porque mientras los coatepecanos hacen su parte por mantener viva la esencia del lugar, las autoridades, como ya es costumbre, no hacen nada… salvo figurar.
Fui con el pretexto de una consulta en la “Casa de la Salud” del doctor Jesús Ravelo, eminencia local en medicina naturista, ubicada en Arteaga 57, a unos pasos del palacio municipal. Y digo “pretexto” porque también era la oportunidad de constatar con los propios ojos lo que muchos ciudadanos han venido advirtiendo: que Coatepec está en riesgo de perder la denominación de Pueblo Mágico. Y no por un capricho burocrático, sino por simple desidia oficial.
La magia, como la confianza, no se decreta: se cultiva y se sostiene. Coatepec fue uno de los primeros pueblos en recibir esta distinción turística, no por arte de magia sino por su arquitectura vernácula, su vocación cafetalera, su identidad viva. Pero hoy, ese patrimonio sufre la carcoma del abandono. Ahí están, como símbolo de la incuria, las letras de “COATEPEC” frente al palacio municipal: descascaradas, maltrechas, como metáfora del descuido. Si no pueden mantener pintadas seis letras, ¿qué podemos esperar del resto?
El nuevo secretario de Turismo, Igor Rojí López, prometió atender el deterioro de los Pueblos Mágicos del estado. ¿Ya se habrá dado una vuelta por Coatepec? ¿Habrá visto el kiosco, las calles rotas, el desorden vial? ¿O acaso sigue atrapado en la lógica del escritorio, creyendo que la promoción turística se hace desde un PowerPoint y no desde el territorio?
Y sin embargo, Coatepec resiste. Caminando por Arteaga, uno se topa con rincones que todavía invitan a sentarse, a saborear el tiempo. Entré al restaurante El Chéjere, una joya culinaria escondida, donde unas enmoladas de plátano frito y unos chilaquiles rojos le devuelven a uno la fe en el talento local. Mientras comía, entró un grupo de más de treinta turistas: prueba de que, pese a la falta de promoción institucional, hay interés, hay visitas, hay movimiento. ¿Qué hace falta? Voluntad. Gestión. Visión.
Una joyería, unos metros más adelante, ofrecía una escena inusual: la dependienta atendía con fluidez a unos clientes extranjeros en inglés. ¿Dónde están los programas de capacitación turística, los apoyos al comercio local, la articulación institucional? Porque lo que los habitantes hacen por su cuenta, las autoridades deberían hacerlo por obligación.
Sí, Coatepec tiene historia. Y sí, Coatepec tiene magia. Pero la historia se olvida si no se preserva, y la magia se evapora si no se cuida. Lo sé por experiencia: en los años 70 estudié ahí mismo, en la escuela Ramírez Cabañas. Lo que era entonces un pueblo sereno de neblinas y cafetales, ahora es un municipio con dos rostros: uno turístico para la foto, otro real para el habitante común, que ve cómo las promesas llegan en época electoral y se esfuman al día siguiente.
La anécdota que circuló recientemente —la de un sujeto caminando por las calles con una cabeza humana en la mano, tras haber decapitado presuntamente a su agresor— podría parecer una historia de nota roja o de serie macabra. Pero más allá del morbo, revela el abandono profundo de las estructuras sociales, de la seguridad pública, de la salud mental. Si eso no es una señal de alerta, entonces ¿qué lo es?
Coatepec necesita algo más que buenos restaurantes, turistas despistados o recuerdos nostálgicos. Necesita un gobierno local que lo entienda, lo valore y lo defienda. Necesita autoridades estatales que no solo vengan a tomarse la foto, sino que inviertan en infraestructura, campañas de promoción turística y conservación del patrimonio.
Porque un Pueblo Mágico no puede sostenerse sólo con encanto. Hace falta compromiso. Y ese, lamentablemente, brilla por su ausencia.
Los coatepecanos hacen su parte. ¿Y las autoridades? Bien, gracias.
Es momento de exigir, de señalar y de actuar. No para que Coatepec recupere su título —ese lo tiene por derecho propio—, sino para que no se lo arrebaten quienes con su omisión lo están dejando caer. Porque cuando un pueblo como Coatepec empieza a perder su brillo, no es culpa de su gente… es culpa de sus gobiernos.
Y como decimos los viejos periodistas: lo que se escribe, queda. Ojalá también quede quien escuche. Porque Coatepec lo vale. Y lo merece.