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Y yo, y yo, y yo también

by Pilar Ramirez

Es una incógnita si las rencillas al interior de Morena le permitirán ver al partido que en no pocas ocasiones la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum ha presentado una mejor cara y tomado mejores acciones que el resto de los integrantes de su partido, incluido el Presidente.

Para empezar, Sheinbaum descartó polemizar con AMLO o con el subsecretario Hugo López Gatell acerca del uso del cubrebocas, pero dejó claro que en la Ciudad de México sería obligatorio para ingresar al transporte público y a los comercios, sin acudir a la fuerza pública en caso de que la población se negara a usarlo, para evitar hechos lamentables como el del joven Giovanni López, detenido en Guadalajara por no usar cubrebocas y después entregado muerto a su familia.

En sus declaraciones sobre la marcha feminista del 8 de marzo se solidarizó con las mujeres, no minimizó ni subestimó su movimiento. No se preguntó por qué el Zócalo no se llenó. Por el contrario, señaló que entendía las razones del enojo ante la violencia hacia las mujeres y agregó que ella misma había sido víctima de acoso en el transporte público y por parte de un profesor universitario. Reconoció así la violencia sistemática, la normalizada y la que no lo está, contra las mujeres. Con una sola mujer que sufriera cualquier tipo de violencia y su agresor quedara impune, pero además que tal impunidad contara con la bendición social estaríamos hablando de una sociedad injusta.

Como demostración de que la violencia contra las mujeres en México se produce como afirma Rita Segato “en un contexto en el que la víctima [ocupa] una posición subordinada naturalizada por la tradición”, al día siguiente de la marcha se dieron a conocer casos de profesores universitarios haciendo alarde de su machismo escondido hasta hace poco en sus credenciales académicas y en la privacidad de las aulas, que ahora se muestra a menudo con las clases en línea que pueden ser grabadas y reproducidas en las redes.

El profesor Genaro Castro Flores, de la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM se expresó en estos términos:

“yo agarro una brigadita secreta y agarro do o tres mujeres y me las llevo, las detengo y ahí las cuestiono. No le hace que al rato esté en el bote, pero te voy a torturar para que me digas quién te paga, quién te manda y cuál es tu objetivo”.

Además de admitir estar dispuesto a cometer ilícitos contra las mujeres como el secuestro y la tortura, Castro Flores asume que las mujeres no pueden pensar por sí mismas, si hacen una marcha es porque alguien (muy probablemente un hombre) le paga, pues por lo visto para él no hay razones para que las mujeres protesten. La UNAM emitió un comunicado en el que informó de la separación de este profesor del grupo, pero no explicitó si lo separaba del empleo. Las declaraciones de Castro Flores son suficientes para que el Consejo Técnico de la Facultad determinara su cese.

Otro profesor de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, ante la ausencia de una alumna, el día 9 de marzo, que se sumó a la huelga de mujeres, también en un lenguaje muy florido dijo a sus alumnos:  “No me estén jodiendo las pelotas. La forma de defender a la mujer es trabajando, [siendo] polivalente, chingona, empoderada, no siendo huevonas”.

Uno más de la Universidad Panamericana, Alfonso López Portugal Aguirre, también se burló del “un día sin nosotras”. “Voy a hacer una pregunta bastante justa, equitativa y constitucional: ¿Cuándo es el día de los hombres?” inquirió a sus alumnos varones, muy acorde con el perfil de un profesor de ¡Derecho! y uno de ellos respondió que era el 19 de noviembre. “¿Y nos van a dar chance ese día de faltar, ir a echar desmadre y vomitar, ponernos briagos?” preguntó el lastimado profesor ante la supuesta inequidad de género. Presentó su renuncia al hacerse pública su particular forma de enseñar Derecho.

La senadora de Morena, Verónica Camino, defendió al candidato por la gubernatura de Guerrero, Félix Salgado Macedonio, yéndose en contra de las mujeres que lo han denunciado, con el consabido argumento de “¿por qué no dijiste nada antes?”, porque las mujeres también aprender a ser cómplices del machismo.

Basilia Castañeda, una de las dos denunciantes de Salgado, que lo acusa del delito de violación contra una menor, pues fue víctima cuando tenía 17 años, delito que no prescribe, tomó la decisión de desistirse de la acción jurídica contra Salgado porque tanto la Fiscalía de Guerrero como la Fiscalía General de la República ha violentado sus derechos como víctima. El acoso debe ser terrible, empezando por la descalificación que provino del mismísimo Presidente, de modo que ha preferido solicitar el apoyo de mecanismos internacionales debido a que se siente amenazada.

Estos son sólo algunos de los muy pocos casos que trascienden a los medios. Los feminicidios quedan en una estadística y, de tan frecuente que es el hecho, escondidos en notas “de relleno” en los medios. Si las cifras oficiales son alarmantes, debería horrorizarnos pensar en la cifra negra de la violencia contra las mujeres.

Si contabilizáramos todas las bofetadas, insultos, toqueteos, solicitudes impropias aprovechando posiciones de poder, violencia nutricional, la doble o triple jornada, la violencia institucional, el manoseo, las descalificaciones, la ridiculización, las innumerables ocasiones en que sin permiso de una mujer se han circulado sus fotos de desnudos en las redes, la humillación pública, despojar a las madres de sus hijos con el madruguete de la solicitud de guarda y custodia para lo cual basta tener recursos y amigos jueces, los golpes, los levantones, la esclavitud sexual, la trata, las violaciones que se callan para “no separar o avergonzar a la familia” y los feminicidios que no llegan a ser investigados llenaríamos muchas, muchísimas veces el Zócalo.

Quien esto escribe fue víctima de acoso laboral e institucional por varios años, por parte de un subdirector de Radiotelevisión de Veracruz, con intentos de descuentos, cambios de adscripción para asignarme tareas administrativas y cualquier acción legal pero ilegítima que me pudiera perjudicar. Lo último fue cuando denuncié a un funcionario, solapado por mi acosador, que robaba las notas de reporteros, les cambiaba una o dos palabras, las firmaba como suyas y las vendía a medios particulares. Lo hice del conocimiento del director, quien dejó en manos del subdirector en comento la decisión. ¿Imaginan cuál fue? Me castigó quitándome la revisión de notas. La congeladora como se conoce en el lenguaje burocrático. Y la congeladora ha estado muy fría. Tanto, que ahora gano lo mismo que hace más de diez años. Cuando llegó el yunismo denuncié en la reunión a la que convocó el nuevo director para presentarse ante el personal, lo irregular que resultaba que ese subdirector fuese al mismo tiempo el líder del sindicato al que le reconocen el contrato colectivo. Le quitaron el puesto dos años, pero continuó como líder sindical y como conductor de un programa. A ese priísta de hueso colorado, excandidato por el PRI a la alcaldía de su municipio, la 4T lo premió de nuevo con la misma subdirección, puesto al que regresó con su escudero plagiario. Lo puedo decir sin ambages, es una unidad administrativa machista.

Mi caso no ha sido el único, por lo menos no el único que se ha hecho público. Trascendieron las conversaciones de otro conductor que se refería en términos humillantes, burlones, discriminatorios y racistas de una compañera de trabajo. Su “castigo” fue ofrecer una disculpa frente al personal. Es cuestión de comenzar una conversación para enterarse de violencia de distinto grado. La Unidad de Género es decorativa. Si en una institución como una televisora pública, de corte cultural y educativo pasan estas cosas, es cuestión de multiplicar por cada oficina pública y particular. Sumar lo que ocurre en las escuelas tanto públicas como privadas y en las universidades.

            Así como las alumnas han denunciado a sus profesores, del mismo modo que la jefa de gobierno de la Ciudad de México ha manifestado haber sido víctima de violencia, así deberíamos tener la opción de buscar justicia ante la violencia cotidiana, generalizada y normalizada en nombre del orden y la preservación del sistema. Una violencia que se esconde en la complicidad, en el miedo al laberinto burocrático o legal y a la marginación para frenar la denuncia porque las víctimas sabemos que no pasará nada o mejor dicho, que lo pasaremos muy mal. Pero no hay más remedio que armarnos de valor y denunciar, una y otra vez. Trabajar por el reconocimiento de este contexto de violencia y acudir al mismo tiempo a la acción política. Empezamos hace muchos años y no hay razón para detenernos, sino muchas para continuar. ¿Huevonas?, ¿manipuladas?, ¿pagadas? sólo en los delirios de un sistema patriarcal injusto y deshonesto.

@pramirezmorales

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