“75 años de vida.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
Hace un mes mi amigo el filósofo Gustavo Salmerón Jiménez, en nuestra acostumbrada reunión mensual para dialogar, tomar vino y conversar, me sugirió que uno de los artículos del mes de diciembre se lo dedicara a Gonzalo Celorio, ya que este personaje en el presente año cumplió 75 años de edad y es un destacado lingüista y literato. Mi respuesta fue que de nombre lo conocía, más no había leído ningún libro suyo. Inmediatamente mi amigo el filosofo me entregó el libro de Gonzalo Celorio titulado: “Para la asistencia pública”, publicado en 1985. –Hijo, hay un ensayo sobre Carpentier, algo sobre Julio Cortázar, Sergio Fernández, artículos sobre la utilización del lenguaje del propio Gonzalo Celorio, en fin…sé que lo disfrutarás. –
Cuando me acerco a un libro lo primero que hago es conocer ante qué escritor estoy. Sabía que Gonzalo Celorio es director de la Academia Mexicana de la Lengua, no más. Al momento de empezarlo a leer me gustó lo narrado. Quien escribe no es un experto ni erudito del lenguaje, pero detecté luego luego la exquisitez del lenguaje, la amplitud del mismo, la claridad y la sencillez con que narra y, sí, al avanzar la lectura me encontré con el ensayo sobre Alejo Carpentier: “Yo conocí a Alejo Carpentier”, éste no tan sólo me atrapó, además, me influyó para escribir el presente artículo.
Gonzalo Celorio nos cuenta que conoció a Carpentier en el año 1967 en “la consagración de la primavera”. Afirma que desde ese primer encuentro quedó fascinado por la forma tan rica y variada en la que el escritor cubano narra sus historias. “Cuando el escritor dispone de un vocabulario tan extenso que para todo lo que ha de decir tiene la palabra justa, ciertamente la expresión es feliz por su exactitud y rica por su diversidad.” En la lectura inmediatamente noté que Celorio se estaba burlando de toda la manada que en el año de la muerte de Carpentier escribió crónicas, artículos, reseñas, etc., donde se ufanaban que habían conocido a Carpentier y en muchos casos seguramente ni un libro de él habían leído. Entonces, Celorio relata la enorme amistad que tuvo con el escritor y que desde el año 1967 vivió una realidad maravillosa en el reino de su mundo creado.
En este primer encuentro con Gonzalo Celorio confirmé que el empleo del lenguaje es un ejercicio que se aprende día a día y se perfecciona al momento de leer a escritores como Carpentier y al mismo Celorio. Algo más, si se cuenta con un lenguaje sencillo pero refinado, asimismo, claro, preciso y conciso, se podrán escribir pequeños artículos donde el lector lo comprenderá a plenitud, e incluso, aunque el tema pueda parecer ordinario, que no creo lo sea, aun así, la forma de narrar el tema logrará que el lector quedé cautivado, reflexivo, en muchos casos colectivamente quedamos desnudados ante un prejuicio discriminatorio que ahí está, veamos un ejemplo en la sección: “Modo de muerte” en el apartado cinco, aquí Gonzalo Celorio narra lo siguiente:
“Estudios sociológicos y estadísticos la llaman con falso decoro empleada doméstica. La lengua hablada le dice sirvienta, criada o muchacha; de manera eufemística, secretaria y aun compañera; de manera metafórica y peyorativa, gata. Pero generalmente se le nombra con el nombre de un pronombre: ésta.
A modo de ejemplo de tal sustitución pronominal, dejo caer algunas frases reconocidas en ese momento incómodo en que espero a que mis hijos salgan de la escuela: – ¡Cómo quieres que esté, si no llegó ésta! –Éstas ya no son las de antes. Están destinadas a desaparecer. –A éstas les das la mano y te agarran el codo. –No es el sueldo. Yo a éstas les doy agua, luz, casa, gas, hogar, y hasta cariño, de veras. Comen de lo que uno. Yo las trato como iguales. –Yo a éstas las trato como hijas. Y así responden. –Estamos en manos de éstas. –Con éstas no se puede. –No, la verdad es que éstas no tienen nombre. Ciertamente, éstas no tienen nombres. Ni siquiera nombre.”
Continué conversando con Gonzalo Celorio. Reconocí que en los dos párrafos anteriores describió una manera muy elitista, clasista y peyorativa de sentir y expresarnos que sigue vigente. En el ensayo titulado: “Escrito sobre el escritorio”, me hizo pensar en algo que pasará, aunque deseo que pronto no pase, inclusive, el orden de los hechos puede cambiar, por mi hijita Grecia no deseo suceda así. Lo natural sería vivir: la muerte de mi padre. La parte dos de este ensayo inicia con estas palabras: “Cuando murió papá, yo tenía la edad de Alicia, del pequeño escribiente florentino, del grumete que llegó a almirante…Lo primero que hice cuando mis hermanos me despertaron para decirme que ya, fue sentarme, todavía amodorrado, en la enorme silla giratoria y husmear los cajones del escritorio de papá.” A partir de aquí relata algunos detalles de la vida de su padre y el narrador concluye desahogándose; concluye mostrándonos que: “Escribir es una manera de quedarse en casa: tener la sal de uvas a la mano para aliviar la acidez sin necesidad de levantarse…Tres: Si escribir, como deducen los intrusos destinatarios de las cartas que Rilke dirigió al joven poeta Kappuz, es trasponer los límites, mi escritorio es mi barco, mi cama, mi álbum, mi ataúd.”
En la lectura de este libro de Gonzalo Celorio aprendí nuevas palabras, una forma muy sutil de narrar y contar. También la lectura en algunos pasajes me causó cierta sensación de nostalgia, particularmente en sentir lo rápido que transcurre el tiempo. ¡Imagínese que la única vez que Gonzalo Celorio conoció y pudo saludar muy nerviosamente a Carpentier fue en 1975! “Esa fue la primera vez en mi vida que vi a Alejo Carpentier. También la última.” El ensayo donde nos cuenta todo esto se publicó en 1980, año en que el escribidor del presente artículo nació. ¡Imagínese cómo no sentir nostalgia por la rapidez del tiempo! ¿Qué podemos hacer? Como reza el poema de Leduc: “Sabia virtud de conocer el tiempo” …Sabia virtud aprovechar, disfrutar, vivir, narrar nuestro propio tiempo.
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