* Un reportero en el filo de la muerte * Libro contra la mordaza * Cuando el narco aprieta * Y el periodista lo desafía * Ursúa deja CAEV * Se profundiza la investigación * Zeus y el montaje * Video muestra cómo fue la aprehensión * Mariela truena en Patrimonio
MUSSIO CARDENAS ARELLANO
Publicada en mussiocardenas.com
26 de octubre de 2017
Frente a la muerte, al amago del sicario, Ignacio Carvajal tienta a su suerte hilando relatos de vidas truncadas y violencia sin fin, del silencio forzado, la información matizada y el desafío del que se resiste a callar.
“¿Cuándo llegará mi turno?”, se cuestiona el sagaz reportero cuyas historias retratan la brutalidad de los cárteles, la corrupción oficial, el dolor de las víctimas y el riesgo de los periodistas por buscar la verdad.
Su voz, como las de otros 21 periodistas en diversos rincones de México, se condensa en Romper el Silencio, libro que recoge el testimonio de este pull de profesionales de la información, unos ante el fenómeno del narcotráfico, la imposición de su línea a los medios de comunicación, la presión a quienes escriben, las ligas de los malosos con el círculo de poder.
Otros hacen énfasis en la arbitrariedad del político y la tentación por acallar, la incomodidad que genera el texto crítico, la voz que por demoledora es contundente, el relato que muestra la rapacidad del que nace para gobernar.
Con el apoyo de Periodistas de a Pie, Romper el Silencio se conforma con la experiencia periodística de Nacho Carvajal, jefe de información del periódico Liberal del Sur y reportero de Blog Expediente, así como de Lucy Sosa, Ángeles Mariscal, Ismael Bojórquez, Luis Alberto Medina, Martha Izquierdo, Maricarmen Aguilar Franco, Kowanin Silva, Laura Sánchez Ley, Gerardo Romo Arias, Pedro Canché, Modesto Peralta Delgado, Patricia Mayorga, Carlos Manuel Juárez, Jesús Guerrero, Margena de la O, Darwin Franco Migues, Dalia Martínez, Martín Durán, Melva Frutos, Sergio Ocampo Arista y Norma Trujillo Báez, de La Jornada Veracruz.
De la visión Nacho Carvajal, de su entrega “Intoxicado”, se extraen algunos fragmentos, pasajes de su vida profesional en la zona conurbada Veracruz-Boca del Río y en el sur, el detrás de cámaras de la noticia que cubrió, las penurias frente al poder de los violentos, su ira, su demencia, su impunidad.
Un día, por ejemplo, constató que el narco lo sabe todo, el quién y el dónde, y cómo pegar:
En Veracruz la mafia te mata o te desaparece, pero si eres periodista primero busca tu “amistad” por la buena o por la mala. Conmigo fue al revés y primero me tocó regaño. Esa tarde el personero me hizo recordar ese mal rato:
“Hijo de tu puta madre, ¿no habíamos dicho que esa nota no se iba a manejar?”, me escupía la voz al otro lado del radio.
No era la primera amenaza, pero esta vez tuvo toda mi atención cuando escuché mi domicilio, las placas de mi coche y la señales de la ropa que usaba esa tarde. “Mira, cabrón, a ver cómo le haces, pero quiero que bajes esa madre, pero ya, si no…”, y se escuchó el sonido de la pistola subiendo el tiro a la recámara.
Otro día, que la Navidad es la Navidad, y que hasta a los narcos les disgusta matar y destazar en tan relevante ocasión.
Ipso facto le marqué a mi editor y le comenté el problema: que me tenían vigilado y que muy seguramente a ellos también, le pasé al costo cada una de las mentadas de madre y amenazas de hacernos cachitos para lanzarnos al canal de La Zamorana.
En un parpadeo bajó la nota y el tipo me volvió a marcar. Más relajado, incluso, alegre, “gracias, mijo, gracias por el favor, mira, la verdad, que uno no los entiende a ustedes, pinches reporteritos hijos de la chingada, si se les dice que eso no, pues no, hagan caso, cabrones”.
Continuó:
“Mañana es 24, ¿a poco no crees tú que me gustaría estar con mi familia pasando la fecha a todo dar, disfrutando y echando una chela, pero vea, tengo que andar resolviendo estas pendejadas que hacen. De esos que matamos, ni se preocupen, son escoria, no valen la pena tenerlos en la sociedad. Son Zetas mugrosos a los que hay que darles piso porque están haciendo daño. Ando haciendo una buena labor, y ustedes salen con sus mamadas de escribirlo. ¡Cómo les gusta chingar la madre!, ya, cabrón, sácate a chingar tu madre, pásatela chido, no sea pendejo y no ande publicando mamaditas.
Cerca de 10 minutos escuchando la voz de un desconocido que primero me quería despedazar y luego me contó lo frustrante que resultaba matar en vísperas de Noche Buena. Di por canceladas mis vacaciones. Si me iban a matar sería por cosas mías, no de otros. Las preguntas y cuestionamientos comenzaron a asaltarme. ¿Cómo tenían mi número de radio?, ¿cómo sabían tanto de mí, de periodistas que había conocido?
Y en otro momento Nacho Carvajal les dijo que sí, que le bajaría a su información, pero rechazando el billete:
—A los compañeros ya los conoces. Yo creo que ya sabes quiénes somos. Se trata de una nueva administración, una empresa que no viene a pelearse con ustedes ni a darles malos tratos. Queremos dejar eso atrás —me decía el enviado.
—No queremos publicidad, no más de la cuenta. Las cosas van a seguir pasando. Pero algunas creo que no nos gustaría verlas en los periódicos. A eso queremos que nos ayuden y por eso los andamos visitando.
En la mano portaba un folder, de ella se asomaba una lista con varios nombres tachados, casi todos conocidos.
—Tú no tienes que hacer nada, sólo olvídate de lo que ocurra en Veracruz y Boca del Río.
—Sí, mire, le doy las gracias por resolver esto personalmente, pues luego hay compas que se toman atribuciones y andan cobrando por uno, y uno sin saber en qué listas anda su nombre. Eso se agradece. Yo le digo, acá, con todo respeto, no me lo tome a mal, gracias por el ofrecimiento.
—Si cree que le puedo generar problemas —seguí— eso no va pasar, ni se va acordar de mí. Me olvido de Veracruz y Boca del Río, como dice. No me voy a pelear con ustedes por una nota, pero el dinero, por favor, eso si, lo dejamos a un lado. Les saldré barato.
Por decreto, en el duartismo, la violencia se esfumó. Cuenta Ignacio Carvajal cómo halló el gobierno de Javier Duarte la fórmula mágica para lograr la paz. Nadie moría por hechos de sangre. Aunque así fuera, no se podía informa así. Así fuera una ejecución, nadie podía morir por la acción de los malosos. Refiere:
¿Qué pasó en Veracruz y Boca del Río durante esos años, que coinciden con la llegada de Javier Duarte al gobierno del estado, de Arturo Bermúdez a la Secretaría de Seguridad Pública, y de mandos de la Marina a puestos clave en áreas de seguridad? No hay forma de contarlo sin voltear a las secciones de nota roja. Las personas comenzaron a morir por montones en las condiciones más absurdas, la mayoría por robos o accidentes. Eso tenían que decir las notas para no incomodar.
No había ejecutados ni ajustes de cuentas, menos levantones, aunque siguieran ocurriendo. De pronto las personas comenzaron a evaporarse. Desaparecían por todos lados mujeres, adolescentes, hombres en edad laboral, aunque la mayoría de víctimas eran jóvenes de los 18 a los 35 años.
Y los que eran llevados por la fuerza posteriormente recibían la correspondiente dosis de descrédito atribuyendo fuentes que los vinculaban con hechos ilícitos o con los Zetas.
En esos días, y buscando tener el menos contacto posible con los voceros de la delincuencia, si uno sabía de un hecho de violencia ocurrido en la región durante la noche o madrugada, por las mañanas echaba un ojo a los diarios locales, si lo reportaban era señal de que se podía escribir. Si no, ni modo, otra nota más al cajón de la censura.
Un día supo a qué le llaman que “te zumben las balas”. Literalmente así lo vivió en el puerto de Veracruz:
“Eh, debemos meternos a la casa, ahí vienen los refuerzos”, le dije a una pareja que aparentemente eran dueños de la vivienda y que presenciaban las diligencias de los soldados. Yo entré corriendo y ellos detrás de mí con las balas zumbando por la cabeza. “Ora sí, putos, ahí les va la…”, gritaban los sicarios embravecidos desde las tres camionetas.
Tirados en la sala, la pareja joven y yo buscamos refugio en la cocina, cerca de un muro donde rebotaban las balas. Aunque no veíamos la acción, se notaba que los soldados iban perdiendo el segundo enfrentamiento, y sólo resistían. Gritaban y se daban ánimos mientras las descargas del lado de los sicarios cada vez eran más intensas. El sonido de esos rifles de asalto hacían imaginar que el infierno se abría bajo los pies.
Yo tomé mi radio y avisé a los compañeros que se regresaran, que se había encendido de nuevo. “¿Dónde estás?, salte de ahí, me gritaban cuando oían el estruendo de las balas por mi línea.
“Ni modo compas, fue un gusto trabajar con ustedes, yo creo que de esta no salgo”, les decía. La pareja de desconocidos se puso mucho más nerviosa, y comenzaron a rezar. Ella me pidió mi teléfono para informar a su familia y avisar que no se acercaran.
Desde la cocina, donde me guarecía, se oían los gritos desesperados de mujeres y niños que habían quedado atrapados en un restaurante aledaño. Se rompían botellas y explosiones de granadas.
“Ni modo, hasta aquí llegué, a estos pobres soldados seguro les van a ganar y luego vendrán por nosotros”, pensaba. Los compañeros no dejaban de mandarme mensajes de paciencia.
A los 15 minutos de enfrentamiento irrumpió un ruido más intenso. El batir de las hélices y los cañonazos de una barret calibre .50 del helicóptero de la Marina sobrevolaba con refuerzos a los soldados. En menos de un minuto se oyeron los gritos “fuga-fuga-fuga” y el rechinar de llantas. Se escucharon aplausos y gritos de júbilo del lado de los militares.
Llegó a Coatzacoalcos y se estrenó con el levantón a Goyo Jiménez:
En el nuevo empleo, como jefe de información en el diario Liberal del Sur, tenía que conocer a mis compañeros y colaboradores. Ese 5 de febrero me iba a entrevistar con quien era el corresponsal en Villa de Allende, Gregorio Jiménez de la Cruz. Cuando llegué a su casa, avisado de que un comando armado lo había secuestrado, noté la miseria en la que vivía y a unos elementos de la policía haciendo preguntas tontas en vez de salir a buscarle. Su esposa intentaba llamar al secretario de Gobierno para pedirle ayuda. Seis días después su cuerpo decapitado apareció en una fosa clandestina.
Una vez más la violencia me alcanzaba, mucho más impactante, y causaba un sentimiento de abandono que desde entonces me lleva a preguntarme: ¿Cuándo llegará mi turno? Más aún en este Veracruz donde no está claro por qué son asesinados los periodistas: si por escribir de la violencia que incomoda al gobernante y a los cárteles, por tener relaciones peligrosas, por ceder al dinero prohibido…
Y sí, ¿cuándo llegará el turno de los que desafían al silencio y la mordaza, al emisario del narco, al que impone con una mentada y aturde con un llamado a morir? ¿Cuándo?
Su voz —la de Nacho Carvajal— es una. Otros 21 periodistas hablan de su misión entre espinas, entre la plata y el plomo, la invitación a callar o callar, el desafío de los que más allá del amago y la presión, siguen su ruta, su destino, su compromiso con la verdad.
Nacho Carvajal coquetea con la muerte. Y la muerte no lo quiere tomar. Lo asedian sus emisarios, con la amenaza en los labios, la sutileza del violento, la sentencia de la que hay que huir.
Y no deja de preguntar: “¿cuando llegará mi turno?”.
Archivo muerto
Golondrinas en CAEV. Se va Jorge Cuauhtémoc Ursúa Zenteno de la Subdirección de Administración y Finanzas, cesado de manera fulminante desde Xalapa, en la sede del yunismo azul. Con él caerán sus allegados, los operadores del cobro bajo el agua, las chicas del teléfono en mano y los reventones, los coyotes que consiguen descuentos y condonaciones, y hasta los pistoleros inscritos en nómina, cuyo trabajo consiste en pasearse por horas en los patios de la Comisión Municipal de Agua y Saneamiento o CAEV Coatzacoalcos. Contraloría de CAEV auditará “a fondo” las finanzas y pagará con cárcel quien haya robado. Irritó el tema de la renta de las unidades Vactor, cubriendo pagos por servicio incompleto. Eso es fraude. Se va Ursúa, el comisario de dos sociedades mercantiles del ex director de CAEV Coatzacoalcos, Rafael Abreu Ponce. Ursúa es contratista de Pemex, representante de la empresa Oil Trade Mex, S.A. de C.V. en licitaciones para el suministro de partes para el Complejo Procesador de Gas Burgos y otras áreas de la ex paraestatal. Y se van sus allegados… Zeus la va librando. Un video tumba la versión oficial de la aprehensión, la temeridad con la que supuestamente conducía la camioneta Durango, la existencia de armas y droga. Por más de 30 minutos, el video muestra el vehículo estacionado en la colonia Benito Juárez. A su lado pasa una camioneta de la Policía Estatal, la cual da vuelta en “U” y regresa hasta colocarse detrás de la Durango color negro. Minutos después arriba el auto Camaro, tripulado por Sergio Murga Sosa, alias Zeus. Desciende del vehículo, cruza la calle y dialoga con los policías. Luego se dirige a una tienda y regresa con un refresco en la mano. Los elementos realizan la revisión de la Durango. Vuelven a dialogar. Quieren la factura y los documentos del blindaje. Expresa que el blindaje es de fábrica y por lo tanto no está obligado a mostrar documentos que avalen ese servicio. Le piden que avise al propietario del auto que se presente. Murga Sosa les explica que está fuera de Coatzacoalcos. Le dicen que los tiene que acompañar. Toma el volante mientras uno de ellos sube a la camioneta. No hay indicios de que esté detenido, ni sometido, ni esposado. Horas después, su suerte cambia. Según el reporte policíaco llevaba una ametralladora AK47, conocida como cuerno de chivo, un pistola escuadra 9 mm, 50 sobres con hierba seca color verde con apariencia de marihuana —que no hallaron en la revisión inicial— y 47 mil pesos en efectivo. Consta todo en la causa penal 321/17/JdoControl, que lleva el juez Rubén Reyes Rodríguez, aquel que dejó libre bajo fianza al “Sicario”, Zeferino Armenta Delgado, de la banda de Hernán Martínez Zavaleta, alias Comandante H, y 20 minutos después un comando lo ejecutó. Zeus fue detenido el domingo 22, consignado ante la Fiscalía General de Veracruz, liberado con una fianza de 10 mil pesos sin que hasta el miércoles 25 por la noche se le haya imputado delito federal alguno. No es el promotor deportivo Sergio Murga, amigo del director municipal del deporte, Silviano Delgado, el objetivo de esta imputación con tufo a montaje —las drogas, las armas—, que el video echa por tierra. El asunto va más allá. Una hipótesis versa sobre una vieja riña, siendo Zeus Murga elemento policíaco, con un comandante al que dejó como Santo Cristo; la otra, la otra, es una bomba… Nadie ve a Mariela Ortiz. Y ya se sabe por qué. Súbitamente dejó de ser delegada de Patrimonio del Estado en el sur, damnificada por factores que tienen que ver con la violencia, las bandas, el yunismo azul y sus rivales. Duró apenas cuatro meses y días. Tomó posesión el 7 de junio, luego de la elección municipal que el PAN-PRD perdió estrepitosamente ante Morena, que ganó la alcaldía de Coatzacoalcos, y el PRI se llevó el segundo lugar. Mariela ya ni se para por Patrimonio y ahí sólo dicen que irá a formalizar la llegada de un nuevo delegado…
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