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DE LA SORORIDAD, DE LA SOLIDARIDAD, DEL LIDERAZGO

by Rebeca Ramos

Este 2020, se escribe en la historia del mundo, como el tiempo del estruendo que ensordece y retumba en las instituciones, en los pueblos, en las conciencias y en las autoridades.

Varias lecciones nos están dejando estos tiempos trémulos. Nos estamos sacudiendo por dentro. Lo inexorable de las violencias, del despertar de la movilización y participación ciudadana y los estragos de la pandemia nos están obligando a replantearnos hábitos, decisiones, rutas y ritmos, acciones colectivas.

Nos ha llegado la hora de la verdadera responsabilidad. La ciudadana, la social, la económica, la política y la institucional.

Terminó marzo, estamos en abril y ya la humanidad, los gobiernos, las instituciones y organizaciones globales, las sociedades y gobernantes, todas, todos, nos damos cuenta que iniciamos la tercera década del siglo, con sobresaltos, con las ideas de los imposibles que, se derrumban porque ya no lo son; con asombros, extrañezas y espasmos que están estrujando nuestras conciencias, que están agobiando nuestras mentes, que nos están recluyendo a la reflexión y nos están empujando a la acción y deber, colectivos.

Pareciera que, hay paradas bruscas en nuestras vidas, para que despertemos; quizás porque se nos tiene que acabar el individualismo egoísta que distingue, segrega y omite; esa tentación a cerrarnos en grupos, burbujas y elites, para excluir; la pretensión de cuadricularnos con frialdad, en estratos socioeconómicos, edades, niveles educativos, géneros, razas, credos, ideologías políticas, todo esto que nos identifica y también, divide, pero que termina por confrontarnos en lo general, de cara a la realidad, la que hoy vivimos parejo, que no diferencia en nada, idiomas, fronteras, colores, privilegios y precariedades.

Este 2020, se escribe en la historia del mundo, como el tiempo del estruendo que ensordece y retumba en las instituciones, en los pueblos, en las conciencias y en las autoridades.

DE LA SORORIDAD

Los primeros truenos y rayos cayeron impasibles sobre las estructuras gubernamentales, por causa de las inacciones o de la inefectividad ante las violencias de género que cada día se reproducen de formas diversas -vaya ahora, hasta por vía digital e internet-; por las crestas de los feminicidios que cada día son más altas, por las mismas cimas de los homicidios, las lesiones y agravios por razones de género.

Y ya denuncian expertas, que estos delitos contra las mujeres siguen subiendo como espuma por la cuarentena y del riesgo de contagio del COVID-19; también, por causa de las desigualdades y discriminaciones que, durante milenios, siglos, décadas, años, días y horas padece y sigue hiriendo, a la mitad de la población, en toda dimensión demográfica en el orbe.

Más sorprendió a las y los incrédulos y descalificadores del movimiento social más importante de dos siglos, las multitudes de mujeres, que salimos por miles a las calles, para exigir a los Estados y gobernantes, detener ya, las violencias y finales fatales que nos amenazan; a prevenir el odio, el desprecio y borrar la indiferencia cuando se trata de respetar, defender y garantizar nuestra dignidad humana y nuestros derechos fundamentales.

Las arengas y las demandas son conocidas, pero lo que no se conocía, -ni en los sueños guajiros de la que esto escribe, ni en las mentes de las veteranas luchadoras y defensoras de los derechos de las mujeres-, fue la extraordinaria capacidad de las manifestantes de todas las edades, estratos, perfiles, orígenes y preferencias políticas, culturales y sexuales, de mostrar verdaderas coincidencias y empatía, ante la alianza de género hacia objetivos comunes que, no fue otra cosa más que, la tan anhelada SORORIDAD, tan difícil de construir y aceptar como nueva forma de convivencia entre mujeres y, ahora todo un reto poder sostener.

Los días 8 y 9 de marzo de este 2020, las mujeres de Xalapa, de Veracruz, de México, del mundo, exclamaron en coro unísono, que la paz, que predican en los templos y que ensalzan en los discursos oficiales, se edifica en el respeto y libre ejercicio de los derechos efectivos por igual y en la inclusión, sin prejuicios, sin estereotipos.

Vociferamos con cimientos, el hartazgo, la condena, la indignación contra la impunidad de los criminales, contra la omisión institucional y contra la revictimización, cuando somos violentadas, asesinadas, desparecidas, secuestradas, acosadas, hostigadas, agredidas, maltratadas como objetos, excluidas, humilladas e invisibilizadas.

El músculo de la marcha mundial y del paro de mujeres, seguramente estremeció los escenarios de las y los líderes políticos que oyeron consignas y reclamos, sí, quizá hasta escucharon, pero ciertamente, vieron en la Sororidad inusitada, los miles, millones de votos perdidos o en riesgo de escapárseles, en las cuentas de sus intereses y causas personales y políticas.

Cuidado. Las manifestaciones de mujeres no necesitaron de infraestructura, ni de acarreo, ni de canjes, para movilizarse.

Peor aún, las que estaban dormidas en la sumisión inconsciente de haber sido educadas en la cultura patriarcal, despertaron y las que nacieron en este siglo, ya crecen con la certeza de sus derechos, alcances y fortalezas.

La historia de la humanidad registra que cuando el pueblo, así, solito, se expresa, sale a las calles, se mueve con sus propios recursos, las y los gobernantes deben recapacitar y preocuparse más y, pensar mejor, en las razones de tal manifestación y decidir con mucha inteligencia en las acciones y respuestas que habrán de dar, antes de que la ola feminista les arrastre, porque el tsunami ya les rebasó.

Ninguno de las y los gobernantes del orbe se salvó del reclamo sororo y sonoro de las mujeres.

La batalla, causa, misión de las mujeres que despegó en la primera semana de marzo, deben seguir, ahora con más rigor, con más congruencia y con determinación, porque por vez primera, se encarnó la Sororidad en la mayoría de las mujeres y de esta alianza de propósitos comunes, lo que pudimos ganar, fue la Solidaridad, espontánea o convenenciera, pero al fin, respaldo, de las otras mitades y de las instituciones, en la lucha a favor de nuestros derechos.

Después de esos días, ya nada será ni debe ser lo mismo que antes.

Los 8 y 9 de marzo de 2020, las mujeres sellamos un parteaguas en la historia del movimiento feminista y en la del mundo, que aún tiene una gran deuda con nuestros derechos.

DE LA SOLIDARIDAD

En esto estábamos, cuando el virus chino se convirtió en pandemia y empezó a tintarnos la vida de contagios, muertes, sospechas, reclusión. El miedo dominando el mapamundi.

La pandemia de este siglo, nos está haciendo recordar que vivimos en un planeta, -al que, por cierto, estamos destruyendo inmisericordemente-; nos machaca que somos una comunidad de naciones y de localidades y que, a la hora del peligro a la salud de la humanidad, a la lucha por la supervivencia, no hay fronteras, tampoco pasaportes, ni estratos, ni edades, ni diferencias.

El COVID-19, no da tregua y no distingue a nadie, pero sí puede evidenciar lo que no tenemos, lo que no somos capaces de hacer o de decidir, lo que no sabemos por ignorancia o por intransigencia y cerrazón y lo que puede afectar a todas y a todos, por irresponsabilidad, la social, la ciudadana, la política y la institucional.

La crisis sanitaria a nivel global, nacional, estatal, local y comunitaria está poniendo a prueba, la Solidaridad de las personas, la conciencia de pertenecer a un colectivo y la corresponsabilidad social.

Además, está situando bajo lupa, las capacidades institucionales y de quienes las encabezan, para atender, prevenir, responder y orientar; también, pone el examen más difícil e intrincado, a la habilidad, conocimientos, sensibilidad política y visión de Estado de las y los líderes y gobernantes para comunicar con acierto, para comandar, decidir, actuar con raciocinio, a fin de unir, como un gran equipo, a las poblaciones que gobiernan y representan.

La pandemia del novedoso Coronavirus ha extraído de las personas, distintas facetas de hermandad y comunión y también, desgraciadamente, de irreflexión, negación e indiferencia.

Ahora, en México, somos esencialmente solidarios frente a las tragedias. La lección del ‘85 y los subsecuentes desastres y contingencias, a lo largo de los últimos años, hacen resurgir al espíritu de hermandad y de apoyo a quien sea, sin importar que sea persona conocida o no, cuando la realidad nos alcanza.

En esta época amarga, los medios y redes han dado cuenta de manifestaciones solidarias en otros países, donde personas de diversos sectores sociales han iniciado cadenas de apoyo, compartiendo, donando, haciendo labor voluntaria para ayudar a otras. Lo que admira y emociona.

Se redactan a diario, crónicas emotivas y estrujantes a lo más interno, en cada rincón del planeta, de lo que la gente está aflorando de sí, frente al enemigo común.

Pero también, nos topamos de pronto con personas que no creen en la pandemia; que no confían en autoridades, ni en las noticias, ni en nada e insisten en hacer vida “normal”.

Alarma verlas, despreocupadas de las medidas básicas de prevención de contagios, argumentando supuestas conspiraciones planetarias; aisladas en su pensamiento respetable pero irresponsable, al conducirse absolutas y temerarias, en su ignorancia despreciativa o en la denegación tozuda que, por supuesto pone en peligro al colectivo.

La realidad es que la pandemia que ya está aquí, amenazándonos a toda y todos, nos está obligando a ser empáticos con el resto y muy responsables con nosotros mismos, con la familia y con la o el desconocido o no, pero igualmente vulnerable que nosotros.

El Covid-19 le nos está. Es el mal de todos, para todos que, nos arriesga y espanta y, por eso, porque el peligro es parejo, la respuesta y acción ciudadana debiera ser igual, en frente unido y en línea desplegada.

Si han sido las violencias, la inseguridad, la corrupción, la impunidad, la pobreza, las desigualdades, los crímenes, el desempleo, la precariedad de ingresos, nuestros demonios a perseguir y querer borrar de nuestras vidas, -en esto todas y todos coincidimos-, pelear contra la nueva cepa del Coronavirus, es una batalla de vida o muerte, de estricta supervivencia que nos debe nacer la Solidaridad y la conducta prudente y fraterna.

Por lo menos en la novedad de la reclusión que, si bien, el gobierno federal no impone ni obliga como en otros países o regiones, -aún nos deja al sano juicio la decisión voluntaria-, para aprender o recordar que nuestra actitud, cuenta y cuenta muchísimo y que, lo que cada quien haga o deje de hacer, significa y abre la preciosa posibilidad de salvarnos o de menguar un poco, el cataclismo que nos viene en todos sentidos.

Ahora bien, en nuestro sistema presidencialista y más, en la fase reciclada del suprapresidencialismo -acorde a la concepción de Sartori-, que estamos viviendo, no se debe caer en la añeja trampa de esperar o pensar en que sólo el gobierno en todos los órdenes, -y en el caso del federal, con todo el poder centralizado, personalizado y en vertical- deba resolvernos o vaya a solucionarnos la vida.

Sería iluso, absurdo y peligroso quedarnos cruzados de brazos. El neo-paternalismo gubernamental, al estilo de los 70’s, no nos va a salvar, si no somos solidarios, solidarias y más aún, si no nos hacemos responsables de nuestros hábitos y conductas cotidianas.

El paternalismo estatista, lo ha probado la historia, aunque lo pregone, no tiene varita mágica, no hace milagros.

Pero lo que sí infunde, me temo, es la idea en el colectivo de que no es necesario participar, ni hacer nada o hacer sólo lo que mandate aún y así, ordene pararnos al borde del precipicio.

Está visto en la espiral histórica que el paternalismo estatista paraliza e inhibe la libre iniciativa individual y colectiva, la subestima, la encajona, la descalifica -como sucedió al arcaico socialismo real-, pequeño detalle que causó su derrumbe sistémico.

Por tanto, si bien las instituciones y los gobiernos deben tomar el timón de la batalla contra la pandemia y sus efectos y conducir las políticas y acciones urgentes y el esfuerzo colectivo, en la terrible emergencia sanitaria que nos tiene en vilo, no debemos olvidar que, la ciudadanía ya juega una parte fundamental en la labor de aportación, prevención y acción conjunta, contra la pandemia.

Por esto debemos, hacer lo que nos toca y ejercer la Solidaridad y la corresponsabilidad a conciencia.

La prueba magna a la sociedad es adaptarse y ser proactiva, paciente, vigilante, participativa, escrutadora y cooperativa.

DEL LIDERAZGO

Cierto es que nuestras leyes ordenan a las autoridades, las responsabilidades, facultades y obligaciones que deben cumplir y hacer cumplir, acorde a sus mandatos y que, deber primordial del Estado, -de todos los Estados del orbe-, es salvaguardar la integridad física de la población; garantizar en igualdad, el acceso al goce de los derechos humanos entre los que caben los derechos sociales – a la salud, a la educación, al trabajo, a una vida digna, segura y productiva-.

Por esto, tampoco podemos estar dispensando o ignorando omisiones, irresponsabilidades o faltas al cumplimiento de esas obligaciones y atribuciones, porque todo lo que atenta contra nuestros derechos fundamentales, es materia constitucional, es asunto de seguridad nacional y a nivel global, de seguridad internacional.

Por esta razón es que los Estados y sus gobiernos deben ejercer y garantizar lo que juraron velar, la protección y la integridad física de las poblaciones, como lo mandatan las legislaciones nacionales y, en el contexto global, el sistema de Naciones Unidas debe materializar el principio de Preservación de la Paz y Seguridad internacionales, de cara a las tres crisis: la sanitaria, la económica, la política, que ya tenemos encima.

Hoy más que nunca, el entramado legal doméstico y el Derecho Internacional deben hacerse valer y deben guiar las acciones colectivas que han de realizar ya, las y los líderes del mundo y, en el ámbito nacional, las y los titulares del Poder Ejecutivo, en los tres órdenes de gobierno.

El tsunami nos está arrastrando sin piedad, a esta fecha en 200 países, con más de 80 mil muertes, rayando el millón y medio de personas infectadas y casi 2 mil millones estamos confinados en cuarentena o con restricciones de salidas de casa.

Se nos alerta que, los estragos económicos de la crisis sanitaria son, en la proyección de las personas expertas, devastadores -aterrantes- para las economías del orbe y más para los países más vulnerables y para las economías emergentes como México, -ya no digamos para las 52.4 millones de personas que sufren pobreza y para las 9.3 millones que sobreviven en pobreza extrema-.

La recesión global ya nos atropelló y se compaginó con el desplome del precio mundial del barril de crudo, gracias a los inoportunos pleitos en Medio Oriente, región e intereses en los que, la Unión Europea, Estados Unidos, China y Rusia, tienen mucho que ver, porque avivan las rivalidades entre el mundo musulmán, dueño de la riqueza petrolera.

De manera que el virus noqueó primero, a las potencias y, a la periferia, nos atacó primero por importación, evidenciando la conexión globalizada y, también las debilidades en los sistemas de salud de los hegemones, avizorando escenarios muy complicados y riesgosos, por deficiencias institucionales.

Mucho se ha escrito sobre este panorama, en comparativo, con el periodo de la segunda posguerra mundial. En esa época, la respuesta de las potencias ganadoras, -entre las que Estados Unidos, Europa y la ex URSS, hoy Rusia, se asumieron como los Estados líderes-, fue la reconfiguración del orden planetario a través del Sistema Internacional para, en comunión, sacar al mundo del atolladero económico, social y político.

En esta ocasión no se ha visto, ni sentido ni notado un liderazgo global, que esté consensando el rumbo fijo, los esfuerzos y las acciones conjuntas, como en otros tiempos lo hubiera hecho Estados Unidos.

Las potencias optaron por los mecanismos de concertación internacional a primer nivel, como el G20, incluyendo a los organismos multilaterales y financieros internacionales para consensar.

Sin duda, fue un discurso de la Canciller alemana Ángela Merkel, el que más cimbró a líderes del mundo quienes, se tardaron muchísimo, pero finalmente se encontraron en videoconferencia de emergencia del G20, en Riad, Arabia Saudita, en días pasados, para conversar y coincidir en lo que en unidad pueden y deben hacer para enfrentar a la pandemia y a sus estragos, que a todas las naciones indudablemente están afectando y van a impactar de forma negativa.

Vale decir que algo se ha aprendido de la historia y que hoy, como nunca antes, la comunidad internacional debe actuar en cooperación efectiva, urgente y eficaz, sin odios, parando guerras, evitando chantajes y amenazas o como advierte a líderes, el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, “pongan a la política en cuarentena”.

Ojalá, porque el COVID-19 ya dobló al engreído y ridículo de Trump que ahora sale absurdamente con que la OMS estará bajo investigación.

El virus, encerró a Putin; puso en el ojo a Xi Jinping, a Hasan Rohaní y al Ayatolla Jamenei; empoderó a Macron, a Merkel, a Johnson, que sigue en terapia intensiva. Ha exhibido en su inmensa torpeza al arrogante de Bolsonaro, -Brasil lidera contagios y muertes en América Latina-; ha evidenciado la lentitud para prevenir y ha enlutado dolorosamente a Italia y España; ha despertado admiración hacia Corea del Sur, Singapur y Hong Kong.

Está poniendo a severa prueba, la popularidad de liderazgos unipersonales, la capacidad de gestión, la precisión y credibilidad de gobernantes y de los partidos hegemónicos que gobiernan a Rusia, Turquía, México.

Está examinando de qué están hechas las dictaduras de Centro y Sudamérica; a los Sultanatos; está perfilando suspensión de celebraciones religiosas de Semana Santa, para el catolicismo que ya está aquí y del Ramadán, para el mundo musulmán, que inicia el próximo 23 de abril.

Está hundiendo a las industrias, más a la turística, en el mundo; al comercio doméstico e internacional; está inhibiendo inversiones privadas y apretando a las públicas; está poniendo en peligro millones de empleos y a número igual de familias de estratos medios y medios bajos que, viven estrictamente de sus ingresos.

Ya no digamos de la contracción de las economías por la fatal rueda que implica menos ingresos, menos consumo, más desempleo, más quiebres de empresas Mipymes y dejando en total desamparo a quienes abultan el comercio informal.

Está arrodillando a la sociedad y al sistema internacional y además está ayudando a pavimentar el camino de la intervención -golpe de Estado- de Estados Unidos en Venezuela, que bien aprovecha Trump, para ganarse votos y poder reelegirse, dada la desgracia del entorno.

Y pese a que hay noticias calmas sobre la parada del conflicto eterno Israel-Palestina y han descendido los enfrentamientos en Siria e Irak, no olvidemos que ahí siguen los narcos y criminales, desapareciendo y matando personas.

Ya hay quienes se aprovechan como banditas locales que han empezado a saquear comercios y supermercados, fenómenos que puede agravarse gracias al empobrecimiento de la población económica activa, hoy inactiva que angustiada no podrá tener ingresos ni para comer.

Adicionemos a farsantes y ladrones que quieren hacerse ricos medrando y usando la confusión, el pánico, la cuarentena.

Se reconoce que el G20 y organismos participantes, decidieron tomar riendas para “combatir esta pandemia con una respuesta global transparente, robusta, coordinada, de gran escala y basada en ciencia, con espíritu de solidaridad” y a “hacer lo que sea necesario” para superarla mediante 6 acciones conjuntas:

Proteger la vida de las personas; Salvaguardar los trabajos y los ingresos de las personas; Restaurar la confianza, preservar la estabilidad financiera, reactivar el crecimiento y recuperarnos más fuertes; Minimizar las disrupciones al comercio y a las cadenas de suministro globales; Proveer ayuda a todos los países que necesiten asistencia; Coordinar las medidas en salud pública y financieras.

Y que acá, nuestro Presidente, presentara en su informe alguna hoja de ruta que, pudo descorazonar a millones y a otros millones, darles esperanzas y certezas. Esperamos que haya ajustes en el proceso.

Lo importante es que cada gobernante está tomando sus decisiones, acorde a las directrices de la OMS y conforme a sus propias necesidades y posibilidades, pero es necesario resaltar que, la globalización del problema debiera abordarse en un Gran Acuerdo Global, directriz de los Acuerdos nacionales esperados, para articular y alinear mayor cooperación internacional y regional.

Ante la pandemia que, a todos y todas, amenaza, el consenso y la unidad en toda dimensión, es sinónimo de sobrevivencia. Primero debe ser la vida y la convalecencia de las economías, luego la política.

Sn embargo, la falta de un liderazgo político global, de un Estado o de un organismo internacional, efecto que se reproduce a niveles domésticos, está ocasionando la dispersión de esfuerzos institucionales, las confusiones y una mala comunicación política, errores fatales y la paranoia social que llega ya, a la discriminación.

En México, estamos observando que cada Gobernador, Gobernadora, Presidente o Presidenta Municipal toma las decisiones que se necesitan acorde a su realidad, bajo el fundamento del pacto federal y la autonomía municipal. Pero lo óptimo y vital sería que todos enfilaran fuerzas y acciones en la misma dirección, sin dejar de lado sus requerimientos específicos inmediatos.

Por lo anterior, es que insisto que hoy, los liderazgos con visión de Estado y los grandes acuerdos, son de extraordinaria necesidad.

La virtud de la sensibilidad y de la capacidad de negociación, políticas, para escuchar a todos y a todas y tomar en cuenta las propuestas y recomendaciones, sobre todo, de las y los expertos en las materias que obligan analizar, las tres crisis que sufrimos.

También considerar en lo máximo, apoyar a los sectores productivos y sociales; armar consensos y pactar las acciones más eficaces, para garantizar la supervivencia, el bienestar y la productividad de todas y todos, a fin de amortiguar los estragos.

Es lo urgente y, es lo más inteligente. En estos tiempos de adversidad, lo único que puede ayudarnos es estar unidos, en acuerdos y acciones en frecuencia, autoridades, sectores productivos, ciudadanía y sociedad civil organizada.

Nos queda claro. Es también la hora de la sociedad, de los colectivos, de las organizaciones sociales, del empresariado, en tanto que los partidos políticos y las élites gubernamentales se nieguen a recluir sus posturas ideológicas e intereses electorales.

La politización de los cómo, cuándo, dónde, quién o quiénes, cuánto en las acciones institucionales para confrontar las crisis y la pandemia, no sirve, empeora la situación.

Estamos viendo el desastre sanitario y el desplome económico que viene imparable, pero podría aterciopelarse. Ojalá.

Algo positivo saldrá de esto y coincido con muchos analistas, que esto germinará de la sociedad civil. Las grandes reestructuraciones de los sistemas políticos que, ante una debacle como ésta, se muestran avasallados, siempre se edifican más sólidas y legítimas, desde la base, como lo dicta la historia.          rebecaramosrella@gmail.com

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