La otra cara de la política

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MORENA: El partido que prometió cambiarlo todo y terminó repitiendo todo

by Carlos A. Luna Escudero

Expresión Ciudadana
Carlos A. Luna Escudero

Morena nació con la promesa de regenerar la vida pública del país, desterrar la corrupción y devolver el poder al pueblo. Millones de mexicanos lo vieron como una esperanza frente a la corrupción del PRI, la división del PAN y la descomposición del PRD. Sin embargo, esa bandera moral se desvaneció al llegar al poder.

Desde su creación en 2011 y su registro en 2014, Morena se presentó como el vehículo de la “Cuarta Transformación”. Hoy, ese proyecto se ha convertido en una maquinaria electoral con los mismos vicios que prometía combatir: clientelismo, imposiciones, corrupción, nepotismo y represión interna. La “regeneración” terminó como una restauración del viejo sistema político mexicano.

Los casos de corrupción son numerosos. El escándalo de Segalmex, considerado uno de los desfalcos públicos más grandes en décadas, así como el del huachicol fiscal  se suman a las acusaciones que involucran a Adán Augusto López, Fernández Noroña, Alfredo Ramírez Bedolla, Américo Villarreal Anaya y Rubén Rocha Moya, así como a los enriquecimientos inexplicables en Veracruz de Eleazar Guerrero, Zenyazen Escobar y Erick Cisneros. Cada uno de estos episodios refleja el deterioro ético del proyecto que prometía regenerar la vida pública del país.

Las obras emblemáticas del sexenio —el Tren Maya, el AIFA y la Refinería de Dos Bocas— están rodeadas de opacidad, sobrecostos y adjudicaciones directas.

Bajo un discurso de patriotismo y austeridad se esconden contratos inflados y falta de transparencia.

Morena ha concentrado el poder desde la Presidencia hasta los congresos locales. La llamada “austeridad republicana” debilitó sectores clave como salud, ciencia y cultura, mientras se incrementaban los recursos destinados a propaganda y control político. Los programas sociales se convirtieron en instrumentos electorales sin evaluación ni visión de Estado.

El combate a la corrupción ha sido selectivo: se persigue a opositores, pero se minimizan o encubren los casos que involucran a funcionarios propios. Morena está hoy dominado por facciones que luchan por candidaturas y cuotas de poder. Sus principios fundacionales quedaron reducidos a un lema vacío.

Veracruz ejemplifica este deterioro. La gobernadora ha mostrado autoritarismo, confrontación con la prensa y decisiones impopulares como el reemplacamiento vehicular de 2026. Su gestión fue criticada por el manejo deficiente de las inundaciones recientes. El gobierno estatal anterior también fue señalado por violencia, feminicidios, asesinatos de periodistas y falta de resultados.

La Auditoría Superior de la Federación encontró en el gobierno de Cuitláhuac García un presunto daño patrimonial por más de 1,185 millones de pesos, principalmente en la Secretaría de Salud de Veracruz, donde se detectaron contratos irregulares, falta de comprobación en bienes y servicios, pagos de nómina sin sustento, retención de impuestos no entregados, uso de 160 cuentas bancarias para mezclar recursos (“la licuadora”), desvíos de fondos federales, pagos a personal sin acreditar estudios, así como múltiples contratos millonarios otorgados a empresas previamente observadas sin que existiera evidencia de que cumplieron lo contratado,

La soberbia se convirtió en norma: Morena no escucha, impone; no rinde cuentas, se victimiza. Gana elecciones pero pierde confianza y legitimidad. En estados como Michoacán, Zacatecas, Guerrero y Chiapas, el morenismo gobierna en medio de escándalos, negligencia y violencia. Las promesas de cambio se diluyen entre obras inconclusas, funcionarios enriquecidos, asesinatos y crisis mal atendidas.

El liderazgo de López Obrador impidió levantar una institucionalidad partidista, y ahora el vacío de autoridad es inocultable. La gira que anunció para presentar su libro en los próximos meses, pese a haber prometido retirarse, se interpreta como una maniobra de protagonismo que podría interferir en el gobierno de Claudia Sheinbaum y prolongar su influencia más allá del sexenio.

La elección de Sheinbaum representó continuidad, no renovación. En los estados, el partido se convirtió en botín de grupos locales. En Veracruz, se imponen candidatos, sr persiguen disidencias y se muestra incapacidad técnica para enfrentar crisis sociales y ambientales. Las inundaciones de 2025 revelaron la ausencia de planes de prevención y apoyo.

El reemplacamiento obligatorio refleja el abuso fiscal de una administración sin control financiero. A nivel nacional, Morena fue señalado por la manipulación de la elección judicial de 2025 con la entrega de “acordeones” que sugerían candidatos afines.

La corrupción se transformó en contratos dirigidos, obras infladas y uso partidista del presupuesto, disfrazados de “bienestar” y “revolución moral”. El Tren Maya y Dos Bocas simbolizan el despilfarro y la opacidad que el gobierno evita investigar, mientras continúan las adjudicaciones directas y la falta de transparencia en megaproyectos estratégicos.

En materia de seguridad, la estrategia de “abrazos, no balazos” fracasó. El crimen organizado controla territorios, la violencia aumenta y las víctimas se acumulan. Los crímenes políticos también se han incrementado, como el asesinato del líder limonero Bernardo Bravo Manríquez y el del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, hechos que reflejan el deterioro del Estado y la vulnerabilidad de quienes ejercen liderazgo público. Los feminicidios, desplazamientos, extorsiones, pago de derecho de piso y desapariciones continúan creciendo mientras el gobierno presenta cifras cuestionables.

La marcha del 15 de noviembre, convocada inicialmente por la llamada Generación Z, se convirtió en una de las movilizaciones más significativas de los últimos años, al reunir en todo el país a jóvenes, familias, profesionistas y víctimas de la violencia para denunciar inseguridad, corrupción y un gobierno desconectado de la ciudadanía.

Aunque surgida en redes con símbolos juveniles, la protesta reveló un malestar transversal que estalló con fuerza en el Zócalo de la Ciudad de México, donde la irrupción de encapuchados, la caída de vallas y la respuesta violenta de granaderos exhibieron el rostro autoritario del régimen, más preocupado por contener la crítica que por atenderla.

En ese mismo tono, sr ha intentado deslegitimar la inconformidad social tachándola de “complot” y reduciendo las demandas juveniles a un supuesto “golpe blando”, una narrativa que busca presentar la protesta como traición y no como un reclamo legítimo de seguridad y justicia. Mientras se acusa manipulación opositora, el gobierno trivializa las preocupaciones reales de quienes marcharon y utiliza un discurso victimista para blindarse ante la crítica, confundiendo gobernar con imponer una única versión de la realidad.

Así, la movilización —replicada pacíficamente en ciudades como Xalapa— terminó por romper la narrativa oficial: no fue un capricho juvenil, sino el grito de una sociedad harta que llevó su frustración a las calles. Si este 15 de noviembre marca el “inicio del fin”, aún es incierto, dejando claro que terminó el monopolio del gobierno sobre la voz pública: una nueva generación, real o simbólica, decidió dejar de callar.

La marcha marcó el fin de algo más profundo: la ruptura de una narrativa dominante y el despertar de quienes habían permanecido en silencio.

Lo simbólico pesó más que lo numérico, porque miles de jóvenes y ciudadanos decidieron que ya no podían quedarse en casa, poniendo fin a la ilusión de una unidad generacional y a la indiferencia que por años acompañó a la vida pública del país.

Más allá de los sombreros y las vallas caídas, lo que importa es que esta movilización reveló la fractura emocional de un país que exige ser escuchado. Las calles recuperaron su papel como espacio de legitimidad política y enviaron una advertencia contundente: hay una generación dispuesta a romper el silencio. Si esto es el inicio del fin o el inicio de algo nuevo, El mensaje ya quedó claro y no podrá ser ignorado.

Así también, la relación de Morena con la prensa es de confrontación constante. Las críticas son descalificadas como ataques conservadores. Se debilitan órganos autónomos y se reestructuran instituciones para centralizar el poder bajo un modelo autoritario disfrazado de democracia participativa.

Las bases militantes que creyeron en el cambio hoy están decepcionadas. Morena se llenó de oportunistas provenientes de otros partidos. Las encuestas internas se manipulan y las candidaturas se asignan por lealtad. Los legisladores actúan como operadores, no como representantes.

Morena dejó de ser un movimiento y se convirtió en una corporación dedicada a conservar el poder.

Su balance es contundente: resultados mediocres, corrupción extendida y desgaste ético profundo. Lo que prometió regenerar, lo corrompió; lo que prometió transformar, lo repitió.

México no necesitaba otro PRI, pero Morena lo recreó con otro nombre. Su fracaso es moral y administrativo. Su permanencia en el poder depende más del control electoral y la dependencia creada por los programas sociales que de sus logros.

La historia mexicana es clara: ningún gobierno puede sostenerse sobre la simulación y la impunidad. Morena tuvo la oportunidad de reconstruir al país, pero eligió reproducir sus ruinas.

Su legado será la advertencia de que el poder disfrazado de virtud se convierte en el peor de los vicios. Morena no regeneró la vida pública de México: la secuestró.

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