El relanzamiento del Partido Acción Nacional, celebrado en el mismo Frontón México donde nació hace 86 años, pretendía ser un acto de renovación. Sin embargo, dejó al descubierto los dilemas y contradicciones de un partido que no termina de entender por qué se desplomó ni qué debe hacer para levantarse. Más que un nuevo comienzo, el evento fue una metáfora del extravío: discursos combativos sin autocrítica, símbolos reciclados y una dirigencia más preocupada por la estética del logo que por la ética del partido. Lo que debió ser el punto de partida de una refundación, terminó siendo un recordatorio de lo que Acción Nacional perdió en el camino: identidad, convicción y cercanía con la ciudadanía.
El PAN ha cometido errores profundos y reiterados. Su crisis no es un accidente ni una consecuencia de la popularidad de Morena. Es el resultado de una cadena de decisiones equivocadas, de años de burocracia interna, de estructuras cerradas y de una dirigencia que ha confundido la supervivencia con la reinvención.
Antes de pensar en refundarse, el PAN necesita enfrentarse a su propio espejo y reconocer que se alejó de su esencia: el humanismo político que alguna vez lo definió como la conciencia moral del país y que con la que simpatizamos muchos. Por eso, hay que decirlo: Gobernó, sí, pero perdió el alma. Ejerció el poder, pero olvidó el propósito.
Durante décadas, Acción Nacional fue sinónimo de ética, legalidad y oposición digna. En los años más oscuros del priismo fue una voz que defendía la democracia, las libertades y el Estado de derecho. Pero cuando finalmente llegó a la Presidencia, confundió la victoria electoral con la superioridad moral. El poder, en lugar de fortalecer sus principios, los corrompió. La cultura de servicio fue reemplazada por la del cargo; la humildad por la soberbia. El partido de ciudadanos se convirtió en un aparato burocrático, distante, atrapado en sus propias redes de poder y complacencia.
A esa pérdida de identidad se sumaron las alianzas equivocadas. Primero con el PRD, luego con el PRI, pactos que desdibujaron su perfil ideológico y traicionaron su historia. Los panistas, formados en la oposición al autoritarismo priista, nunca pudieron justificar ante sus bases el abrazo con su viejo enemigo.
Aquello que se presentó como un frente “por México” fue en realidad una unión por la supervivencia de partidos agotados. Esa alianza diluyó la causa del PAN, erosionó su credibilidad y dejó a sus militantes más fieles huérfanos de representación. El ciudadano vio en esa coalición no un proyecto de país, sino un acto de desesperación política.
El partido también fue capturado por sus propios grupos internos. Durante la última década, Acción Nacional dejó de ser una organización plural para convertirse en un club de intereses.
La militancia, que alguna vez tuvo voz y voto real, fue desplazada por padroneros y caciques locales que usan el partido como negocio. En la alcaldía Benito Juárez, bastión panista, los casos de corrupción inmobiliaria son un espejo del declive moral. Ese cáncer interno minó la confianza del electorado y convirtió al PAN en una versión más de aquello que solía criticar. La incongruencia ha sido su peor enemigo.
El Partido Acción Nacional (PAN) en Veracruz ha enfrentado múltiples controversias que han dañado su imagen y su credibilidad política. Entre las más notorias destacan los escándalos internos de división y confrontación, incluyendo peleas públicas entre militantes y disputas por el control del partido. La repartición de candidaturas entre sus padroneros que contribuyo a la pérdida de su credibilidad.
A esto se suma el dominio histórico de grupos de poder como los Yunes del estero, cuya influencia ha generado acusaciones de nepotismo, pugnas internas y pérdida de cohesión, provocando que el PAN veracruzano aparezca ante la opinión pública como un partido fracturado y sin rumbo claro.
También han existido señalamientos relacionados con presuntos actos de corrupción o falta de transparencia en administraciones vinculadas al panismo. Aunque muchos de los grandes desfalcos del estado se asocian con gobiernos priistas, los gobiernos panistas posteriores no lograron romper con esas inercias, lo que refleja la dificultad del partido para deslindarse de una cultura de opacidad heredada y de su propia falta de autocrítica.
En este contexto, el PAN enfrenta una crisis de liderazgo, identidad y credibilidad en Veracruz. Las divisiones internas, la falta de renovación y la pérdida de conexión con la ciudadanía han reducido su fuerza política en un estado donde alguna vez fue competitivo.
Hoy, la tarea del panismo veracruzano pasa por limpiar su estructura, democratizar su vida interna, recuperar la ética que le dio origen y reconstruir su relación con los ciudadanos si aspira a volver a ser una oposición relevante y confiable frente al dominio de Morena.
A nivel nacional tampoco ha sabido renovar su liderazgo. Desde la derrota de 2012, el PAN vive atrapado en un ciclo de reciclaje. Ricardo Anaya, Marko Cortés y ahora Jorge Romero representan el mismo grupo, la misma visión y los mismos errores. Tres derrotas presidenciales consecutivas no generaron ni una renuncia, ni una rendición de cuentas, ni un ejercicio de autocrítica.
Mientras en las democracias maduras los líderes asumen la responsabilidad de las derrotas, en el PAN se premia la permanencia. Un partido que no sabe cambiar de rumbo después del fracaso, no se renueva: se pudre.
La desconexión con la sociedad es otro de sus males. Acción Nacional fue durante años un partido de base, de cercanía, de contacto con la calle. Hoy es un partido que vive en los medios, pero no en las colonias.
Los panistas dejaron de escuchar a la gente, dejaron de visitar los barrios, de dialogar con las universidades, de oír el pulso ciudadano. Mientras las calles se llenaban de ciudadanos que marchaban por la defensa del INE y del Poder Judicial, el PAN aparecía tarde, torpe, intentando capitalizar lo que no convocó. Hoy, apenas el tres por ciento de los mexicanos se considera panista. Nunca en su historia había estado tan solo.
El lema “Patria, familia y libertad”, con el que pretende reubicarse ideológicamente, es muestra del extravío. En lugar de hablarle al México del siglo XXI, que exige inclusión, derechos y justicia, el PAN eligió hablarle al México de 1950. Su discurso es más un refugio conservador que una propuesta moderna. Hablar de valores sin hablar de desigualdad, de libertad sin hablar de pobreza, de familia sin hablar de mujeres, es un error estratégico y moral.
Con ese viraje ideológico, el PAN se aleja de los jóvenes, de las clases medias urbanas y de las mujeres que alguna vez lo vieron como opción. Al volverse más dogmático, se encierra en su propio gueto.
El relanzamiento panista también evidenció su vacío de ideas. Ni una sola propuesta clara sobre desarrollo económico, seguridad, educación o salud. Nada sobre innovación, movilidad o derechos digitales. Nada sobre cómo recuperar la confianza ciudadana.
Mientras la gente busca soluciones, el blanquiazul se refugia en la retórica. Hablar de valores sin hablar de resultados es un suicidio político. Los discursos, por sí solos, no reconstruyen credibilidad.
Pero criticar no basta. Si el PAN quiere volver a ser relevante, necesita asumir una transformación profunda, más ética que estética. Lo primero es democratizarse de verdad. Abrir primarias, transparentar padrones, limitar reelecciones y poner fin a los dueños de comités.
Devolverle el partido a los militantes y no a las tribus. Solo así podrá recuperar legitimidad moral. La segunda tarea es limpiar su casa. No puede exigir honestidad si no la practica. Los casos de corrupción interna deben sancionarse con la misma dureza con que se exige al gobierno rendir cuentas. La coherencia es la base de cualquier oposición seria.
La tercera tarea es actualizar su ideología. Defender la libertad no puede ser sinónimo de indiferencia ante la desigualdad. El humanismo político debe modernizarse. Hablar de familia implica garantizar oportunidades, escuelas seguras, estancias infantiles y políticas de conciliación laboral.
Hablar de patria es proteger instituciones, medio ambiente y derechos. Hablar de libertad es defender la diversidad, la autonomía de las mujeres, la libre expresión y la justicia. Si el PAN no entiende que el México de hoy es plural y exigente, se convertirá en fósil político. La cuarta tarea es reconectar con la gente. Volver a caminar las calles, visitar universidades, dialogar con jóvenes, empresarios, campesinos, colectivos y activistas. La política se hace en la calle, no en los salones. Los dirigentes panistas deben entender que la cercanía no se delega ni se simula. Si el PAN no escucha, desaparecerá.
La quinta es formar nuevos liderazgos. Dar paso a jóvenes y mujeres con mérito, no con padrinos. La meritocracia debe reemplazar el compadrazgo. Los nuevos liderazgos no se improvisan: se forman con trabajo, ética y compromiso social. La sexta tarea es construir alianzas programáticas, no electorales. Las coaliciones deben basarse en causas, no en cargos. Con Movimiento Ciudadano y Somos México, el PAN puede construir una oposición moderna y competitiva, siempre que haya respeto, visión y agenda común.
No se trata de sumar siglas, sino de sumar ciudadanos. La séptima es recuperar su agenda social. La derecha moderna no reniega de la justicia: la vuelve eficiente. El PAN debe ofrecer un modelo alternativo de bienestar, basado en oportunidades, productividad y Estado de derecho.
También necesita aprender el valor de la autocrítica. Reconocer errores no debilita: fortalece. La autocrítica sincera genera confianza; la soberbia la destruye. Ninguna refundación será creíble sin humildad. El PAN debe aceptar que se equivocó, que se alejó de su gente, que perdió autoridad moral, y que solo podrá recuperarla actuando distinto. No hay otro camino.
Y debe, además, profesionalizar su comunicación. No basta con criticar a Morena ni con repetir los mismos mensajes. Debe hablar con empatía, no con superioridad. Debe aprender a conectar emocionalmente con un país herido, cansado, escéptico. Los mexicanos ya no votan por los más puros, sino por los más honestos y cercanos. Si el PAN quiere volver a representar una opción, tiene que volver a emocionar.
Por último, necesita volver a creer en la democracia como valor moral, no como táctica electoral. La democracia fue su razón de ser, y hoy parece solo un discurso. Debe ser ejemplo de legalidad, de respeto y de pluralismo.
Su destino no depende de un nuevo logo ni de una frase, sino de su capacidad para representar a los ciudadanos con integridad. El PAN no necesita refundarse: necesita redimirse. Recuperar su vocación de servicio, limpiar su nombre, formar una nueva generación de dirigentes honestos y dejar atrás a los vividores del partido. Solo así volverá a ser competitivo, útil y necesario para México.
En el horizonte inmediato, 2027 será su primera gran prueba. No se trata de ganar por inercia, sino de reconstruir confianza.
Debe recuperar municipios, congresos locales y estructuras comunitarias con trabajo, no con marketing. Y hacia 2030, si logra mantener coherencia y abrirse a la sociedad civil, podrá aspirar a construir una coalición cívica moderna, donde los ciudadanos sean el centro. Para lograrlo, deberá demostrar que aprendió de sus errores, que entiende el nuevo país y que puede gobernar con resultados, no con símbolos.
El PAN aún tiene fortalezas: militantes valiosos, experiencia de gobierno, presencia territorial, estructura nacional y gobiernos estatales que pueden servir de ejemplo, como Querétaro, Aguascalientes o Guanajuato. Pero debe cuidar que esos gobiernos sean congruentes con su discurso. No basta con tener buenos números: se requiere honestidad, rendición de cuentas y sensibilidad social. Gobernar bien sigue siendo su mejor carta de presentación.
La relación con Movimiento Ciudadano será crucial. Ambos partidos comparten electorado urbano y aspiraciones de renovación. Una alianza sólida y programática podría equilibrar el tablero nacional. Pero para ello, el PAN debe dejar atrás su soberbia histórica y aprender a compartir liderazgo.
También debe fortalecer puentes con Somos México, movimiento cívico surgido de la llamada “marea rosa”, que representa la energía ciudadana más auténtica del país. Con ellos puede construir algo que trascienda la lógica partidista: una coalición ética, ciudadana y moderna.
México necesita contrapesos. Una democracia sin oposición fuerte se debilita, se corrompe, se marchita. El PAN tiene la obligación histórica de volver a ser ese contrapeso. Pero para lograrlo debe dejar de mirar hacia atrás. Debe soltar el dogma, la soberbia y la simulación, y empezar de nuevo con humildad y propósito. Si lo hace, todavía puede ser útil a la República. Si no, se convertirá en un recuerdo, en una sigla vacía de significado.
Refundar no es volver al origen: es construir futuro. Refundar no es nostalgia, es coraje. Refundar no es cambiar el logo: es cambiar la lógica del poder. El PAN puede ser el eje de una nueva oposición si deja de temer al cambio y se atreve a transformarse. La historia aún le da una oportunidad, pero será la última.
El partido que alguna vez fue la conciencia moral de México se mira hoy en un espejo roto. Puede elegir seguir contemplando sus grietas, o puede reconstruirse pieza por pieza, con ética, apertura y trabajo. Si opta por lo primero, desaparecerá. Si elige lo segundo, aún puede volver a ser lo que fue: la fuerza decente que equilibró al poder y defendió la democracia.
Refundar, al final, no es otra cosa que volver a creer. Y si el PAN logra volver a creer —en la gente, en la justicia, en sí mismo— entonces habrá esperanza. Pero si no lo hace, el país perderá mucho más que un partido: perderá una parte de su equilibrio moral y político. Y eso, en tiempos como los que vivimos, sería una tragedia nacional.