Narrar la paz o perpetuar el horror: la disyuntiva del periodismo mexicano

“El periodismo no es un oficio: es una vocación, y se necesitan muchas condiciones para ejercerla”. – Zenaida Bacardí de Argamasilla.

En México y particularmente en Veracruz, el periodismo ha vivido durante décadas bajo la sombra de la violencia. El discurso dominante en los medios de comunicación se ha nutrido de la confrontación, del conflicto y de la reiterada narrativa de la guerra.

Basta revisar los titulares cotidianos para confirmar cómo la sangre, la tragedia y la disputa se han convertido en insumos habituales de la agenda informativa. Sin embargo, esa narrativa no es inocua: moldea percepciones, multiplica el miedo y, en no pocas ocasiones, legitima la violencia como si fuera parte inevitable de nuestra vida en comunidad.

La reflexión se vuelve aún más necesaria a partir de las ideas compartidas recientemente por el especialista colombiano Mario Hurtado Cardoso en la conferencia magistral organizada por la Comisión Estatal para la Atención y Protección de los Periodistas (CEAPP) en Veracruz en el marco de la entrega del 10° Premio de Periodismo de Investigación 2025. Hurtado Cardoso, con la experiencia de haber analizado el proceso colombiano de paz y las tensiones mediáticas que lo acompañaron, advierte que los medios tienen una responsabilidad fundamental: dejar de hablar únicamente en clave de guerra y comenzar a construir una narrativa distinta, una que se atreva a pensar y comunicar la paz como una posibilidad concreta, no como una utopía lejana.

Si eso mismo hubiera sucedido en Ruada, el conflicto étnico de una guerra civil cruel, cruda y violenta no se hubiera desarrollado, pero no, ahí las estaciones de radio incitaron a la violencia y a la crudeza que después se pudo reconocer como el peor de los genocidios étnicos del que se tenga memoria.

Cambiar de discurso no significa maquillar la realidad ni ignorar la gravedad de los problemas que nos aquejan. Significa reconocer que la forma en que contamos las historias influye directamente en la manera en que la sociedad se percibe a sí misma y en cómo enfrenta sus desafíos. En Veracruz y en el país, el periodismo ha quedado atrapado en un círculo de violencia simbólica: repetimos las imágenes de la tragedia, reproducimos las voces del enfrentamiento y damos prioridad a la lógica de la nota roja por encima de otros relatos posibles. El resultado es un periodismo que, más que informar, termina por alimentar el desencanto y la desconfianza social.

Un vuelco de 180 grados en esta narrativa, como propone Mario Huertado, implica asumir el periodismo de paz no como un género marginal, sino como una estrategia integral. Es pensar la información desde la perspectiva de la reconciliación, la prevención y la construcción de tejido social. No se trata de eliminar el conflicto de la agenda informativa, sino de abordarlo con un lente distinto: ¿qué iniciativas ciudadanas buscan resolverlo? ¿Qué experiencias locales muestran que la convivencia pacífica es posible? ¿De qué manera la cooperación comunitaria se convierte en un antídoto frente al miedo y la descomposición?

La tarea no es sencilla. En un entorno donde las audiencias están habituadas a la espectacularización de la violencia, romper con esa lógica implica un esfuerzo creativo y pedagógico. Los medios deben encontrar nuevas narrativas que resulten atractivas sin caer en la banalización. Deben arriesgarse a apostar por un periodismo de soluciones que ponga en el centro a las personas y sus esfuerzos colectivos por salir adelante, no solo a los victimarios ni a las cifras del horror.

México, y Veracruz en particular, están urgidos de este cambio. Las generaciones jóvenes merecen un horizonte distinto al del miedo heredado. No podemos resignarnos a que los únicos relatos posibles sobre nuestro entorno sean los de la tragedia diaria. Es tiempo de ensayar una gramática de la esperanza, que no sea ingenua, pero sí firme en su apuesta por la paz. Eso exige de los periodistas un compromiso renovado con la ética y la responsabilidad social, entendiendo que la libertad de expresión no se agota en denunciar, sino también en proponer caminos de transformación.

El periodismo de paz, como lo plantea Hurtado Cardoso, no significa silenciar las voces críticas ni disfrazar los problemas. Significa, más bien, abrir ventanas hacia otros horizontes posibles. Significa preguntarnos cómo narrar la dignidad de quienes luchan por la justicia, cómo contar las historias de comunidades que, pese a la adversidad, organizan redes de apoyo, construyen espacios de convivencia y demuestran que la violencia no es el destino inevitable de nuestra tierra.

Resulta preocupante que en muchos medios locales todavía prevalezca el amarillismo y la urgencia por la nota fácil. El “clic” y el “rating” siguen pesando más que el compromiso social. Pero si no modificamos esa lógica, estaremos contribuyendo a normalizar la violencia en lugar de combatirla. Los periodistas deben preguntarse a quién sirve la reiteración del miedo: ¿a la sociedad que busca respuestas, o a los intereses de quienes se benefician de un pueblo atemorizado?

La propuesta es clara: cambiar la lente, transformar el lenguaje, apostar por un relato que ponga la paz como eje central. Para ello es imprescindible la capacitación y sensibilización de quienes ejercen el oficio, así como el compromiso de los directivos de los medios para abrir espacios a estas nuevas narrativas. La CEAPP ha dado un paso importante al poner el tema sobre la mesa, pero se requiere que cada reportero, cada editor y cada medio asuman su papel en este giro necesario.

Narrar la paz no es tarea menor. Es aprender a contar las historias de los sobrevivientes, de las mujeres que exigen un alto a la violencia, de los jóvenes que levantan proyectos culturales en sus colonias, de los campesinos que defienden sus tierras con diálogo, de las comunidades que se organizan para rescatar sus espacios públicos. Es reconocer que en medio de la adversidad también florece la esperanza y que los medios pueden ser aliados para amplificar esas voces.

En Colombia, los medios que se atrevieron a contar la paz ayudaron a transformar la conversación pública, a pesar de la complejidad del proceso. En México, necesitamos algo semejante: medios que, sin perder su espíritu crítico, apuesten por una narrativa diferente que abra camino a la reconciliación. Si seguimos atrapados en la lógica del conflicto, estaremos abonando al círculo de violencia. Si cambiamos de rumbo, quizá logremos inspirar nuevas formas de convivencia.

El reto es enorme, pero la necesidad lo es aún más. Veracruz necesita un periodismo que hable de soluciones, que apueste por el futuro y que se convierta en catalizador de procesos sociales. No podemos permitir que el miedo sea el único relato disponible para nuestras comunidades. Apostar por la paz desde el periodismo no es un acto ingenuo: es una estrategia política, ética y social que puede marcar la diferencia en la manera en que enfrentamos nuestros problemas colectivos.

Los periodistas tenemos en las manos la oportunidad de ser parte de la transformación, de escribir desde una óptica distinta, de abandonar la narrativa de la guerra para dar paso a la construcción de paz. No se trata de negar la realidad, sino de mostrar que hay múltiples realidades conviviendo al mismo tiempo: la del conflicto, pero también la de quienes trabajan incansablemente por la reconciliación.

México y Veracruz requieren con urgencia este cambio de paradigma. La invitación que hace Mario Hurtado Cardoso es, en realidad, un llamado a la conciencia colectiva: atrevernos a contar distinto para vivir distinto. Un giro de 180 grados que nos saque de la vorágine de la negatividad y nos coloque en la senda de la esperanza. El periodismo tiene la palabra, la pregunta será ¿sus protagonistas se atreverán a intentar cambiar?

 

Al tiempo.

 

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“X” antes Twitter: @LuisBaqueiro_mx

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