Manuel Huerta: el senador sin causa

“Por nuestra codicia lo mucho es poco; por nuestra necesidad lo poco es mucho”. – Miró.

El senador veracruzano Manuel Huerta Ladrón de Guevara parece haber perdido el rumbo. Lo que alguna vez fue una trayectoria vinculada al movimiento transformador que dio origen a la Cuarta Transformación, hoy se diluye entre pactos oportunistas, ambiciones personales y una lealtad cada vez más visible hacia intereses ajenos al proyecto que lo vio crecer políticamente. Su entreguismo a los designios de Adán Augusto López Hernández, y su condescendencia con el clan yunista, resultan, por decir lo menos, preocupantes.

En los últimos meses, Huerta se ha convertido en una figura contradictoria: dice representar los ideales del pueblo, pero actúa en defensa de grupos políticos cuestionados por sus vínculos con la delincuencia organizada, como el caso del grupo conocido como La Barredora, con el cual hoy se relaciona el clan Yunes. Lo más grave es que su postura no solo contraviene los principios de Morena y del propio movimiento de transformación, sino que desafía abiertamente a la presidenta de México y a la Constitución misma. Ese es el nivel de extravío político en el que ha caído el senador.

En un juego de fuerzas, la cuerda se estira hasta que un lado ya no puede más y revienta, y a eso están jugando al interior de Morena; por un lado, el equipo encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum, y por el otro, el coordinador de los senadores, Adán Augusto López. Mientras Sheinbaum Pardo busca consolidar un gobierno con perfiles técnicos y de confianza, el grupo que aún responde a las órdenes desde Palenque se resiste a perder poder e impunidad. La fractura ya es evidente, y personajes como Manuel Huerta son hoy piezas funcionales en esa disputa.

La semana pasada, el Senado morenista dio un revés a la propuesta de reforma a la Ley de Amparo enviada por la presidenta, y ahí volvió a asomar la mano del veracruzano. En una maniobra que desafía el artículo 14 constitucional, Huerta propuso aplicar retroactividad a las reformas, lo que demuestra su sumisión al grupo de Adán Augusto. La propia Sheinbaum tuvo que salir a aclarar que no fue su propuesta y pidió a los diputados corregir el error. Ese episodio, más que un simple desacuerdo técnico, reflejó la rebeldía del grupo tabasqueño y su negativa a reconocer el liderazgo de la mandataria.

Huerta tenía una posición estratégica: la presidencia de la Comisión de Agricultura, desde donde pudo haber impulsado políticas públicas y apoyos reales para Veracruz, un estado con un potencial agrícola enorme. Pero prefirió la “grilla” y cambió esa comisión por la de Estudios Legislativos, una posición que le ofrecía más reflectores y cercanía con el grupo político de su jefe y aliado, Adán Augusto. No sorprende que, fiel a ese vínculo, haya conseguido el cargo de inmediato.

La alianza que se ha tejido entre Adán Augusto, Miguel Ángel Yunes y Manuel Huerta es una muestra de cómo la conveniencia política puede borrar fronteras ideológicas. Los tres conforman hoy una terna de intereses que poco tiene que ver con la transformación del país. Se les ve juntos, sonrientes, repartiéndose elogios, mientras Veracruz y su gente siguen esperando resultados.

El pasado domingo, en el zócalo capitalino, los contingentes veracruzanos acudieron con entusiasmo a respaldar el movimiento; sin embargo, Huerta llegó solo, sin respaldo ni estructura. No mueve ni una hoja en el viento, pero no pierde oportunidad de lanzar dardos contra sus compañeros morenistas y contra el gobierno estatal. Ese es su nuevo papel: el del crítico interno que, en lugar de construir, destruye.

Cada vez más alejado de Morena y más cerca del PT y de Movimiento Ciudadano, Manuel Huerta parece haber elegido su destino. Pero lo hizo no por convicción, sino por conveniencia. Y en política, cuando la lealtad se vende, la historia no perdona.

 

Al tiempo.

 

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