RAZÓN Y FE: EL CAMINO HACIA DIOS. (IV)

Octingentésimo aniversario del natalicio de Tomás de Aquino.

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

Todos los seres humanos tenemos por naturaleza la capacidad de emocionarnos, una emoción es una reacción biológica ante determinado suceso. Por ejemplo, todos podemos asustarnos, claro, no todos nos asustaremos por el mismo acto, no obstante, la posibilidad de sentir esa emoción ahí está. Conforme vamos creciendo, se pueden ir conociendo, comprendiendo, explicando y ordenando nuestras emociones. Ya no sólo es el instinto de sentir algo que nos causa miedo, ahora sabemos el porqué ese algo nos provoca emoción. Este proceso cognoscitivo nos lleva a descubrir nuestros sentimientos, es decir, razonadamente sé el porqué tengo miedo, razonadamente intuyo porque determinada dama me ruboriza y, aquí ya nos encontramos con sentimientos determinantes en toda vida humana como son la pasión y particularmente el amor. Tomás de Aquino analiza este tema en la: “Suma de teología parte I-II”, en la cuestión 26 titulada: “Sobre las pasiones del alma en especial, y primeramente del amor.

La anterior cuestión la analizaremos desde lo que plantea el autor, sin perder de vista que estamos ante un teólogo que razonadamente intenta justificar la doctrina cristiana. Esto no debe prejuiciarnos en caso de no ser cristianos, porque existen valores universales precristianos y posiblemente en lo esencial coincidamos con los valores cristianos, sino fuera el caso, no afecta, lo importante es analizar la cuestión y plantear nuestra propia posición. En el artículo I, el aquinate se pregunta: “¿es el bien la única causa del amor?” Si pensamos desde lo más profundo de nuestro interior, reconoceremos que el mal no puede ser causa del amor. En cualquier cultura el amor tiene una connotación bella, noble e ideal. E incluso, los grandes filósofos griegos como Platón, Aristóteles, entre otros, abordaron el tema afirmando que es el sentimiento que te conduce a la felicidad, bien supremo del hombre. Tomás de Aquino literalmente responde sobre si el amor es causado por el bien:

Solución. Hay que decir: Como se ha indicado anteriormente…I), el amor pertenece a la potencia apetitiva, que es una potencia pasiva. Por eso su objeto se compara a ella como la causa de su movimiento o acto. Es preciso, pues, que aquello que es objeto del amor sea propiamente la causa del amor. Ahora bien, el objeto propio del amor es el bien, porque, como se ha dicho (q. 26, aa I y 2), el amor importa cierta connaturalidad o complacencia del amante con el amado, y para cada uno es bueno lo que le es connatural y proporcionado. Por consiguiente, se da por sentado que el bien es la causa del amor.”

Reconociendo que el amor representa el bien, lo causa el bien, la primera diferencia que debe quedar muy clara se encentra en la duración entre una emoción y el amor. La emoción suele ser momentánea, de hecho, así como biológicamente podemos sentirla intensamente, la misma naturaleza nos impide mantener esa emoción de forma alargada y mucho menos de forma duradera, no podríamos resistirla. Lo contrario sucede con el amor, éste puede tener efectos más largos y dependiendo del tipo de amor, puede llegar a ser duradero. Ejemplos abundan: el amor de padres e hijos, el amor entre hermanos, y no en pocos casos el amor erótico alcanza con sus naturales complicaciones un largo periodo de vida. Tomás de Aquino afirma que es importante conocer el amor, si, tal como reza un título de Erich Fromm: “El arte de amar”, el amor es un arte que debemos cultivar. El lector podría pensar que el amor es una pasión-sentimiento que se siente, que no podría razonarse. Permítaseme no coincidir con esta percepción, al contrario, conforme crecemos y tenemos experiencias con toda seguridad puedo afirmar que aprendemos a amar.

De entrada, al estar meditando en el presente artículo sobre este tema, con el sólo hecho de hacerlo ya estamos concediendo que el amor es un arte en el que podemos educarnos y con esa educación, vivirlo mejor. No significa que haya una formula exclusiva, no, pero la razón nos exige, nos dicta, nos acusa, nos previene, según sean los casos, cuando una emoción erótica, que puede llegar a ser amor, nos mueve e incita a analizar las características de la persona que nos interesa. Pensemos sobre un tema que está enormemente relacionado con el amor: los celos. Antes de conocer lo que sostiene el teólogo medievalista, cavilemos un poco: acaso en la mayoría de las veces cuando empezamos a relacionarnos, ¿no detectamos si una persona es o no celosa? Si somos honestos responderemos que sí, entonces, ¿por qué continuamos con esa persona a sabiendas que sus celos nos causarán enormes desasosiegos? Aquí como primera respuesta, desde luego que cada uno puede pensar diferente, me atrevo a afirmar que nuestra educación sentimental está equivocada, porque si alguien actúa con raciocinio jamás buscará relacionarse con un ser que le garantiza fuertes problemas por los celos. La mala educación puede consistir en que somos obsesivos por los deseos carnales, es decir, con tal de obtener o satisfacer el deseo carnal, estamos dispuestos a padecer o sobrellevar ciertos males. Sólo que esto ya no es amor, es otra cosa, por lo mismo es muy importante en nuestras sociedades aprender a amar. Educarnos en el arte de amar. Tomás de Aquino plantea este tema de la siguiente forma:

Cuestión 28 parte I-II.” Artículo 4: “¿Es el celo efecto del amor?”. Las compartiré las objeciones que presenta: “I. En efecto, el celo es origen de contiendas, por lo cual dice I Cor 3, 3: Habiendo entre vosotros celos y discordias, etc. Pero la contienda es contraria al amor. Luego el celo no es efecto del amor. 2. Aún más: El objeto del amor es el bien, que es comunicativo de sí mismo. Pero el celo es contrario a la comunicación, pues parece ser propio del celo que alguien no sufra la participación en el objeto amado, como se dice de los varones que tienen celos de sus esposas, a las que no quieren tener en común con los demás. Luego el celo no es afecto del amor. 3. Y también: No hay celo sin odio, como tampoco sin amor, pues, dice el Sal 72, 3: Tuve celos de los inicuos. Luego no debe decirse que es más bien efecto del amor que del odio.” Estas son las objeciones que presenta el autor para crear el debate, ahora conozcamos la solución que propone ante el dilema:

Solución. Hay que decir: El celo, de cualquier modo que se tome, proviene de la intensidad del amor. Porque es evidente que cuando más, intensamente tiende una potencia hacia algo, más fuertemente rechaza también lo que le es contrario e incompatible. Así, pues, siendo el amor un movimiento hacia el amado, como dice San Agustín en el libro Octoginta trium quaest., el amor intenso trata de excluir todo lo que le es contrario. (No obstante, en esa intensidad ya hay un desfase que daña el bien que el amor en su verdadera esencia debe causar, analizar ese desfase es tarea nuestra, continua el autor.) Esto, sin embargo, acontece de diferente manera en el amor de concupiscencia, el que desea alguna cosa intensamente se mueve contra todo lo que se opone a la consecución o fruición tranquila del objeto amado. Y en este sentido se dice que los varones tienen celos de sus esposas, para que la exclusividad que buscan en la consorte no sea impedida por la compañía de otros…Más el amor de amistad busca el bien del amigo; por lo cual, cuando es intenso, hace que el hombre se mueva contra todo aquello que es opuesto al bien del amigo. Y conforme a esto, se dice que uno tiene celo por su amigo cuando procura rechazar todo lo que se dice o hace contra el bien del amigo.

Con esta estructura y con la enorme variedad temática se va leyendo la: “Suma de teología” del erudito teólogo Tomás de Aquino. Un genio que abordó en la obra todos los temas que son pilares en la vida del hombre. Tomás de Aquino para la Iglesia Católica es considerado un santo. Para el mundo de las letras es uno de sus grandes apóstoles. He aquí el basto e inabarcable universo de las letras. Ingrese a su mundo.

 

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