La diversidad no se reduce a múltiples colores

Imagina que te atrae una persona y esa atracción es vista como una enfermedad mental. Que, por amar o vincularte afectivamente, se te niegue la entrada a ciertos lugares o seas objeto de burlas, violencia o exclusión. Esto, por increíble que parezca, fue una realidad cotidiana para muchas personas de la comunidad LGBTIQ+ antes de los años 70. Y aunque los tiempos han cambiado, todavía hoy la diversidad sexual puede ser motivo de múltiples formas de discriminación, abiertas o encubiertas.

Junio es conocido como el mes del orgullo. No es una fiesta vacía ni un desfile de colores sin historia: se conmemora una lucha de décadas. Un punto clave fue el 28 de junio de 1969, cuando en el bar Stonewall Inn, en Nueva York, miembros de la comunidad resistieron una redada policial. Aquella noche marcó el inicio de un movimiento revolucionario que dejó claro que nadie debía esconderse por amar diferente. Desde entonces, cada año recordamos que la dignidad, el respeto y los derechos no deberían estar en juego por la orientación sexual o identidad de género.

En México, según datos del INEGI, al menos un 5.1% de la población se identifica como parte de la comunidad LGBTIQ+. Esto equivale a más de cinco millones de personas que, aunque no deberían tener que exigirlo, reclaman algo tan básico como la igualdad de derechos y una representación respetuosa en todos los espacios, desde el ámbito legal hasta los medios de comunicación.

Sin embargo, aún hay muchos retos. Uno de ellos es la resistencia al uso del lenguaje inclusivo. Cada vez que alguien escribe “todxs” o “todes”, no faltan las críticas que lo reducen a una “moda absurda” o un “atentado al idioma”. Pero el lenguaje no es estático: evoluciona con la sociedad. El lenguaje inclusivo no pretende destruir la gramática, sino visibilizar a quienes históricamente han sido borrados del discurso. Es una herramienta para reconocer la existencia de identidades no binarias y otras expresiones de género. Negarse a su uso no es defender el español: es cerrar los ojos ante realidades que nos incomodan o que simplemente no entendemos.

Otro punto importante es la forma en que muchas marcas “se suben al tren” de la diversidad en junio, pero se bajan en cuanto termina el mes. Cambian sus logotipos a los colores del arcoíris, lanzan campañas “inclusivas” y presumen su compromiso con la comunidad, pero en la práctica no garantizan espacios seguros para sus empleados diversos, ni promueven políticas de inclusión real. A esto se le conoce como “lavado rosa” (o pinkwashing): una estrategia de marketing que usa causas sociales para limpiar la imagen de las empresas, sin un compromiso auténtico detrás. La diversidad no puede reducirse a una estrategia de ventas o a un filtro en redes sociales.

Afortunadamente, ha habido avances. En México, el matrimonio igualitario ya es legal en todo el país. Se han aprobado leyes contra terapias de conversión y existen esfuerzos por reconocer la identidad de género en documentos oficiales. Sin embargo, la violencia sigue siendo una constante. Según datos de organizaciones civiles, México es uno de los países con más crímenes de odio por orientación sexual o identidad de género en América Latina. El cambio legal es importante, pero el cambio cultural es urgente.

La diversidad sexual no debería ser motivo de debate, sino de respeto. Es parte de lo que somos como humanidad. Negarla o limitarla es negar la riqueza de nuestras diferencias. La apertura hacia la diversidad no exige que todas las personas cambien quiénes son, sino que comprendan que hay otras formas válidas y dignas de existir. Que el amor no necesita permisos ni justificaciones. Y que reconocer los derechos de otros no resta los propios.

La verdadera inclusión no ocurre con logos arcoíris ni con discursos políticamente correctos, sino con acciones constantes, con voluntad para aprender, con empatía, y con leyes que garanticen derechos, pero también con una sociedad que no castigue la diferencia.

Porque la diversidad no se reduce a múltiples colores: se trata de vidas, historias, luchas y dignidad. Y ninguna de ellas debería ser invisibilizada.

 

 

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