EL APAGÓN, MENSAJE AL MUNDO ENTERO

Por: Ángel Lara Platas

El apagón general en España y cinco países más, que paralizó a más de 45 millones de personas; fue una voz de alerta para quienes dependemos de la energía eléctrica, que ahora, pudiera decirse que somos todos los habitantes del planeta.

Quienes padecieron la falta de corriente eléctrica, pudieron percatarse de la total dependencia a todo lo que facilita que realicemos nuestras actividades diarias. Fue la gran paranoia que solo comparable con las de las películas de invasión masiva de extraterrestres que paralizan ciudades enteras.

La impotencia del apagón en Europa, inició en los hogares. La mamá no le pudo hacer el licuado al niño porque no encendió la licuadora. Tampoco plancharon la ropa, por razones obvias. De la regadera eléctrica no salió ni gota de agua. Ni para enterarse de las noticias: la tele no encendía.

El pan tostado con mantequilla lo dejaron para otra ocasión.

Sin luz, los departamentos fueron verdaderas “bocas de lobo”

Cuando intentaron hacer la comida, las estufas, en su mayoría eléctricas, no encendieron. La alternativa de comer en un restaurant o cafetería, quedó cancelada; en esos lugares tampoco funcionaba nada. Todo eléctrico.

Los autos, con el combustible agotado, fueron abandonados en las calles. Las bombas de las gasolineras no funcionaban.

Las pilas de los celulares pronto se agotaron. La desesperación por llamarle a familiares y amigos extinguió rápidamente la energía de los mismos. No hubo diálogos, las respuestas se convirtieron en preguntas, y las preguntas en respuestas.

Los pasajeros de cien trenes se quedaron atrapados y a oscuras. Unos, desmayados, otros, en histeria colectiva. Desesperación generalizada.

Los semáforos dejaron de funcionar. Peor aún por que allá no están acostumbrados al Uno por Uno.

Las calles, llenas de gente. Unos, a pie; otros, caminando; el resto, andando. Las personas no sabían si iban o venían; para el caso era lo mismo cuando no hay destino a dónde ir. La intención era: ir a ningún lado. A donde fueran, nadie resolvería nada.

Aquellos que tenían planeado sacar del cajero para los gastos del día, no lo pudieron hacer, esos aparatos no funcionaban; y no pedirían prestado a alguien para comer porque todos estaban en las mismas condiciones.

Como no sabían exactamente cuanto tiempo duraría el apagón, hubo compras de pánico. Todo un apocalíptico espectáculo resultó ver los anaqueles vacíos. A la memoria de los compradores llegaron las fotografías de las tiendas de Venezuela o Cuba: sin nada que exhibir.

En los hospitales, donde la vida de la gente depende totalmente de la electricidad, fue un desastre. Los ataques de ansiedad elevaron por las nubes el riesgo de algunos pacientes hipertensos.

Los bancos cerraron. Las transacciones se detuvieron, los pagos se suspendieron.

Por primera vez desde que los celulares son parte del cuerpo humano, enmudecieron; sus pantallas se tornaron negruzcas, color velorio.

Las velas, cosa del pasado remoto, se convirtieron en un artículo de primera necesidad. Pero esto sólo quedó en la mente de los demandantes; esos artículos ya no se adquieren tan fácilmente.

Sin embargo, para algo sirvió ese gran apagón: crear un poco de consciencia de lo que sería algo mayor si no cuidamos el planeta. Pueden darse las mayores explicaciones técnicas de lo que sucedió, pero en el fondo, es el cambio climático.

 

 

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