“El Fausto de Goethe en cuatro tiempos.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
En el año 1832 fue publicada la segunda parte de la tragedia el “Fausto” de Goethe. De hecho, la obra se publicó de manera póstuma, porque en el mes de marzo de ese mismo año Johann W. Goethe murió. Pasaron veinticuatro años para que el escritor alemán concluyera con esta segunda parte de la historia completa que nos llegó. La primera parte publicada en 1808 cerró el telón con la muerte de Margarita. Debemos tener presente que Margarita murió amando a Fausto, mas, al mismo tiempo estaba aterrada, su frase final fue: “¡Enrique! Tengo miedo de ti”. También hay que recordar que Margarita se arrepiente de todos sus errores e invoca a la divinidad y ésta tiene misericordia de la bella joven y su alma es salvada. Margarita le promete a Fausto que en el más allá se reencontrarán y por fin serán felices. Promesa que se antoja casi imposible, porque se debe recordar que Fausto firmó un pacto con Mefistófeles y el alma del sabio personaje está asegurada para el infierno.
En la segunda parte la historia se amplia, el lector a través del drama incursionará en temas históricos, políticos, mitológicos, se nota que Goethe mediante la ficción aborda temas del mundo clásico grecolatino con la intención de adaptarlos a los tiempos de sus dos protagonistas principales: Fausto y Mefistófeles. En este tercer artículo nos olvidaremos un poco del amor entre Fausto y Margarita, más adelante regresaremos con ellos. Ahora viajaremos y acompañaremos a Fausto a un sinfín de experiencias increíbles, fantásticas, en instantes inigualables. Sí, porque el lector podrá disfrutar la belleza de Helena, el porte de Paris, resulta asombroso y muy ingenioso cómo Goethe hace convivir a leyendas, dioses, héroes, heroínas, del pasado, con los personajes creados por él, en su tiempo presente. Les platico un ejemplo: el Emperador de Prusia, póngale el nombre que usted prefiera, Federico, Guillermo, el caso es que esta máxima autoridad recibió en su palacio a Fausto y Mefistófeles. Suceden muchas cosas, Mefistófeles es muy astuto y para sus fines sabe ganarse a los políticos. Rápidamente se convirtió en el bufón del Emperador y empezó a cumplirle varias de sus peticiones, aquí hay un hecho importante por analizar. El Emperador satisfecho con las complacencias que le daba el demonio, le dijo a sus cercanos que les compartiría esas dádivas, que pensaran muy bien qué le solicitarían a su bufón, inmediatamente iniciaron las solicitudes:
Un hombre obsesionado le solicitó lo ayudara a obtener a la mujer deseada. Una mujer pidió lo mismo, quería a un hombre y estaba dispuesta a realizar lo que el demonio ordenara: “Una Dama (Pugnando por acercarse): Dejadme pasar. Grandes en demasía son mis cuitas; hirviendo en mi pecho, me taladran hasta lo más hondo del corazón. Ayer mismo aún buscaba él la dicha en mis miradas, y ahora charla con ella y me vuelve la espalda. Mefistófeles: Grave cosa es. Pero escuchadme. Es preciso que con tiento te acerques a él; toma este carbón, traza una raya en la manga de su vestido, en la capa o en el hombro, según se ofrezca el caso, y sentirá en el pecho el saludable aguijón del arrepentimiento. Mas tú debes luego tragar el carbón sin llevar vino ni agua a los labios. Esta noche ya estará él suspirando frente a tu puerta” …en fin, el demonio otorgaba lo que ellos pedían y todos estaban felices. Aquí hay una descripción muy puntual de parte de la condición humana. Si esto solicitaban los subordinados, vayamos a conocer la petición del Emperador. Este personaje requirió ver a la hermosa Helena, la esposa de Menelao, la amante de Paris, la misma que causó la guerra de Troya, la mujer más hermosa del mundo antiguo, y, qué creen, pues el demonio le concederá su deseo, para cumplir semejante compromiso utiliza a Fausto de la siguiente forma.
El demonio le confiesa a Fausto que él no tiene facultades para traer de la otra vida a los paganos. Su poder está sobre los que van al infierno en el mundo del cristianismo. Esto no implica que se dé por vencido, encuentra la manera y envía a Fausto con unas llaves al sitio de las madres. Fausto duda un poco, pero decide ir. Al poco tiempo nos ubicaremos junto al Emperador y toda su corte, quienes esperan ansiosamente el arribo de Paris y Helena. Fausto aparece con los personajes inmortalizados en la Ilíada y el primero que se apersona es Paris, las mujeres suspiran por el personaje: “Una Dama: ¡Oh! ¡Qué brillantez de floreciente vigor juvenil! Segunda Dama: Fresco y jugoso como un albérchigo. Tercera Dama: Los labios dibujados con finura, suavemente abultados. Cuarta Dama: Bien quisieras tú beber a pequeños sorbos en esa copa…Una Dama: Se sienta muellemente, con gracia. Un Caballero: Sobre sus rodillas estarías muy a gusto, ¿no es cierto?”
Una vez puesto en escena Paris, inmediatamente apareció Helena, todos quedaron anonadados ante la belleza: “El Astrologo: Esta vez, nada más tengo que hacer. Como hombre de honor lo confieso y reconozco. Sobre la belleza, mucho se ha contado en todo tiempo. Aquel a quien se aparece, siéntese enajenado; aquel a quien perteneció, fue dichoso en extremo. Fausto: ¿Tengo ojos aún? ¿Se muestra entre los más hondos raudales? Mi pavoroso viaje me reporta la más feliz recompensa. ¡Cuán nulo, cuán cerrado estaba el mundo para mí! Por vez primera lo hallo apetecible, cimentado, duradero. ¡Desaparezca de mí la fuerza del aliento de vida si alguna vez me canso de ti! La Dama: ¡La meretriz! Una Dama: La joya ha pasado por tantas manos, que el oro está bastante desgastado. Otra Dama: Desde los diez años no ha valido nada. El Caballero: Cuando llega la ocasión, cada cual toma para sí lo mejor. Yo me contentaría con esos hermosos restos.”
El sabio Dr. Fausto firmó el contrato con Mefistófeles con la condición de que lo llevaría a vivir experiencias únicas, inimaginables, extraordinarias. El amor que sintió por Margarita fue sincero, empero, al ver a Helena quedó fascinado, doblegado ante su belleza y por supuesto que, si Fausto aceptó dar su alma al demonio con tal de vivir de todo y sin medida, su aspiración no iba a quedarse sólo con la contemplación de la singular Dama, no, Fausto siente que tiene el derecho de poseerla y con esa intención se acerca a ella: “Fausto: … ¿No estoy yo para nada aquí? ¿No tengo en la mano esa llave? A través de los horrores, de las ondas y del oleaje de las soledades, ella me ha guiado aquí en sitio firme. Aquí hago pie. Lo de aquí son realidades. Desde aquí el espíritu osa luchar con los espíritus, y asegurarse el vasto y doble imperio. Ella, que tan lejos estaba, ¿cómo puede estar más cerca? Yo la salvo, y por lo mismo, es dos veces mía… ¡Valor! ¡Madres!¡Madres! preciso es que me la concedáis. Quien la ha conocido no puede vivir sin ella. El Astrologo: ¿Qué haces Fausto? … ¡Fausto! La coge con violencia. La figura se torna ya confusa…Vuelve la llave hacia el joven, le toca… (Explosión. Fausto yace desvanecido en el suelo. Las dos sombras se disipan en vapor) Mefistófeles: (Cargando a Fausto en hombro): ¡Eso os habéis ganado! El encargarse de locos acaba por dañar al mismo diablo.”
Fausto es trasladado a su antigua casa, lugar donde firmó el pacto con Mefistófeles. Hasta aquí queda muy claro que la facultad del demonio se limita a poder ver sólo al fantasma de Helena, pero en el instante de pretender tocarla todo se evapora, todo desaparece y en este caso Fausto quedó desmayado. Al paso de los días Fausto se recuperará y acompañará al demonio a la famosa fiesta de Walpurgis, allí seguirá Fausto buscando a Helena, se encuentra obsesionado por ella y hará hasta lo imposible por tenerla, si tiene que morir, qué más da, si de por si su alma ya está entregada al demonio, aunque no olviden que Margarita lo espera. La historia continúa.
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