Recuerdo aquella mañana de 21 de octubre de 1997, cuando Miguel Ángel Yunes Linares citó a conferencia de prensa.
Un día antes, el domingo 20, el PRI, que presidía, acababa de sufrir una de las primeras estrepitosas derrotas de su historia en el estado.
El PRD lo derrotó en Xalapa, Coatzacoalcos, Minatitlán, Cosoleacaque y Tuxpan, y el PAN en Veracruz, Córdoba, Orizaba, Fortín y Boca del Río.
El entonces gobernador Patricio Chirinos salió la misma noche del 20 a declarar que la pluralidad era signo de avance político en Veracruz y consolidación de la cultura democrática.
Alrededor de una mesa de centro, cuadrada, contigua a su oficina en el CDE, Miguel dijo a los entonces pocos reporteros que éramos, que presentaba su renuncia a la presidencia, con carácter de irrevocable.
Con la derrota había perdido también la candidatura a suceder a Chirinos. Antes había dejado la entonces Secretaría General de Gobierno para pasar a la dirigencia estatal, en vías ya de su lanzamiento como candidato.
Chirinos, pues, no le puso trabas al triunfo opositor, y Yunes, con toda la vergüenza política profesional, se fue. Había fallado y le había fallado.
No quedó duda del rechazo a sus siglas y colores
El pasado domingo 2, el PRI sufrió de nuevo otra estrepitosa derrota, una más ahora, que reconfirma el rechazo de los veracruzanos a sus siglas y colores, y colateralmente a sus candidatos.
Es un decir que lo derrotaron Morena y sus aliados, porque quien casi lo enterró con su desastroso gobierno fue Javier Duarte en el sexenio 2010-1016.
Tenían, debían de tratar de lavarle la cara al tricolor sus actuales dirigentes, Adolfo Ramírez Arana y Lorena Piñón Rivera, presentando de inmediato su renuncia, pero, cachetonamente, ahí siguen. Y con ellos, se debería ir todo el resto de la dirigencia y de sus organismos.
Fofo Ramírez y Lorena fueron nombrados por dedazo por el impresentable dirigente nacional, Alejandro “Alito” Moreno Cárdenas, el 18 de octubre de 2023, apenas ocho meses antes de las elecciones.
Lo que queda de la militancia, pues, no los eligió. Llegaron sin ninguna legitimidad, pero, además, sin tener algún mérito. Los impusieron porque son amigos de “Alito” y porque, según, eran los que iban a levantar a su partido y a ganar las elecciones.
Por lo que se advierte, la derrota dejó a los priistas en shock, pasmados; ante las cifras contundentes en contra siguen hablando de fraude y nadie hace autocrítica ni ve hacia adentro para detectar los errores que cometieron, ni salen a reclamar un cambio urgente de dirigencia para enfrentar, renovados, el proceso municipal dentro de un año para ver si encuentran, de lo perdido, lo que aparezca.
Por lo menos debieran intentar algo, elegir ellos a sus propios dirigentes sin pensar en algún riesgo, pues que más pueden perder cuando ya lo tienen casi todo perdido.
Como van, con dirigentes como los que tienen, solo están prolongando la agonía de su partido, en vías de extinción como se acabó el PRD.
En el proceso que prácticamente ha terminado, los militantes que quedan o exmilitantes lo decían muy claro: apoyaban a Pepe Yunes, no a su partido.
“Alito” quiere jóvenes, pero no dice que se va
En su artículo de El Universal, el sábado, “Alito” Moreno, luego de darle muchas vueltas a la derrota, termina por aceptar que “esperábamos mejores resultados. Para ser claro, no nos fue bien”. Pues no. Les fue mal, muy mal. Y se preguntó: “¿Qué sigue?”.
Plantea: “Tenemos que replantearnos cómo nos acercamos al electorado, qué le proponemos, cómo le cumplimos, cómo nos relacionamos –o no– con el gobierno y cómo evitamos que se tomen decisiones que afecten los avances democráticos logrados a lo largo de cien años de luchas”.
Según él: “Yo estoy porque crezcan y avancen una nueva juventud de priistas que hayan sido exitosos y exitosas en estas inequitativas elecciones”. Sí, pero no dice que primero y antes que nada él se va a hacer a un lado.
En el caso del comité estatal, el dilema que tiene el priismo es quién, hombre o mujer, tiene la estatura para medio rescatar al otrora invencible.
El fin de una generación
En algunas ocasiones he narrado en este espacio que alguna vez se le preguntó a don Rafael Murillo Vidal, quien fue gobernador de Veracruz, a los cuántos años se debía retirar un político. Parco, como era, reviró a bote pronto: hasta que se muere.
¿Eso era antes, en su época, pero ya no? Don Rafael perteneció a una generación de políticos longevos que solo la muerte física los sacaba del escenario. Chocheando y con bastón, buscaban seguir en activo, como Fidel Velázquez, se han de acordar todavía muchos.
A don Rafael todavía lo alcancé como reportero. Era parco, pero práctico. Recuerdo que en el panteón de Santiago Tuxtla, en el funeral del exgobernador y exsecretario de Gobernación, Ángel Carvajal Bernal, padre de otro famoso, Gustavo Carvajal Moreno, le pedí una declaración sobre el difunto. Su respuesta me sorprendió. Se me quedó viendo por unos segundos y me dijo: póngale lo que quiera.
¿Fin de la generación hernándezochoista?
De don Rafael para acá, que recuerde, solo quien lo sucedió, Rafael Hernández Ochoa, tuvo la visión para empezar a formar una nueva generación de políticos, que con el tiempo cuajaron: Gonzalo Morgado Huesca, Miguel Ángel Yunes Linares, Flavino Ríos Alvarado, Fidel Herrera Beltrán (gobernadores estos tres últimos), Edel Álvarez Peña…
Esa generación fue la que prácticamente sostuvo el andamiaje político priista desde la segunda mitad del siglo pasado hasta todavía ya entrado el actual siglo. Con la muerte, el año pasado, de Carlos Brito Gómez, quien fue subsecretario de Gobierno con Hernández Ochoa, el último factor de unidad que quedaba, prácticamente se empezó a venir abajo todo.
Conozco a prácticamente todos los políticos de aquella época y que todavía ocupan espacios en su partido, o que intentan ocuparlos, pero creo que, en contra de la sentencia de Murillo Vidal, con todo el respeto que se merecen, es hora de que opten por el retiro. Prácticamente todos los que viven reaparecieron en la campaña de o incluso al lado de Pepe y le causaron daño. El electorado ya no los acepta.
Pero, además, deben dejar el espacio a los jóvenes, a las nuevas generaciones. De todos modos, el PRI será muy difícil que se recupere y que vuelva por sus fueros. Tal vez suene fuerte decir que está herido de muerte, pero creo que casi. Incluso no estaría mal que su edificio en Xalapa se lo ofrecieran en venta al nuevo PRI: Morena, y con lo que obtuvieran liquidaran a los viejos y fieles trabajadores.