“Carlos Fuentes: “Cantar de ciegos.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
En el transcurrir de nuestras vidas vamos realizando acciones que con el paso del tiempo no tan sólo se convierten en recuerdos, además, esos recuerdos le van dando razón, cierta coherencia y, a veces, una explicación a nuestra existencia. Esto me suele suceder al recordar algún libro y autor que abordé. Rememoro el motivo por el cual lo trabajé, lo que aprendí, lo que me provocó su lectura, e incluso, no en pocas ocasiones lo relaciono con lo que en ese contexto vivía de manera personal y allí adquiere el recuerdo un valor especial, porque logra crear en mi interior una sensación de unidad. Viene a mi mente el año 2014. En el mes abril me encontraba escribiendo sobre temas cervantinos, los autores seleccionados fueron: Miguel de Unamuno, José Martínez Ruiz (Azorín) y José Ortega y Gasset. Las tres lecturas resultaron espectaculares, verdaderos clásicos de las letras hispanoparlantes, sin embargo, la de Unamuno la evocaré siempre por las siguientes razones.
Vivía una etapa difícil; empezaba una mala racha laboral, había cierta inestabilidad económica, y para colmo, padecía un mal de amores que me atormentaba día y noche. Desde que empecé a leer el libro de Unamuno: “Vida de Don Quijote y Sancho”, su lectura me sacudió. El proemio de la obra incitó a mi espíritu para invitar a formar un nuevo ejército e ir en busca del “Sepulcro de Don Quijote”, literalmente escribí: “¿Por qué ir en pleno siglo XXI en busca del sepulcro de Don Quijote? ¿Ya está caduco Don Quijote y no tiene nada que enseñarnos? ¿Quien escribe el presente artículo es un fanático de la literatura, y ésta no sirve para nada en la vida práctica?” El asunto es que, encontrándome en plena lectura, por cierto, bella lectura, pero muy exigente, de pronto, se apagó la luz. Sí, descubrí que me habían cortado la luz por falta de pago. En ese instante sentí rabia, coraje, más no me derroté, a manera de resistencia y rebeldía ante la adversidad, encendí una vela y así seguí leyendo y leyendo hasta como a las 2 de la madrugada. Al otro día escribí un artículo que contenía furor, energía, pasión. Unamuno me animaba a seguir viviendo en un mundo quijotesco: “¡Poneos en marcha! ¿Qué adónde vais? La estrella os lo dirá: ¡Al sepulcro! ¿Qué vamos hacer en el camino mientras marchamos? ¿Qué? ¡Luchar! Luchar, y ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Tropezáis con uno que miente?, gritarle a la cara: ¡Mentira!, y ¡Adelante! ¿Tropezáis con uno que roba?, gritarle: ¡Ladrón!, y ¡Adelante! ¿Tropezáis con uno que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?, gritarles: ¡Estúpidos!, ¡Adelante! ¡Adelante siempre!”
Eso fue hace diez años. Por fortuna los problemas laborales se resolvieron y con ellos también los económicos, el amor que me atormentaba quedó como un bello recuerdo, en esencia, el tiempo ha pasado y aquí seguimos leyendo y escribiendo. Toda esta rememoración me la ha causado un bello cuento de Carlos Fuentes titulado: “La muñeca reina.” Aclarando que el libro: “Cantar de ciegos” está integrado por los cuentos: “Las dos Elenas, La muñeca reina, Fortuna lo que ha querido, Vieja moralidad, El costo de la vida, Un alma pura, A la víbora de la mar.” Créanme que los cuentos: “Las dos Elenas, Vieja moralidad y Un alma pura”, son excepcionales, no obstante, por la forma de abordar la temática del tiempo, los recuerdos, he decidido comentar el de: “La muñeca reina.”
Aquí los personajes centrales e importantes son dos: Amilamia y Carlos, junto a ellos están los papás de Amilamia. Quien nos cuenta la historia es Carlos, un joven que tiene 29 años de edad y lleva una vida estable profesionalmente. Carlos y Amilamia se conocieron de niños, jugaron y convivieron mucho. Un día, ya de adulto, Carlos leyendo un libro se encontró con una tarjeta que estaba guardada ahí desde hace 15 años. La tarjeta escrita con una ortografía y caligrafía infantil decía lo siguiente: “Amilamia no olbida a su amigo y me buscas aquí como te lo divujo.” A partir de este encuentro, Carlos empezó a evocar su vida de niño; sus juegos, emociones, fantasías e ilusiones. Carlos desde niño fue un ferviente lector, por supuesto que acude a sus lecturas, principalmente a las de Alejandro Duma, y, particularmente en su imagen estaba de manera fuerte y permanente el rostro de Amilamia.
Carlos tenía 14 años y Amilamia 7, cuando por última vez se vieron. Nunca más uno supo del otro. A Carlos le entró un enorme deseo, mejor dicho, una necesidad imperiosa por saber de aquella niña que hoy sería una joven de 23 años. Armado de valor decidió ir a la dirección, previo a la llegada de la casa de Amilamia, Carlos observaba el parque donde jugaron y todo lo que sucedió entre ellos. Por su puesto que el cuento va detallando momentos del ayer, el hoy, y, sobre todo, lo que va sucediendo en la mente de Carlos al momento de añorar el tiempo ido. Regresamos a los hechos externos y nos encontramos con Carlos tocando el timbre de la casa de Amilamia: “Vuelvo a tocar. Acerco la oreja al portón y me siento sorprendido: una respiración ronca y entrecortada se deja escuchar del otro lado; el soplido trabajoso, acompañado por un olor desagradable a tabaco rancio, se filtra por los tablones resquebrajados del zaguán. –Buenas tardes – ¿Podría decirme…? Al escuchar mi voz, la persona se retira con pasos pesados e inseguros. Aprieto de nuevo el timbre, esta vez gritando. –¡Oiga!¡Ábrame! No tengo respuesta.”
Carlos no se dio por derrotado y decidió ir a investigar al registro público de la propiedad a nombre de quién está el terreno y la casa. Resultó que el dueño era un tal Valdivia. Entonces, Carlos ingenió presentarse ante los inquilinos como trabajador del señor Valdivia. Le abrieron la puerta y Carlos dijo que el dueño le había encargado el trabajo de medir la propiedad porque se necesitaba un nuevo avalúo. La señora que lo recibió no contestó nada, lo acompañó a todas las partes que él iba y se sentía un ambiente tenso. A los pocos minutos Carlos se encontró con el esposo de la señora y este hombre le dijo que Valdivia tenía 4 años de muerto. Carlos avergonzado sintió que se había equivocado de procedimiento, que lo único que debía hacer era hablar con la verdad y preguntar por Amilamia. No hubo necesidad de ello. El viejo de párpados gruesos, sin entrar en detalles le preguntó: “¿Usted la conoció? Ese pasado tan natural, que ellos deben usar a diario, acaba por destruir mis ilusiones. Allí está la respuesta. Usted la conoció. ¿Cuántos años? ¿Cuántos años habrá vivido el mundo sin Amilamia, asesinada primero por mi olvido, resucitada, apenas ayer, por una triste memoria imponente? ¿Cuándo dejaron esos ojos grises y serios de asombrarse con el deleite de un jardín siempre solitario?”
Los padres de Amilamia de forma ansiosa le preguntaban a Carlos: “¿Cómo era señor? –Tenía los ojos grises y el color del pelo le cambiaba con los reflejos del sol y la sombra de los árboles… -Díganos, por favor… -El aire la hacía llorar cuando corría; llegaba hasta mi banca con las mejillas plateadas por un llanto alegre…” El lector presiente que los padres interrogan a Carlos no porque ellos no la recuerden, sino porque al narrarles él sus recuerdos, ellos sienten que la revive. El asunto se va poniendo muy interesante. Los tres personajes suben unos peldaños y Carlos descubre que frente a él se encuentra un falso cadáver, una muñeca que representa ser Amilamia. Esa muñeca está rodeada de flores: “Y la náusea se insinúa en mi estómago, deposito el humo de los sirios y la peste del ásaro en el cuarto encerrado. Doy la espalda al túmulo de Amilamia. La mano de la señora toca mi brazo. Sus ojos desorbitados no hacen temblar la voz apagada: -No vuelva, señor. Si deveras la quiso, no vuelva más.”
Hasta aquí la historia podría tener un final perfecto. Pasó casi un año y Carlos pudo superar la imagen de aquella idolatría enfermiza. Recuperó a la verdadera Amilamia a través de los agradables recuerdos de la vida pura, aunque sea sólo mediante la memoria. “La imagen de la vida es más poderosa que la otra. Me digo que viviré para siempre con mi verdadera Amilamia, vencedora de la caricatura de la muerte.” Partiendo de esta determinación, Carlos decide tener una hermosa acción con los padres de Amilamia; opta por regalarles el papel que posee con la dirección que la entonces niña le escribió. Piensa que es letra de ella y seguramente para sus padres tendrá un valor singular. Carlos regresa a la casa y aquí Carlos Fuentes nos muestra que le encanta crear dentro de un cuento muchas posibilidades de finales, interpretaciones…porque al llegar el protagonista a la casa de los padres de Amilamia, salió a recibirlo una joven de unos 23 años, de preciosos ojos grises. “No, Carlos. Vete. No vuelvas más.”
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