QUÉ MÁS HAY DE LAS ENCUESTAS

La sospecha de que muchas casas encuestadoras han publicado información alterada, por las diferencias tan amplias entre una y otra; ha inhibido en parte el interés de la gente de contestar las preguntas de un encuestador.

Otro de los motivos por los cuales los ciudadanos ya no quieren contestar las preguntas del entrevistador, es que un alto porcentaje de las personas que cuentan con un teléfono móvil son usuarios de las redes sociales. El uso de estas tecnologías satisface sus necesidades de comunicación, lo que significa que siempre estarán en posibilidades de participar con opiniones sobre cualquier tema, lo domine o no.

En esta prolongada etapa de actividades proselitistas, los ciudadanos se han involucrado en mayor medida en los temas políticos y electorales. En cualquier momento pueden emitir juicios o críticas sobre los partidos políticos o los candidatos, en las redes sociales. Además, interactúan con otros usuarios en niveles de confrontación o de coincidencia de criterios. Sabedores que las redes sociales no son reguladas, ejercen la libertad de expresión con o sin responsabilidad.

De ahí que ya no represente emoción alguna recibir una llamada de un encuestador, para preguntarle su opinión negativa o positiva de los candidatos.

Cada usuario de redes tiene la seguridad de que será leído por mucha gente, que sus comentarios pueden ampliarse tanto como lo deseé más allá de un “si” o un “no”.

Por cierto, la encuesta privilegia la popularidad de los candidatos sobre la capacidad para desempeñarse en el puesto, considerando las variables de su entorno político.

Otro de los motivos del desinterés ciudadano por emitir opiniones en caso de ser encuestados, es que, dado el clima de polarización y dudando de la identificación del entrevistador, pudiera tener alguna repercusión en los apoyos que recibe del gobierno.

A lo anterior se agrega que las encuestadoras han cambiado la comunicación humana por una voz robotizada. El interés cambia. Colgarle a una grabación es diferente a colgarle a una persona que ha marcado nuestro número para conversar al respecto.

En las encuestas cara a cara ocurre algo similar. La gente duda de quien en ese momento ha tocado a su puerta para hacerle preguntas. Supone que pudiera ser una persona que la delate si no contesta a favor de quien pretendiera escuchar.

Luego, hay un comentario que no pocos hacen. Si bien es cierto que los dueños aseguran que sus encuestas cumplen con la metodología requerida para obtener las cifras reales, resulta curioso pensar que, a pesar que la mayoría de la gente no le interesa la política ni conozca o no recuerde en ese momento la trayectoria del político por el cual le preguntan, pudiera tener el peso de la realidad.

El criterio de la gente, las más de las veces, se basa en lo que escuchan en la radio, la televisión o los periódicos y, obviamente, es variable.

En este contexto, la opinión de una persona vertida en ese momento, puede variar tres horas después. Entonces ¿cómo dar por válida la respuesta de alguien que no sabe de política ni de políticos?

 

 

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