BUSCANDO EL AMOR, MADAME BOVARY SE ENCONTRÓ CON LA FATALIDAD. (III)

“Madame Bovary: Tercera parte.”

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

La tercera parte representa el cierre de la historia de la novela. En la primera Emma se casa con Charles creyendo que en el matrimonio encontraría el amor y la pasión deseada. Al poco tiempo se desilusiona. En la segunda parte, Emma siente cierta pasión por Léon, más no sucede nada entre ellos; aquí aparece Rodolphe quien si disfrutará de la belleza de Emma. Rodolphe después de pasar un apasionado tiempo junto a su amante la abandona. Emma destrozada del alma cae enferma. Pasan algunos meses para que se recupere. Ya medio recuperada Charles la lleva a la ópera en Rouen para que se distraiga y allí la pareja se reencuentra con Léon. Sin buscarlo, pero si con una actitud ingenua, Charles siempre llevó a los brazos de los pretendientes a su mujer. El esposo Bovary le insistió a su esposa para que se quedara un día más en Rouen a disfrutar la ópera en compañía de Léon. Esto provocó se encendieran las llamas del fuego casi apagado. Estando en la habitación del hotel, Léon y Emma platicaron largamente, allí por primera vez desde que se conocieron Léon le expresó su intenso amor “prohibido”. Emma manifestó que ella siempre sintió esa pasión. Se advierte que la bella Emma todavía no está totalmente recuperada del desengaño vivido meses atrás al momento de manifestarle a Léon su desencanto con la vida: “Emma se extendió largamente sobre la miseria de los afectos terrestres y el eterno aislamiento en que el corazón permanece encerrado.”

Emma ante la vehemente declaración de León sentía diversas emociones. Le agradaba por fin escuchar los afectos que se tenían, empero, la recién experiencia vivida con Rodolphe le recordaba que lo mejor era retirarse. Esto implicaba aceptar que nunca llegaría ese amor pasional que la haría feliz y que debía resignarse a vivir en la rutina. Léon sabe que es su única oportunidad. Le pide sólo poder verla una vez, una sola vez. Emma duda, pero acepta. Quedaron que se reunirían al otro día a las 11 del día. Al irse Léon, Emma meditó y decidió escribir una carta donde le explicaría a Léon porqué era mejor mantenerse como amigos y guardar un bello recuerdo de lo que ambos sintieron. La cita fue en la Catedral de Rouen. Emma llegó hermosa, elegante, única en su estilo. Le entregó la carta a León, más, éste estaba firme en su propósito. Mientras el guardia de la iglesia les hacía el recorrido, Léon se desesperaba. En un momento Emma frente al altar de la virgen se puso a rezar. Léon la tomó del brazo y salieron, se subieron a un vehículo de la época y el coche arrastrado por dos corceles los paseó por todas las calles de Rouen. Cuando el cochero de detenía y le preguntaba a Léon a dónde los llevaba, Léon le respondía que siguiera, que los llevara adonde él quisiera, que anduviera y anduviera. Así por varias horas, el coche recorrió las principales calles, mismas que son detalladamente nombradas por el autor. La gente sólo observaba un carro que circulaba y circulaba: “Bamboleándose como un navío.” Horas después: “El coche se paró en una callejuela del barrio Beauvoisine y se apeó de él una mujer con el velo bajado que echó a andar sin volver la cabeza.”

Emma regresó a Yonville. En la noche no dejaba de pensar en lo vivido. Quería almacenar en su cerebro mediante imágenes imborrables cada beso, cada caricia. Meter a su cerebro lo que recordaba del olor de Léon, su entrar y salir de él y su baja y sube de ella. Guardar eternamente en la memoria esa sensación casi inenarrable del glorioso momento donde se siente la esencia de vivir intensamente. Donde las pieles se unen completamente. Donde dos cuerpos se entrelazan y realmente se vuelven uno. En ese instante de éxtasis la vida adquiere sentido y no se le tiene miedo a la muerte. Ahí se puede morir.

Naturalmente, a los pocos días Emma no soportaba la presencia de Charles: “Cuando quitaron el mantel, Bovary no se levantó, Emma tampoco, y a medida que ella lo miraba, la monotonía de aquel espectáculo desterraba poco a poco de su corazón todo sentimiento de compasión. Charles le parecía endeble, flaco, nulo, en fin, un pobre hombre en todos los aspectos. ¿Cómo deshacerse de él? ¡Qué interminable noche! Algo la dejaba estupefacta como si un vapor de opio la abotargara.” La pasión había vuelto a su vida, más esto no implicaba una felicidad perenne, además, las deudas económicas que había adquirido la estaban agobiando. El señor Lheureux, que no es más que un abusivo prestamista, conocía las debilidades de Emma y le sugirió a Charles le otorgara a su mujer un poder notarial para que ella llevara la administración del hogar, enfatizándole que no se preocuparan por las deudas, que él los esperaba y ya verían la manera de que fueran los Bovary subsanándolas. Charles le pidió al notario Guillaumin le hiciera el poder, y platicando con Emma le dijo que no confiaba por completo en el notario, que le gustaría que el joven Léon revisara el documento, Emma se ofreció llevárselo a Léon, Charles le agradeció mucho a su mujer lo apoyará con eso y Emma partió para Rouen, allá pasó tres hermosos días: “Fueron tres días plenos, deliciosos, esplendidos, una verdadera luna de miel.”

La nueva pareja de amantes gozaba profundamente su amorío. Léon de vez en cuando iba a Yonville a visitar a los esposos Bovary. Emma le dijo que encontraría la manera de ir una vez a la semana a verlo, y una mujer cuando quiere, siempre encontrará el cómo. Una tarde se puso a tocar el piano e hizo como que por tanto tiempo sin tocar, había perdido ciertas habilidades. Se quejó de no poder tener recursos para actualizarse recibiendo clases de música. Charles con tal de ver bien a su mujer, le dijo que, aunque estaban endeudados, buscara a una maestra de música. Así que todos los jueves al salir el sol, Emma partía al encuentro con su amado Léon. Se encerraban en el legendario Hotel de Boulogne, hacían el amor hasta quedar saciados. En la tarde tomaban una barca que los llevaba a cenar a una isla. Ella de felicidad cantaba poemas de La Martine: “¿Te acuerdas? Bogábamos sin decirnos nada.” Regresaban a su habitación y en la alfombra, con poca luz, la chimenea encendida, disfrutaban y disfrutaban de su ardiente pasión.

Al inicio la pasión fue potente. Más, los problemas de las deudas crecían. Léon en cuanto a la entrega sentimental fue más sincero que Rodolphe, no obstante, se percibía que tampoco estaría dispuesto a darlo todo como Emma lo hubiera deseado. En una ocasión Emma llegó y realmente a Léon le fue imposible atenderla como de costumbre. Ella empezó a reflexionar sobre su vida, sus errores, quería a Léon, pero no dejaba de sentir cierta insatisfacción: “¿De dónde venía aquella insatisfacción de la vida, aquella instantánea corrupción de las cosas en que se apoyaba?” Nos obsesionamos con un placer carnal, lo tenemos, lo poseemos, seguramente lo disfrutamos, más, en algún momento ya sea incluso en el mero acto pasional, nos brota un dejo de insatisfacción como pensando: está bien, pero no es por aquí.

El usurero Lheureux le solicitó a un amigo ejerciera en su nombre el cobro de los pagarés firmados por Emma. La notificación de embargo llegó a la casa de los Bovary. Emma desesperada intentó conseguir el dinero por todas partes, todas las puertas se le cerraban. Agobiada acudió a Léon, verdad que era un estudiante y no contaba con el recurso, pero en los últimos días para Léon ya Emma era una carga. Léon le dijo que intentaría conseguir prestado el dinero, pero que, si a las tres no volvía, lo disculpara porque significaría que no lo había conseguido. Emma supo desde un inicio lo que implicaba esa respuesta. La desesperación aumentaba, la empleada doméstica le sugirió fuera a ver al notario Guillaumin para que le prestara el dinero, éste le agarró las manos a la bella Emma y la quiso besar, lo rechazó determinantemente.

En la plaza de Yonville la gente leía el anuncio de la venta de los muebles y bienes de los Bovary. Exasperada Emma visitó a Binet, aquí casi casi se le ofreció, tampoco recibió ayuda. De pronto, su irritado cerebro vislumbró la última carta a jugar, acudir a Rodolphe. Habían pasado tres años de aquel abandono cobarde, la necesidad era apremiante. Emma fue al castillo del antiguo amante. La respuesta fue la misma: No. Desilusionada. Desesperanzada. Derrotada. Emma caminaba sola sintiendo un vacío terrible. Acudió directamente a la botica de Homais, sabía el lugar donde el boticario guardaba el arsénico, Justín la vio entrar, la siguió, más poco pudo evitar, Emma comió el polvo y se fue a su casa. Charles angustiado la esperaba. Ella le dijo que no quería hablar nada, que le daba una carta donde le explicaba todo con la condición que la leyera al otro día. Los esposos se acostaron, a los minutos Emma empezó a vomitar, a ponerse pálida…Charles descubrió que se había envenado: “- ¡No llores! –le dijo ella –. ¡Pronto dejaré de atormentarte! –¿Por qué? ¿Quién te ha obligado? Ella replicó. –Era preciso, querido. –¿No eras feliz? ¿Es culpa mía? Sin embargo, ¡He hecho todo lo que he podido! –Si…, es verdad…, ¡tú sí que eres bueno!”

Acudió Homais y fueron a traer a los mejores médicos de la región, nada se podía hacer. Minutos antes de morir, Emma escuchó la estrofa de una canción que siempre escuchaba cuando viajaba a Rouen: “A menudo un buen día de calor le hace a la niña soñar con el amor.” Emma Bovary murió. A los pocos meses Charles descubrió las cartas que guardaba su mujer donde por fin se enteró de los engaños y amoríos con Rodolphe y Léon. Charles se encontró con Rodolphe, mirándolo a los ojos le dijo: “-No le guardo rencor. –¡Es culpa de la fatalidad!” Al otro día del encuentro con Rodolphe, Charles estaba sentado en un banco en su casa. En sus manos tenía un largo mechón de cabello que conservaba de su difunta esposa. Su hija Berthe fue a buscarlo para cenar: “-¡Papá, ven! –le dijo la niña.” Charles estaba muerto. Murió de tristeza, de dolor.

Fine.

 

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