BUSCANDO EL AMOR, MADAME BOVARY SE ENCONTRÓ CON LA FATALIDAD. (II)

“Madame Bovary: Segunda parte.”

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

Una de las tantas innovaciones que Gustave Flaubert logró en el género de la novela a partir de la publicación de Madame Bovary, se encuentra en la forma tan meticulosa de contarnos cualquier detalle. Sin abrumar, sin exagerar, el autor se detiene y explica minuciosamente las características de los lugares, a veces la descripción es tan pormenorizada que el lector siente que se traslada a vivir allí. Recordemos que en la primera parte todo sucedió en el pueblo de Tostes, ahora los esposos Charles y Emma se fueron a vivir a Yonville. Charles cree que el aburrimiento y fastidio de su mujer se curará con el sólo hecho de cambiar de lugar de residencia. Charles no ha detectado que la bella Emma es una mujer inconforme con la realidad que la rodea, ella cuando se casó creyó que en el matrimonio encontraría amor, placer, motivos de vida. Emma es una mujer educada, ha sido lectora de novelas y quiere vivir más intensamente, aborrece el mundo rutinario, sueña con un amor que la haga sentir viva. Charles es un hombre atento, amable, no obstante, se nota que Emma está descuidada sexualmente y Charles no tiene ni el vigor, ni el carácter para entretener a su mujer…sin embargo, la quiere y por eso decidió irse a radicar a Yonville.

El día que llegaron a Yonville al matrimonio Bovary los recibió el señor Homais. Este era el boticario del pueblo, sin olvidar que Charles fungiría como oficial de sanidad. Yonville es un pueblo pequeño, tiene sólo una calle y naturalmente todos se conocen. Entrando se distingue la casa del notario, quizá el hombre más rico. Sigues avanzando y estará la iglesia, el palacio municipal, en la plaza central se encuentra el enorme mercado, muy cerca de la iglesia se ubica la botica del señor Homais, casi al terminar la calle el infaltable cementerio. El señor Homais recibió alegremente a los Bovary y les ofreció la cena de bienvenida en la posada de la señora Le François. La posada se llama “El león de oro”. Allí la viuda de Le François atiende a los asiduos comensales y a los que visitan al pueblo en el día que se pone el mercado. Uno de los comensales pensionados de la posada es el apreciado joven Léon Dupuis, quien trabaja como pasante de notario con el rico fedatario Guillaumin. Así que en “El león de oro” disfrutaron una sabrosa cena, el señor Homais se encargó de informarle a Charles Bovary quién es quién en Yonville. Mientras los matasanos platicaban, León y Emma estaban muy entretenidos conversando. León resultó ser un joven culto, ferviente lector, ambos dialogaban sobre historias, autores, novelas clásicas, Emma le expresó: “Detesto los héroes vulgares y los sentimientos moderados, como los que se encuentran en la realidad.

Después de tres horas de convivencia en la posada, los esposos Bovary fueron a conocer la casa donde vivirían. La encontraron un poco desordenada, pero una vez arreglada sería una casa agradable con un amplio jardín. Con la pareja viajó la empleada doméstica Félicité. A los pocos días la pareja estaba bien establecida, eso sí, Charles se hallaba entre preocupado y deprimido porque tenía muy pocos pacientes y lo más preocupante es que su mujer en los próximos días tendría un hijo. Emma hablaba de tener un varón: “Ella deseaba un hijo; sería fuerte y moreno, le llamaría George; y esta idea de tener un hijo varón era como la revancha esperada de todas sus impotencias pasadas. Un hombre, al menos, es libre; puede recorrer las pasiones y los países, atravesar los obstáculos, gustar los placeres más lejanos. Pero a una mujer esto le está continuamente vedado.”

Un domingo, al salir el sol, Emma Bovary procreó a una bella hija. Desilusionada decidió que la niña se llamara Berthe. La niña fue enviada con una nodriza, al inicio muy de vez en cuando Emma iba a verla. Los suegros de Emma la visitaron para conocer a su nieta, el suegro, recordemos que es un viejo libertino, un día frente a su hijo agarró de la cintura a Emma y le dijo: “¡Charles, ten cuidado!”. En instantes es desesperante la simpleza de Charles. Todo mundo percibía que en su casa tenía a una mujer bella, sensual, sus labios, su mirada, se miraban deseosos de amor, su cuerpo lucía radiante, pero al mismo tiempo su expresión era de insatisfacción. Emma y Léon convivían mucho y estaban enamorados, mas, ninguno de los dos se atrevía a dar el primer paso. Flaubert describe de manera perfecta esas sensaciones que no se expresan verbalmente, pero que se transmiten con una fuerza radiante a través de una mirada, un gesto: “¿No tenían otra cosa que decirse? En sus ojos, sin embargo, rebosaba una conversación más seria; y, mientras se esforzaban en encontrar frases banales, se sentían invadidos por una languidez; era como un murmullo del alma, profundo, continuo, que dominaba el de las voces.”

Ninguno de los dos se atrevió a declarar su amor. Léon desesperado y con una impresión de frustración decidió irse a París a terminar sus estudios. Le costaba estar cerca de una mujer que deseaba enormemente. Cuando Léon fue a despedirse, Emma actuó con naturalidad, aunque, por dentro sentía que se le iba la vida. Con la partida de Léon, a Emma le llegó la depresión. Se arrepentía de no haberse entregado a ese joven guapo e inteligente. Empezó a comprarse ropa y todo tipo de accesorios que no necesitaba como una manera de reproche y compensación ante la vida. El lector debe saber que no hay vacío espiritual que se llene con objetos materiales. Tal vez, evadas por un tiempo el vacío, el desinterés, empero, tarde o temprano la soledad, la angustia, el deseo se apoderará de nosotros y regresaremos a bailar el mismo tango. El tiempo fue borrando el dolor por la ausencia de Léon, claro, no la necesidad de amor que sentía Emma. Un día llegó a la casa de los Bovary el terrateniente Rodolphe Baulanger requiriendo los servicios médicos para uno de sus empleados. Rodolphe cuando vio a la esposa de Charles quedó deslumbrado ante su belleza. A diferencia de Léon, Rodolphe era un solterón de 34 años de edad, galán, mujeriego, muy respetado en toda la región. Desde el día que la conoció buscó la manera de acercarse más y más a Emma.

En cuanto a la forma en que Emma y Rodolphe se fueron relacionando, no es muy desarrollada en la historia. Después de que él la conoció, a los dos personajes los vemos llegar juntos como amigos a la fiesta del pueblo. En Yonville se celebraría la fiesta ganadera. Charles ausente de su casa, no tuvo inconveniente que su mujer fuera acompañada por el respetado Rodolphe. Todo mundo observaba a Emma, la respetaban mucho, por supuesto que algunas damas de la alta sociedad veían mal que se dejara acompañar por los amigos del esposo, mas no pasaba de ahí. Rodolphe le propuso a Emma subieran al salón de sesiones del palacio porque de ahí tendrían una vista perfecta para ver y escuchar el discurso de las autoridades. Para su buena suerte, Rodolphe encontró totalmente vacío el salón, todo el pueblo disfrutaba la fiesta en las calles, así que, mientras el representante del Monarca francés pronunciaba un discurso de mentiras, un discurso de alabanza al Monarca. Rodolphe le declaraba su amor a Emma. El político elogiaba al pueblo para mantenerlo sometido, sojuzgado. Rodolphe alababa a Emma para hacerla suya, para satisfacer su placer. El político mentía para seguir robando. Rodolphe mentía para poseer a la bella Emma. Ese día no pasó a más, sin embargo, Rodolphe estaba seguro que se encontraba cerca de obtener su deseo. Poseer a Emma Bovary.

Como viejo lobo de mar, Rodolphe se propuso no ver luego luego a Emma. Creía que el mostrar una supuesta dignidad, el no ser tan obsesivo, le ayudaría para ablandarla más ya que estaba seguro que Emma lo deseaba, pero no se decidía. Pasaron 6 semanas y por fin Rodolphe acudió a la casa de los Bovary. Charles platica con Rodolphe y éste le ofrece un caballo para que Emma vaya a cabalgar y se distraiga, Emma no acepta, mas Charles convence a su mujer diciéndole que fue muy descortés con el distinguido terrateniente. A los pocos días Rodolphe llegó a la casa de los Bovary con dos caballos, Charles tranquilamente vio cómo su mujer cabalgaba en uno y Rodolphe la acompañaba en otro. ¡Cabalgaron y cabalgaron!, ¡cabalgaron y cabalgaron!, ¡montaron y montaron! En la noche de ese día Emma no podía dormir: “Se repetía: ¡Tengo un amante!, ¡un amante!, deleitándose en esa idea, como si sintiese renacer en ella otra pubertad. Iba, pues, a poseer por fin esos goces del amor, esa fiebre de felicidad que tanto había deseado.”

Y sí, por un promedio de 6 meses vivió momentos de intensa pasión con su amante. Emma estaba entregada. El lector sabe desde un inicio que Rodolphe lo único que buscó en ella fue disfrutar su belleza, llenarse de su belleza. Emma nunca percibió la ordinaria conducta de su amante. Ella arriesgaba todo por estar con él, iba a su castillo y Rodolphe empezó a hartarse de lo dominante y posesiva que era Emma. Emma le pidió a Rodolphe se fueran juntos, había decidido abandonar a Charles. Rodolphe le preguntó por la hija, ella contestó que se la llevaría. Acordaron escaparse el lunes 4 de septiembre. El sábado previo a la fecha establecida, Rodolphe fue a ver a Emma para ultimar detalles, cuando se despidieron él sabía que nunca más la vería, ella lo besaba y acariciaba diciéndole: ¡Hasta mañana! Él sólo pensó: “Fue una bella amante”. El lunes 4 de septiembre Rodolphe envió una canasta con frutas y ahí iba una carta donde se justificaba, le explicaba que cuando ella leyera la carta él estaría muy lejos. Emma cayó inconsciente, demoró varios meses en recuperarse. Charles la cuidaba día y noche. Cuando recuperó la consciencia vivió algunos días muy apegada a la religión, parecía que se volcaría por una vida religiosa, apartada, cuidaba a su hija, el tiempo siguió pasando y medio logró recuperarse y ser nuevamente Emma.

El señor Homais aconsejó a Charles que llevara a su mujer al teatro en Rouen, debido a que se presentaría el gran tenor Edgar Lagardy con la ópera: “Lucía de Lammermoor”, inspirada en la novela de Walter Scott. Charles con tal de ver restablecida a su mujer la llevó con gusto. Emma disfrutaba su reencuentro con las historias románticas del siglo XIX que tanto había leído. Antes de que iniciara el tercer acto, Charles al regresar al palco le dice a su mujer que le trae una gran sorpresa, que se encontró al joven Léon. Emma y Léon se sentaron juntos. Cuando salieron del teatro Léon le propuso a la pareja que se quedaran a una presentación más, Charles respondió que él no podía, pero que su esposa si se quedaba. Emma respondió que no, Charles insistió y Emma sólo pensaba en todo lo que había vivido con Léon y, particularmente, lo que le hubiera gustado vivir, por eso en su interior se preguntaba: “¿Por qué entonces volvía él? ¿Qué combinación de aventuras volvía a ponerlo en su vida?” Así concluye la segunda parte…

 

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