Personas de diversas naciones han acogido con entusiasmo la perspectiva de preservar sus cuerpos mediante la criogenización, a la espera de que la ciencia descubra una cura para todas las enfermedades y logre frenar el inexorable proceso de envejecimiento. Esta esperanza global refleja la búsqueda constante de soluciones para la salud y la prolongación de la vida a través de la innovación científica.
La etimología de la palabra criogenización proviene del griego ‘kryos’, que significa frío. Este proceso implica la congelación de materiales biológicos a temperaturas extremadamente bajas con la esperanza de revitalizarlos en el futuro. En esencia, la criogenización involucra la congelación de un cuerpo humano bajo condiciones específicas de temperatura, con la visión de preservar la posibilidad de una resurrección en tiempos venideros.
Con el propósito de reanimarlo en el futuro, preservándolo durante ese lapso.
Esta técnica, que actualmente podría parecer más propia de la ciencia ficción que de la realidad, tiene sus fundamentos en la preservación de alimentos mediante el uso del frío, una práctica arraigada a lo largo de la historia. No obstante, el precedente directo para la criogenización ha sido la congelación de embriones humanos.
El proceso de criogenización es intrincado y debe iniciarse en un plazo breve tras el fallecimiento, generalmente en los primeros dos minutos. Solo es viable realizarlo después de que el corazón del individuo deja de latir, pero antes de que se declare la muerte cerebral.
A continuación, se extrae la sangre del cuerpo del paciente para ser sustituida por un fluido crioprotector. Esta sustancia tiene como objetivo evitar la formación de cristales de hielo en el interior del cuerpo. Una vez que este líquido entra en circulación, se inicia la fase de enfriamiento. Finalmente, el cuerpo se sumerge en una cámara criogénica a una temperatura de alrededor de 200 grados bajo cero.
Es importante destacar que, en la actualidad, la criogenización no es reversible en animales ni en personas, lo que significa que no existe una forma de que una persona sobreviva una vez congelada. No obstante, en algunos organismos microscópicos se ha demostrado que la criogenización es posible, incluso conservando la persistencia de la memoria.
La primera persona en ser congelada con la esperanza de resucitar fue James Bedford, un profesor de psicología que experimentó una congelación rudimentaria en 1967 a manos de la Cryonics Society of California (CSC). Con el tiempo, se descubrió que Bedford no fue el único intento, ya que se encontraron varios cuerpos que habían sido descongelados.
Aunque pueda sonar extraño, esta práctica persiste en la actualidad, y dista mucho de lo que nos han presentado las películas. En el presente, es más una utopía, pero se vislumbra la posibilidad de que, en el futuro, tras muchos años, se pueda llevar a cabo la fase de descongelación actualmente imposible. Algunas compañías depositan su confianza en esa eventualidad.
Empresas como la Alcor Life Extension Foundation ya se sumergen en el mundo de la criogenia, contando con pacientes que anhelan la posibilidad de recuperarse mediante tecnologías médicas futuras. La creciente convicción en este proceso se refleja en el aumento de personas interesadas, aunque no todos tienen el privilegio de acceder a él, dado que implica costos significativos que alcanzan varios miles de euros.
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