No se necesita ser un experto en elecciones para darse cuenta hacia qué lado van las preferencias de los electores. Solo se requiere el más común de los sentidos para observar quién de las dos mujeres y el hombre, que contienden por la presidencia de la República, levanta a mayor altura las emociones de los asistentes a sus reuniones multitudinarias.
Si bien es cierto que votar es un derecho constitucional y un deber cívico, decidir por quién hacerlo en gran medida es una decisión emocional.
Nos hemos acostumbrado a aceptar con obligada naturalidad, que los candidatos y candidatas sean impuestos por los partidos políticos de manera un tanto arbitraria de acuerdo a los intereses de las cúpulas partidistas.
Cuando los candidatos son impuestos, requieren de un mayor esfuerzo y grandes gastos en sus campañas para posicionarlos en el ánimo de los electores ya que la imposición, por sí misma, no consigue el respaldo de la gente de manera automática.
En el formato tradicional pero un tanto obsoleto, los mítines resultan engañosos por la gran cantidad de personas que asisten, y por la aparente euforia de las porras y los aplausos tan sonoros que hasta chispas parecen salir de las manos. Esta es la imagen clásica de este tipo de eventos de supuesto apoyo a candidatos. Sin embargo, a la luz del análisis, está demostrado que las grandes concentraciones por sí mismas, no abona mucho a los triunfos de los candidatos que contienden por el puesto. Hay otros factores.
Lo que es importante analizar es lo que hay detrás de los grandes eventos masivos, para concluir si sirven o no, para acarrearle votos al candidato que más gente congregue.
La asistencia de las personas a los grandes mítines es bajo una logística de lo que se conoce vulgarmente como el “acarreo”. Se contratan autobuses, alimentos, bebidas refrescantes, sanitarios y grupos musicales o artistas afamados para hacer más amena la espera mientras llega el candidato.
Aunque no se reconozca públicamente, el esquema del acarreo es una velada forma de cooptación o de trueque. En el sobre de la “invitación” al mitin de campaña va el pago por asistir. En algunos casos, se utiliza la promesa para realizar algunas obras o servicios para el bien de los que asisten. Peor aún, resulta la asistencia obligada de los empleados de cualquiera de los niveles de gobierno.
En la historia de las elecciones mexicanas, han sido pocos los candidatos que han conseguido despertar las emociones del electorado. Esto se da cuando coinciden los intereses de los ciudadanos con los de los partidos.
Hay un dato interesante. La abstención es la expresión de los votantes cuando no están de acuerdo con los candidatos nombrados por los partidos políticos sin siquiera preguntarle a los ciudadanos.
Volviendo al tema central de esta columna, debemos enfatizar que las grandes concentraciones son engañosas. El compromiso de los asistentes no llega a las urnas, se queda en el lugar de la reunión. Con su asistencia sienten que cumplieron con lo pactado.
En cambio, si los candidatos se atrevieran a hacer un mitin sin acarreados, podrían medir con mayor certeza cómo anda su aceptación entre el pueblo votante. Sabrían qué les depara en las urnas. Si en las primeras reuniones la asistencia está demasiado floja, tendrán la oportunidad de replantear sus estrategias de campaña, replantear la temática de sus discursos y la logística general de sus actividades proselitistas.
Claro, será importante que el candidato que decida utilizar este método, antes debe darlo a conocer públicamente para que esté enterada de las modificaciones sustantivas de la campaña. Se les dirá que no habrá acarreados. En consecuencia, les pedirá lo apoyen con su asistencia. Sin lugar a dudas que habrá una respuesta favorable a la humilde petición del candidato.
Los convocados no se sentirían como parte de una masa sin rostro ni individualidad. Al contrario, la modalidad de sentirse partícipes directos del triunfo del candidato que apoyan, despertará el interés por expresarlo en las urnas. Esto le da un giro positivo a las expectativas de triunfo de quien se atreva a hacerlo.
Las reuniones orgánicas marcarán la diferencia.