El Cuícaras, mofa nacional

En realidad, nunca fue un orgullo veracruzano.

Desde su sorpresiva llegada en 2018 al más alto cargo de elección popular en la entidad, la opinión pública se preguntó ¿Y quién ese ese?

No tardando se descubrió que al igual que el “Juanito de Iztapalapa”, Cuitláhuac García era un invento de otro ocurrente, un capricho más de López Obrador.

Así, con el arranque del sexenio quien había cobrado fama entre los chairos por ser el payaso Cuícaras que animaba los mítines del Peje transitó de la tolerancia ciudadana a la decepción, de la decepción al enojo y del enojo a la burla nacional.

Hoy Cuitláhuac García es objeto de mofa por sus ocurrencias, por sus atrevimientos y por dedicarse a congraciarse con el presidente.

Qué importa si con su conducta política y mal gobierno desde hace seis años lo han colocado entre los peores gobernadores del país, él está en lo suyo cumpliendo, no un mandato ciudadano, sino el de López Obrador.

¿Qué tiene que corregir sus políticas públicas y no permitir la legalización de la transa? Ni pensarlo, antes tiene que llevar ataúdes a la Suprema Corte. 

Que ya le descubrieron el nepotismo, los subejercicios, el ejercito de enemigos y opositores que tiene en la cárcel… ¿Cuál es el purrún?

Mientras el jefe siga pensando que es un “bendito” y que “Cuitláhuac es lo mejor que le ha sucedido a Veracruz en su historia” ¿Cuál es la bronca?

Que, si los trenes aéreos, la depredación forestal en la vialidad de Xalapa, los tramos de carretera escenográficos, los elevadores que se caen, las patrullas millonarias, el presupuesto público para Claudia Sheimabun, son las marcas que matan ¿A qué preocuparse?

Incluso más cómodo le resulta se diga que quien en verdad gobierna Veracruz es Eric Cisneros ya que así puede dedicar más tiempo a la ocurrencia, a la salsa, a ir a México a hacer antesalas eternas en Palacio Nacional y enviar Twiters plagados de faltas ortográficas.

Las ocurrencias, sin embargo, tienen sus límites.

La última, la de ayer, fue presentarse en las redes en defensa de los libros de texto gratuito no como el payaso Cuícaras, sino como el señor gobernador en su despacho con un gorro ruso en presunta ironía por los contenidos educativos denunciados por contaminación ideológica y plagados por un comunismo trasnochado.

La gracejada de observar al ridículo gobernador de Veracruz tal vez despertó en el ocioso de Palacio una mueca de aceptación por la “genialidad” de quien es capaz de vestirse de payaso o salir a chapear o ponerse un gorro estaliniano, pero no en el ánimo ciudadano que ve con lástima como se consume alguien que quizá quiso pero no pudo.

De alguien que tal vez en su recóndita ignorancia creyó gobernar esta entidad que ha dado ocho presidentes de la república y es la tercera reserva territorial de alimentos y energéticos por estar en el sureste húmedo, pero no tuvo los tamaños.

De alguien que quiso hacer política en la tierra de los políticos y lo único que pudo es ser lo que siempre fue, un payaso.

Posdata: Esta columna dejará de escribirse unos días. Gracias por la atención prestada.

Tiempo al tiempo.

 

*Premio Nacional de Periodismo

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