CENTENARIO DEL NATALICIO DE RICARDO GARIBAY. (IV)

“¡Lo que ve el que vive!”

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

Ricardo Garibay fue un apasionado viajero, muchos de sus viajes los hizo como turista, otros como invitado en giras presidenciales, lo interesante de un viajero culto es que de toda experiencia puede narrar un sinfín de aventuras que se leen con gran disfrute, además, en cada crónica el lector podrá conocer cómo era la Habana, Cuba en 1966, cómo sintió la vida el narrador en la imponente ciudad de Nueva York en 1971, el lector acompañará a Garibay a París, Pekín, Moscú…, en general, el libro titulado: “¡Lo que ve el que vive!” reúne diez años de viajes de Garibay, así que a través de la imaginación regresemos el tiempo, subámonos junto al escritor en un avión y disfrutemos de esas singulares andanzas.

En las crónicas el autor aborda una amplia variedad de temas que, por supuesto incluye la crítica política, particularmente porque las circunstancias que viven las ciudades o, mejor dicho, los países que visita, son temas muy debatidos en ese momento. En el viaje a Cuba nos va narrando su experiencia desde el momento en que aborda el avión en la Ciudad de México. –Aquí no se sirve Whisky, aquí tomamos ron añejo, ron blanco, ron seco, anuncia la azafata. – El whisky está prohibido. Ya instalado en el hotel, al otro día que desayuna al momento de tomar el café pidió leche, le respondieron que ese día leche no había, que, tal vez, al otro día, ya que la leche es para los niños, los adultos, los enfermos…

Garibay recorre la Habana, observa un enorme abandono, un ambiente empobrecido. El narrador llegó para pasar en la isla el fin de año, porque asistirá el 2 de enero a la gran conmemoración del triunfo de la revolución, el programa incluye cenar y poder acceder al gran líder de esa revolución, Fidel, Fidel, empero, se percibe que a Garibay ya no le gustan los resultados de la revolución, por eso, en lugar de interesarse por estar cerca de la gente del poder, lo que hace es acercarse a los cubanos de la calle; los interroga, les pregunta, se nota que sus respuestas en algunos casos son temerosas, en la mayoría de los casos mecánicas, es decir, todos piensan lo mismo, todos con un castellano cantado responden lo mismo. ¿Por qué? Garibay nos cuenta que conoció a un niño de diez años llamado Iván, con él tuvo la siguiente plática:

“–Y ¿qué más haces en la escuela, Iván? –Tenemos prácticas militare, no me gútan, y tenemos politización ¡a mi e lo que más me gúta! –¿Politización? Como qué. –Cómo qué. –Sí, qué estudian en politización. Iván se detiene y ríe. Sus caballunos dientes amarillos llenos de saliva. Ríe y mueve la cabeza. Creo que está pensando: Al cabo dice: – ¡Pues marxismo-leninismo! ¿Pues qué? Inmediatamente se pone serio y vuelve a caminar: -Ahora estamos con Lenin, la vida de Lenin y todo lo que hizo…”

La estancia en Cuba para el escritor resultó reveladora, por cierto, era la primera vez que iba a la isla. Garibay confirma que hay un control total por el “nuevo” Estado, es más, el Estado es tan opresor que controla lo que piensan, lo que comen, lo que ven, lo que platican, lo que observan, todos sus “ciudadanos”. De todas las personas con las que dialogó, convivió, Garibay se encontró con un niño de nombre Guillermo. Guillermo más que estar en contra del socialismo y de Fidel, le confesó a Garibay que era católico, obviamente, por esta creencia los demás niños lo veían mal, al despedirse de todos ellos, el escritor-viajero lo hizo así: “-Nosotros nos vamos –dice Iván –, palcanzar lugar en el desfile, si no no vemos nada. –Estrecho la mano a cada uno –empapada la de Guillermo –, les alboroto las greñas, les palmeo los hombros. –Usté sea fuerte –le digo a Guillermo –usté es socialista y es católico, a lo mejor así es mejor socialista, no dejen que lo metan a la piña.”

Este viaje lo realizó Garibay en 1966. Guillermo posiblemente viva, si es así debe tener 67 años de vida. Si ha resistido, no lo sabemos, lo que sí sabemos es que su posible resistencia ha sido bastante estéril, porque cada 2 de enero siguen festejando el triunfo de la famosa revolución…no obstante, por estéril que parezca, Guillermo debe seguir resistiendo, ya no por él, sino por los futuros Guillermos.

Nos bajamos del avión que regresó a Garibay de la Habana, y a los pocos años nos subimos a uno que nos llevará a Nueva York. Estamos situados en 1971. Acá todo es lujo, derroche. Si en el viaje a la Habana no había whisky, aquí todo sobra, y esa misma sensación la siente el narrador en la ciudad. Hay un aire de despilfarro. Si en la Habana el control total lo obtiene el sistema manteniendo a sus súbditos desinformados, desconectados, viven en pleno abandono, olvido, con todas las carencias; en Nueva York el “ciudadano” está idiotizado por lo anuncios, verdad es que a todo tienen acceso, algunos como los hippies andas andrajosos, otros elegantes, más, aunque viven en la riqueza, todos parecen pollos controlados y manipulados por la industria…

El lector puede sentir y pensar que la descripción hecha por Garibay es terriblemente pesimista, que, si bien las cosas sí son así, seguramente hay muchas cosas bellas por narrar, describir, compartir. Sí, de entrada podría coincidir con esta percepción, sólo que basta recordar que estamos ante un escritor-periodista-crítico, y que no se debe evadir la realidad y embellecer el mundo, al contrario, el periodismo tiene que ser imparcial, el periodismo no debe estar comprometido con el poder, porque entonces esto ya no es periodismo, es otra cosa, el ejemplo más puntual nos lo muestra Ricardo Garibay cuando va volando a Nueva York y lo acompaña el extraordinario periodista Froylán López Narváez, Garibay le viene platicando cómo le había ido un día antes cuando acudió como periodista invitado a Cozumel, debido a que se reunirían el presidente de México Luis Echeverría y el de Nicaragua Anastasio Somoza:

“–Y ¿Qué fue lo importante y lamentable? –Bueno, esa parálisis, ese servilismo. Yo mismo tenía diez preguntas más en la punta de la lengua y me las callé, era el Señor Presidente frente a nosotros, los señores presidentes a nuestra disposición. Un acto democrático al que no supimos sacarle jugo ni darle cuerpo, veracidad, esencia. No sabemos combatir lealmente a los dirigentes, ni menos ver al dignatario como un semejante profundamente obligado hacia nosotros. La prudencia, la gana de medro o el miedo nos vuelve mudos…caudillo sin crítica lo es sin brújula, la que nosotros no somos y debiéramos ser. Mucha culpa de todo es nuestra.”

“-Que conste –Dice Froylán López Narváez…” Bueno, por ahora tomémonos un whisky con Don Ricardo y con Don Froylán, aclarando que, si prefiere un ron, adelante, lo impórtate es que sea su decisión, su gusto, y así continuamos conociendo más historias de: “¡Lo que ve el que vive!”.

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