Con 15 gubernaturas perdidas desde que tomó el liderazgo del PRI, Alejandro “Alito” Moreno se ha convertido en el peor dirigente de ese partido en su historia. Y como no se piensa ir hasta después del 2024, es tiempo de que los priistas lo manden a su casa porque la derrota en el Estado de México dejó al tricolor en calidad de fiambre; en partido casi testimonial. Y otra derrota más, donde sea, lo convertirá en un partido netamente local.
Si Alito tenía esperanzas de ser quien escogiera al candidato de la alianza a la presidencia de la República (candidatura para la que ya se había apuntado), a partir de este domingo por la noche la batuta cambió de dueño y el panista Marko Cortés es el nuevo director de la desafinada orquesta.
Esta nueva derrota del tricolor, ahora en el Estado de México donde la morenista Delfina Gómez triunfó sobre la aliancista Alejandra del Moral, le pegará de lleno al candidato de la oposición en Veracruz que ya no será elegido por el PRI, sino que será ungido por el PAN.
El problema es que ni fundiendo a todos los aspirantes panistas se hará un candidato o candidata digno de enfrentar al abanderado o abanderada de Morena, aunque esta sea Rocío Nahle.
El único aspirante con los atributos necesarios para sacar a Morena de Veracruz es el priista José Francisco Yunes Zorrilla, pero sin él en las boletas habrá Morena para rato en la entidad. Al menos hasta el 2030.
No se necesita ser émulo de Nostradamus para saber que después de lo que pasó en el Estado de México, ni al PAN ni al PRD les interesará tener de aliado al PRI de Alito y buscarán guiñarle el ojo a Movimiento Ciudadano que con su 7 por ciento de las preferencias electorales, (menos del 18 por ciento con que cuenta el vapuleado PRI), tratará de hacer su roncha y buscará nombrar candidato a la presidencia e incidir en las candidaturas a las gubernaturas.
Urge que alguien le diga a Alejandro Moreno que ya estuvo suave, que 15 derrotas al hilo no las aguanta nadie, ni los dueños de un club de futbol llanero.
Urge que los delegados y líderes estatales que le deben el puesto a él, lo inviten a marcharse no sólo por el bien de la alianza, sino por el bien del partido al que ha llevado a la indigencia territorial.
Quizá alegue en su defensa que Alejandra del Moral no era su candidata, pero eso es lo de menos. Alejandra fue la abanderada del PRI, el PRI es el partido que él dirige y perdió en el Estado de México. Si bien la derrotada fue Alejandra, también lo es Alito porque el descalabro en el bastión más importante del priismo va a su record de perdedor.
El campechano no sólo ha perdido gas sino su liderazgo, pero no lo quiere ver así.
Si a partir de hoy su presencia sólo será testimonial en las reuniones que sostenga con los dirigentes del PAN y PRD, si no tendrá voz ni voto, si los priistas de la base están exigiendo por amor a Dios ya se vaya ¿a qué se queda en el PRI?
El PRI, o lo que está quedando del partido, no necesita de Alito sino de su renuncia en la mano. Un nuevo dirigente, el que sea, no es que vaya a sacar del hoyo al tricolor de la noche a la mañana, pero será un interlocutor aceptado por el PAN, PRD y eventualmente por Movimiento Ciudadano rumbo al 24.
El PRI aguanta todo y lo ha demostrado a lo largo de 94 años; menos a los pésimos dirigentes.
Si Alejandro Moreno insiste en seguir “dirigiéndolo”, el PRI se quedará solo el próximo año. Y de ahí a su extinción no habrá más que un paso.
Aguas.