Este martes fue un día negro para el presidente López Obrador. Si la semana anterior lo enfureció que el gobierno de Estados Unidos le pusiera el dedo encima a los hijos del Chapo Guzmán, ahora lo sacó de sus casillas que la DEA tuviera infiltrados en el cartel de Sinaloa; que se filtrara el pleito de perros y gatos entre la Marina y el Ejército y que balconearan al su secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, dándose vida de sultán con su familia y amigos a costa del erario.
“Vamos a cuidar la información de la Secretaría de Marina y la Secretaría de la Defensa, porque estamos siendo objeto de espionaje del Pentágono. Están queriendo violar nuestra soberanía en un plan injerencista, utilizando como instrumento a la prensa vendida o alquilada de nuestro país y a los grupos de intereses creados”.
Y hubo más; calificó la infiltración de la DEA en el cartel de Los Chapitos como una “intromisión abusiva y prepotente”.
El hombre estaba realmente bravo, muy bravo, iracundo. Aunque no tenía por qué.
Que se sepa, desde que Estados Unidos y México son vecinos, los gringos nos espían y los gobiernos de acá no sólo se dejan espiar, sino que apoyan ese espionaje. Está documentado que al menos cuatro presidentes: López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo estuvieron en la nómina de las agencias de inteligencia norteamericanas.
A nadie debe sorprender que si los gringos tienen metidas las narices en todos los rincones del mundo, con más razón las tengan metidas en la casa de su vecino del sur que de unos años a la fecha se ha descarriado con tanta droga como trafica y se mete y tantos asesinatos como comete.
Por otra parte, por mucho que se cuide la información entre la Sedena y la Semar, la sabrán del otro lado del Bravo casi en tiempo real porque en ambas instituciones tienen infiltrados de alto rango. Y en cuanto a la soberanía nacional, está más violada que la Constitución y a nadie parece importar, porque el mismo presidente la ha violado en repetidas ocasiones. Un ejemplo fue su leguleya y vergonzosa postración ante Donald Trump en la Casa Blanca.
Que se haya ido contra medios y periodistas una vez más tuvo su razón de ser. Lo puso iracundo que integrantes de un grupo de medios asociados entre los que se encuentran el semanario Proceso y Aristegui Noticias, balconearan el millonario viaje de placer que su secretario de la Defensa Luis Cresencio Sandoval, se chutó con su familia y amigos (que a su vez llevaron a sus familias) en aviones del Ejército y vuelos comerciales.
Esas vacaciones fueron de lujo, en hoteles de lujo, con comidas de lujo y bebidas de lujo. Y en lugar de jalarle las orejas a su soldado favorito y exigirle que fuera más discretito, Andrés Manuel se fue contra la prensa por denunciar el agandalle del militar con dinero del pueblo de México.
Pero con esto tiene para prescindir de su discurso de austeridad republicana y cero corrupción porque ahora sí, ni sus seguidores le van a creer.
El descontón que le faltaba lo recibió después de mediodía cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación invalidó el traspaso operativo y administrativo de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional.
“Las instituciones de seguridad pública, incluyendo la Guardia Nacional, serán de carácter civil. Las iniciativas, los trabajos preparatorios, los dictámenes de comisión, la discusión del Poder Reformador de 2019, no me dejan a lugar a duda que en la interpretación de estos textos, su vocación es absolutamente clara, discutible, desde su comienzo hasta su conclusión de manera que lectura no me permite llegar a que se trata de gustos, sino que es el orden jurídico mismo”, dijo el ministro Alberto Pérez Dayán y con ello dio un cerrojazo al asunto.
¿Qué tanto enojó esto al presidente? A la hora que estés leyendo esta columna seguramente ya lo sabrás, lector. Pero es seguro que a los ocho ministros que votaron en contra principiando por la ministra presidenta Norma Lucía Piña, les apedrearon bien feo el rancho y les llovió a cántaros en la milpa.