Ya lo he narrado en este espacio. Lo recupero ahora.
Veinteañero apenas, iniciándome en el periodismo, pero ya estando a cargo del Diario del Sur de Acayucan, en 1973, fui testigo de un hecho que me dejó una gran enseñanza.
Dos poderosos rancheros-ganaderos de la región se disputaban el control de la Unión Ganadera Regional del Sur de Veracruz (UGRSV), que tenía su sede en Coatzacoalcos: Octavio Ochoa y Ochoa, “El Negro Ochoa”, y Guillermo Trolle Franco, “Billy Trolle”.
La UGRSV integraba incluso a algunas asociaciones ganaderas locales del estado de Oaxaca, de preferencia del Istmo de Tehuantepec. De ahí la importancia que tenía.
El Negro Ochoa, oriundo de Alvarado, ya había sido líder continental de ganaderos (viajó por todo el mundo con el presidente Adolfo López Mateos, quien le tenía un aprecio especial) y Billy Trolle había sido comandante de las Columnas Volantes (policía rural) de la hoy secretaría de Seguridad Pública.
Los conocía bien, porque me buscaban para darme información. Ambos hacían parte de su vida en Acayucan ya que era el centro urbano más cercano a sus ranchos o a San Juan Evangelista, donde residía Billy. Eran hombres respetados, pero, además, bragados, de resolución enérgica y firme.
Sus disputas eran más que conocidas y se la vivían peleando, en serio. Pero un día Trolle Franco sufrió un infarto que lo dejó al borde de la muerte. Hubo entonces un paréntesis, un remanso de paz en toda la región y en el seno de la ganadera regional. Todos supimos que Billy estaba encamado y que luchaba por salvar su vida.
Pasó el tiempo y una mañana en que acompañaba a un amigo, quien había ido a poner gasolina a su coche, de pronto vi que en una camioneta de batea estaba sentado Billy, lo que me dio a entender que se había salvado. Y entonces, en otro vehículo, casualmente llegó El Negro Ochoa.
“En la madre”, me dije para mis adentros, y me dispuse a ponerme a salvo. Ambos andaban siempre armados y pensé que se iba a desatar una balacera. Pero no. Grande fue mi sorpresa cuando Ochoa y Ochoa, resuelto, se dirigió a la camioneta de su enemigo y antes de que este reaccionara, con la fuerte voz que tenía le sorrajó: “¡Tigre, sé que te ha estado llevando la madre. Alíviate y después nos seguimos partiendo la madre!”. Se dio la vuelta y se subió a su unidad.
Supe entonces, y aprendí, que hasta para pelear hay que tener clase. Dos rancheros, formados en la universidad de la vida, me habían dejado una gran lección.
Lo cortés no quita lo valiente
Mientras viajaba el sábado muy temprano hacia Minatitlán-Coatzacoalcos recordé todo lo anterior cuando primero me llegó una fotografía en la que se veía al gobernador Cuitláhuac García Jiménez recibiendo a Claudia Sheinbaum en el aeropuerto de Canticas; casi atrás de esa gráfica me llegó otra en la que se veía al secretario de Gobernación, Adán Augusto López, saliendo de la misma terminal aérea pero acompañado solo del equipo de colaboradores con el que viajó. Del gobernador, ni señas.
A mi paso por la función pública y por el trabajo político que realicé, supe que hay reglas no escritas pero que forman parte de un protocolo de observancia obligatoria, claro, cuando los protagonistas saben, son políticos profesionales, poseen experiencia, tienen clase, saben de reglas elementales de conducta y tienen muy presente el valor del refrán que dice que lo cortés no quita lo valiente.
De acuerdo a los cánones de la política, de la buena política, por cortesía política, por diplomacia, por delicadeza, por finura, por el hábil manejo del capote tanto con la diestra como con la siniestra, el gobernador debió haber recibido a los dos visitantes, aunque luego optara por irse con su preferida. No es ningún secreto que su corazón está con Claudia en su aspiración presidencial, a lo que tiene todo el derecho, y que su gobierno la apoya con todo, en forma abierta, lo cual, eso sí, ya es cuestionable porque su papel como máxima autoridad del morenismo en Veracruz es garantizar piso parejo para todos; pero no puede evitar, o no quiere, su preferencia por la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México.
Pudo haberse esperado unos minutos más en el aeropuerto para esperar a Adán Augusto, para estrecharle las manos, para darle la bienvenida a Veracruz y, de paso, con toda elegancia, desearle éxito y que le fuera bien en su proyecto. No tenía que haberle dicho más. De frente, con toda franqueza, le hubiera informado que lo iba a dejar porque tiene un compromiso con Sheinbaum y la iba a acompañar. El tabasqueño lo hubiera visto bien, político profesional como es, le hubiera gustado que fuera derecho y seguramente también le hubiera deseado suerte y éxito. Cuitláhuac se hubiera ganado su respeto y el respeto de todos.
Pero, veo, ya no hay aquella delicadeza de la que hacían gala aquellos viejos rancheros-ganaderos, que eran enemigos deveras pero jamás perdían la compostura y no olvidaban
las buenas maneras.
Adán Augusto y Cuitláhuac son del mismo partido político, tienen el mismo jefe político, se supone que trabajan para la misma causa, pero, por lo que se vio, el gobernador toma las cosas en forma personal y no ve al otro como un competidor o un adversario que merece respeto, sino como un enemigo al que ni siquiera se le debe dirigir la palabra… olvidándosele, ¡ay!, que López Hernández, el otro López, no es Rogelio Franco u otro enemigo político como los que tiene en la cárcel, sino, antes que aspirante presidencial, secretario de Gobernación, el segundo hombre con más poder político en México, con todos los recursos como para apretarlos cuando quiera, como quiera y todo lo que quiera.
Cuando el gobernador actúa así con un ¿compañero? de partido, del nivel que tiene Adán Augusto, está dando elementos para que en Bucareli y en el Palacio Nacional crean las quejas, las denuncias, las acusaciones que van a presentar los veracruzanos por los malos tratos recibidos desde el gobierno estatal; para que le den la razón a José Manuel del Río Virgen, a Ricardo Monreal, a Rosario Piedra Ibarra, a Dante Delgado…
Aunque creo que Cuitláhuac es arreligioso, pienso que debe encender todas las veladoras, todos los cirios, a su dios o dioses en los que cree, para rogarles que hagan ganar a sus candidatas Sheinbaum y Nahle, y que pierdan y nunca tengan más poder Adán Augusto y Sergio Gutiérrez, porque si por esas circunstancias de la vida y de la política la suerte le llegara a dar la espalda en 2024, no va a hallar –y con él varios de sus colaboradores– dónde esconderse.
Cuando veo la forma política en la que se conduce el gobernador no dejo de preguntarme si no hay quién lo oriente, quién le haga ver las cosas y las posibles consecuencias que puede enfrentar en el futuro por sus acciones, quién lo asesore, quién lo quiera deveras y lo ayude a que no se exponga, quién le diga que el poder tiene fecha de caducidad y que no es para siempre, quién le recuerde aquella vieja frase pero que no pierde vigencia de que los carniceros de hoy serán las reses de mañana.
Por lo demás y en lo general se reconfirma lo que acabamos de ver: que en Morena hay una profunda división, de la que la oposición o los ciudadanos inconformes con el estado de cosas pueden sacar mucho provecho.