Dos grandes benefactores de la cuenca del Papaloapan

Nunca se proclamó de izquierda, tampoco se dejó crecer la barba ni se vistió de uniforme militar verde olivo, ni se creyó la encarnación de Fidel Castro, el Che Guevara, Camilo Cienfuegos o algunos de los que hicieron la Revolución cubana, pero Agustín Acosta Lagunes, priista, es, hasta ahora, el único gobernador de Veracruz que un día fue a cortar caña a los cañaverales de la cuenca del Papaloapan.

 

Esto me vino a la memoria el pasado fin de semana cuando recorrí una parte de la región de Sotavento. A mi paso por Carlos A. Carrillo me dio gusto –me trajo muchos recuerdos, pero también me dio mucha nostalgia– ver en plena actividad a ese viejo de 127 años de edad que no se rinde, el ingenio San Cristóbal, el más grande del mundo. Sus altas chimeneas despidiendo humo eran el mejor testimonio del esfuerzo que estaba haciendo, moliendo y refinando caña de azúcar.

 

Entonces recordé que un día don Agustín (como lo conocíamos todos; gobernó de 1980 a 1986) llamó al periodista Froylán Flores Cancela, entonces director del semanario Punto y Aparte, para informarle la decisión que había tomado e invitarlo a que lo acompañara, pero con la atenta petición de que no dijera nada. Acompañados de uno de los mejores reporteros gráficos que ha habido en Veracruz, Saúl Sánchez (QEPD), se fueron una madrugada a la entonces congregación de Carlos A. Carrillo, municipio de Cosamaloapan, y ahí el gobernador se sumó a la zafra, machete en mano.

 

Viendo a la distancia el ingenio, también rememoré que construyó, a través de su gobierno, el puente San Cristóbal ¡en solo 120 días!, sobre el río Papaloapan, que une al hoy municipio de Carlos A. Carrillo con el de Cosamaloapan y que agiliza el acarreo de caña no solo al ingenio San Cristóbal sino también al San Gabriel y al de Tres Valles.

 

Cómo olvidar (orgullosamente fui su colaborador en el área de prensa) que cuando el presidente José López Portillo, su amigo, devaluó el peso en febrero de 1982 (de 12.50 por dólar, como se cotizaba entonces nuestra moneda, pasó a ¡46 pesos! por unidad verde) y las arcas presidenciales se desfondaron, él, don Agustín, gracias a su excelente administración, se dio el lujo de prestarle dinero a la Federación, pues tenía suficientes recursos ahorrados, lo que ningún otro gobernador ha vuelto a lograr.

 

Acosta Lagunes era un gobernador con autoridad. Recuerdo muy bien que, por ejemplo, las autoridades de la Secretaría de Marina no vieron con buenos ojos la construcción del puente San Cristóbal porque argumentaban que en caso de una emergencia podría dificultar el tránsito fluvial de las unidades de la Marina en el río Papaloapan, pero don Agustín convenció a los mandos, al comandante en jefe, el presidente, que había planeado hasta el último detalle de la obra y que había considerado todos los riesgos. Se impuso y el puente hoy presta un gran servicio.

 

Recuerdo también su gran preocupación por aumentar la producción agrícola, en serio no como la zarandaja esa de “sembrando vida” de la 4T. Cuando fue a cortar caña lo hizo para animar a los trabajadores de la industria cañera a impulsar la producción y logró su propósito: Veracruz ocupó entonces el primer lugar a nivel nacional, pero lo mismo hizo con el arroz. La principal proclama de su campaña y de su gobierno fue “Veracruz, granero y yunque de la nación”.

 

Hoy estoy seguro que los cuenqueños lo tienen en el olvido, que ya nadie recuerda todos los beneficios que logró para ese verdadero vergel veracruzano, un hombre que no perdió su tiempo en minucias como presumir un catamarán (en realidad una lancha pequeña) para dar servicio “turístico” en el río Papaloapan, como el que botaron los actuales y que nunca funcionó, o como las “rodadas” que realizan porque no tienen otra cosa más importante que hacer.

 

Dante pavimentó lo que hoy es la carretera de la margen derecha

 

Pero no solo él. Si bien para ganar tiempo ahora circulé entre Otatitlán y Cosamaloapan por la carretera que va o viene a o de Tuxtepec, Oaxaca, a la distancia, río Papaloapan de por medio, pasando a un costado de los municipios ribereños de la margen derecha, también recordé que otro gobernador que dejó huella fue Dante Delgado Rannauro, quien pavimentó la carretera que atraviesa Chacaltianguis, Tlacojalpan y Tuxtilla.

 

Fue don Fernando Gutiérrez Barrios quien durante su campaña ofreció que él haría la obra. Como candidato recorrió esa región cuando había solo una rodada. Al relevarlo Dante asumió el compromiso y se dio a la tarea de cumplirlo. Tuve también la distinción de que me invitara a acompañarlo siempre que fue a supervisar los avances.

 

Igual que como sucede con don Agustín, creo que los cuenqueños lo tienen hoy en el olvido, así como a don Fernando. Al aflorarme los recuerdos durante mi reciente travesía me dio el gran motivo para honrarlos, porque si bien no soy nativo de la cuenca, año con año cuando la visito, gracias a la contribución que hicieron puedo disfrutar de todo el progreso que ha alcanzado.

 

Con Eric Cisneros Otatitlán se transformó en un bello pueblo

 

Mucho ha cambiado Otatitlán. Ya casi nada queda de aquel Otatitlán imaginario en el que Emilio Carballido quiso que cobrara vida su comedia Rosalva y los Llaveros. En esa obra, que tuvo un resonante éxito a partir de que se estrenó en 1950 en el Palacio de Bellas Artes, Rosalba viaja al pintoresco pueblo cuenqueño a conocer la parentela de su madre.

 

En la acción que se desarrolla durante las fiestas del Santuario, celebradas en 1949, Rosalba y su mamá, Aurora, llegan, procedentes de la Ciudad de México, en una lancha que tomaron en Alvarado, único medio de transporte entonces.

 

Ya en la vida real, llegué al pueblo por primera vez en 1974, cuando lo visitó Rafael Hernández Ochoa, candidato (y habría de volver con Agustín Acosta Lagunes, con don Fernando Gutiérrez Barrios, con Dante Delgado Rannauro, con Miguel Alemán Velasco y con Fidel Herrera Beltrán –no recuerdo si lo hice también con Patricio Chirinos Calero–, con algunos por tierra, con otros cruzando el río Papaloapan (Río de las Mariposas) a través de una panga.

 

Hoy, luego de tanto tiempo transcurrido, Otatitlán es otro, está totalmente transformado, sin duda, y lo reconozco sin ningún regateo, gracias a su hoy hijo predilecto el secretario de Gobierno, Eric Cisneros, oriundo del lugar.

 

El año pasado que fui ya había algunas casas pintadas con adornos muy vistosos y coloridos y se concluía el mural de la iglesia; se construían también las bases del puente colgante que hoy es una realidad, que permite que los habitantes crucen el río de un lado a otro con mucha facilidad hacia o de la carretera Cosamaloapan-Tuxtepec, en la margen izquierda del río, aunque eso acabó con el negocio de los lancheros que llevaban o traían gente. Una cosa por otra.

 

Hoy Otatitlán se me hace una versión, en pequeño, de Tlacotalpan; luce renovada, cuenta ya con un pequeño pero valioso museo; se advierte que están construyendo lo que seguramente será una placita comercial, que tendrá los servicios indispensables, de los que prácticamente carecen.

 

Su gente, como toda la gente de la cuenca del Papaloapan es amistosa, hospitalaria. Y cómo no disfrutar una deliciosa mojarra apenas sacada del río (me gusta comerla en “La Chinampa”), o una sabrosa paleta de leche, aunque ya no quedan nada de aquellas “percheronas”, ahora reducidas en tamaño seguramente por economía, o los plátanos fritos que venden en bolsitas de ¡7 pesos! (las que por acá cuestan 20 o 25 pesos).

 

Había postergado mi peregrinaje anual al Santuario para pagar mi manda con el Cristo Negro y ahora se me presentó la oportunidad de ir, animado, además, por aquella décima de “Tío Costilla” (Constantino Blanco Ruiz): “Ten confianza en el Señor, / Ése que todo lo puede / y que a todos nos concede / de la vida lo mejor; / aclámalo con fervor / cuando al abismo te arrojen; que el miedo no te acongoje / aunque el peligro sea atroz, / porque estando bien con Dios / aunque los santos se enojen.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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