Fuera de toda lógica y sentido común resulta que López Obrador apele a los “Derechos Humanos” del “Chapo”, olvidando los decenas de miles de asesinatos perpetrados por el narcotraficante.
Es el mismo sospechoso maridaje que despierta cuando al arranque sexenal ofreció “Abrazos, no balazos” en su trato con el crimen organizado.
Y ese ofrecer disculpas por llamar “Chapo” a Joaquín Guzmán.
Es la misma duda que hoy provoca la tan inmediata respuesta presidencial de apoyo para su traslado a una prisión mexicana luego que el capo, condenado a cadena perpetua en una cárcel de Nueva York, se queja porque no le pega el sol y la comida es de pésima calidad.
Si al señor presidente se le olvida que las disputas delincuenciales y la ausencia de seguridad pública arrojaron al país a una lucha fratricida que suma no menos de medio millón de muertos, a la república no.
¿De qué derechos humanos estamos hablando?
Cifras oficiales dan cuenta que en México han sido asesinadas alrededor de 350 mil personas y más de 72 mil continúan desaparecidas de enero de 2006 a mayo de 2021.
Son cifras hechas públicas por The Washington Post.
Mientras los números del Sistema Nacional de Seguridad Pública dan cuenta que tan solo en el régimen de AMLO -de 2018 a diciembre del año pasado- 130 mil mexicanos fueron asesinados como resultado de las disputas criminales en donde el Cartel de Sinaloa, en manos de los “Chapitos”, ha jugado un papel estelar.
¿De toda esa pila de cadáveres, cuántos llevan la etiqueta de El Chapo… Err, perdón, del señor Guzmán Loera?
¿De qué derechos humanos estamos hablando?
No podemos olvidar que la de El Chapo es una historia de horror y muerte.
Cuando fue extraditado y juzgado en Estados Unidos se supo de sus métodos de tortura empleados a través del Cártel de Sinaloa, que incluía inyecciones de adrenalina cuyo objetivo era acrecentar el mayor tiempo posible la sensación de dolor.
Ahí presente en los tribunales norteamericanos se guarda el registro de Hugo Hernández, miembro de un cártel rival, quien fue cortado en 7 pedazos con una motosierra y repartido en varias bolsas de plástico que fueron abandonadas en una calle de Los Mochis, en el estado de Sinaloa.
Los homicidas le desollaron la piel del rostro para coserla en un balón de fútbol.
Otro procedimiento, ordenado por el señor Guzmán, consistía en poner a las víctimas en tambos o botes metálicos que eran llenados hasta la superficie con agua hirviendo.
En otros casos solo les prendían fuego.
Encerrar a las víctimas con grandes felinos era otra de sus prácticas. En muchos casos tigres y leones fueron utilizados para ocasionar muertes violentas y dolorosas.
Los actos de crueldad y sadismo utilizados por el Cártel de Sinaloa son equiparables con los métodos de tortura del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), según Joshua Fruth, un oficial estadounidense especializado en inteligencia militar.
El 22 de febrero de 2014, cuando cayó preso por segunda vez en su historia como narcotraficante, a Joaquín Archivaldo Guzmán Loera (petiso, medía 1.64 metros) no le tembló la voz para confiarle a sus captores que a lo largo de su vida había matado entre 2 mil y 3 mil personas, entre ellos al capomafia Ramón Arellano Félix, fundador del cartel de Tijuana.
Por ello y miles de muertos más así como por el daño social que provocan los enervantes que distribuye por todo el mundo, lo condenaron a cadena perpetua más 30 años de prisión.
Ni una vida le alcanzaría para purgar sus delitos.
Hoy el señor presidente por él procura y apela al respeto de sus derechos humanos, vaya paradoja.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo