Recientemente viví poco más de un mes en el puerto de Veracruz. No lo hacía desde 1968, en mi época de estudiante, si bien con frecuencia lo visito en plan de trabajo o en viajes de placer, con toda la comodidad necesaria y prácticamente sin andar a ras del suelo.
El internamiento de mi hijo mayor, Arturo, en el Hospital Regional de Alta Especialidad, para atenderse de un mal de salud, me llevó a la ciudad para residir ahí por varias semanas e involucrarme en la vida cotidiana de los jarochos, en otras condiciones, en las del veracruzano común. Me instalé en una vivienda de interés social en la colonia Ejido El Coyol y me movilicé como lo hacen los nativos de clase media para abajo, en el transporte urbano (me aprendí la mayoría de las rutas).
Dejo aquí mi impresión de lo que observé, de lo que viví, detalles que seguramente los residentes ya no advierten porque los viven día a día y les parecen naturales, pero que no pasan inadvertidos para el foráneo.
Observé que los jarochos, ¡ay!, se han ido alejando del centro histórico como punto de reunión, a excepción de quienes conservan todavía la costumbre de ir a los tradicionales cafés, población ya adulta mayor que se resiste a dejar morir su costumbre, toda una tradición.
Los portales, para el grueso de la población local, han perdido ya atractivo. Prácticamente quedan para los visitantes, pero que también son cada vez menos. ¿Las tortas “palacio”? Ya solo queda un remedo de lo que fueron, además de que redujeron su tamaño y su contenido (como pasó hace mucho con las tortas de El Gallo).
Solo son un recuerdo y motivo de nostalgia aquellos paseos en el zócalo, en círculos concéntricos, en donde en las vueltas podía uno encontrarse con algún conocido o conocida. Se extrañan los paseos de los cadetes de la naval con sus uniformes de blanco y su espadín al cinto con sus novias al lado. Ahora lo único de blanco que se ve por donde quiera son los estudiantes de medicina y sus diferentes ramas, así como los trabajadores del sector salud, más mujeres que hombres.
Desaparecieron, ¡ay, ay y ay!, las cantinas, los bares típicos, en donde podía uno entrar a tomarse un trago para mitigar los efectos del calor o entrar en el ambiente propio del puerto. Salvo uno (¿Titos?) que sobrevive en el centro, no se encuentra ningún otro por algún lado. Solo es posible mojar garganta en los restaurantes, para quien puede ir a ellos. Cómo se extraña el restaurante-bar “Río de la Plata” y su famosa ensalada de caracol. Cerró por la crisis económica que causó la pandemia.
A diferencia de Xalapa, donde en cada esquina puede uno encontrar pequeños negocios con frutas y verduras frescas, de buen tamaño, acá, por más que los busqué, no los encontré. Ya no se diga algo parecido al mercado San José, la Central de Abastos o los mercados sobre ruedas. Me imagino que en el puerto esos productos casi no los venden porque el calor los madura o los marchita muy pronto y no son negocio. Las frutas que encontré en la calle, algunas muy maduras, eran muy chicas, en comparación con las de la capital del estado, de gran tamaño.
En comparación con la capital, la vida en el puerto es más cara. Los jarochos aceptan que sí en comparación con Xalapa. Dicen que en la capital la vida es más barata.
Los cafés La Parroquia marcan también los signos de los cambios que se van dando entre un sector de la población. Si durante el gobierno de Javier Duarte se puso de moda el conocido como de los “200 años”, en Ruiz Cortines rumbo a Plaza Américas, ahora lo de moda es ir al de los “500 años” o de “Washington”, en el bulevar, “por la vista al mar”, dicen.
Mantiene viva su vitalidad el café La Parroquia de 16 de septiembre, frente al malecón, porque es el único que permite grupos de música en vivo. Siempre hay una marimba adentro y un grupo musical de jarochos con bailadoras o bailadores.
Algo único, me atrevo a pensar que en todo el país y tal vez en el continente y en el mundo (creo no exagerar), son los choferes de los camiones urbanos, por la temeridad con la que conducen, a gran velocidad, como si condujeran un coche deportivo; los frenazos que dan hace a que todos viajen a la defensiva, dan volantazos para metérsele al camión que va en el carril derecho, lo mismo para subir que para bajar pasajeros, corren como desesperados y en relativo poco tiempo cubren largas distancias. En realidad, los jarochos se juegan ahí la vida, todos los días.
Pero extensa como es la ciudad, conurbada con Boca del Río, Medellín y Alvarado, son, sin embargo, una inmejorable opción de la población para viajar grandes distancias por solo nueve pesos, cuando un taxi cobraría 100 pesos como mínimo. Hay recorridos de hasta una hora o más. Si uno aprende a viajar por las diferentes rutas, no necesita transbordar para atravesar la ciudad de norte a sur o de este a oeste, o en forma diagonal.
Las plazas comerciales, las famosas, creo que son más para quienes llegan de Xalapa, de Orizaba, de Córdoba, de Coatzacoalcos, o para los vecinos de la Riviera Veracruzana. El grueso de la población hace su vida aparte. El Mercado Hidalgo, donde además se saborean cocteles de mariscos de gran tamaño a muy bajo precio, mantiene una gran vitalidad.
Mantiene el puerto, eso sí, ¡ay!, la tradición de bailar danzón en el zócalo, algo que incluso ya se perdió en La Habana, Cuba, desde hace muchos años. A veces desde el jueves tienen lugar los bailes, a los que no faltan los jarochos de corazón, a los que asisten muchas señoras solas dispuestas a bailar con quien las invite, que las que no tienen suerte y se van en blanco se retiran muchas veces molestas.
Creo que es la única ciudad del país en la que luego de que uno sale de la misa en Catedral por la noche, lo primero que se topa es con las notas de la danzonera que invitan a acercarse y a encontrarse con el bello espectáculo de bailadoras y bailadores, algunos incluso vestidos, convertidos en pachucos, que hacen recordar a Tin Tan.
Al terminar mi estadía en el puerto tuve sentimientos encontrados. Ya me estaba adaptando al calor y hasta me conocían en “mi” colonia, en la tienda, en la lavandería, en la farmacia… Tuve que regresar a la humedad, al frío, a la neblina, a la lluvia que provoca resfrío (en el puerto hasta gusto da mojarse, por el calor), al paraguas para la lluvia frecuente por las tardes, al suéter, a la chamarra, a la bufanda, a la ropa informal, pero vestido de pie a cabeza, ajena por completo a los shorts, a las bermudas, a las playeras, a los huaraches del clima caliente que usan todos y todas en el puerto
Pero siempre he de volver para el reencuentro con los amigos, con los conocidos, con los compañeros del medio periodístico, para respirar el aire del mar pero también historia, para imaginarme la permanencia de Juárez y de Venustiano Carranza, la llegada, vivo, y la salida, muerto, de Maximiliano, con su enloquecida esposa Carlota, la invasión de los norteamericanos en 1914 y la heroica defensa de los veracruzanos, para disfrutar de esta tierra a la que le cantaron Agustín Lara y Toña La Negra.
Volví a Xalapa agradecido con Dios y con la ciencia médica que salvaron a mi hijo; con la hospitalidad de todos, con sus muestras de solidaridad y apoyo, con la calurosa acogida que me dieron y que me hicieron sentir como en mi casa.
Manuel Huerta, ahora también en Facebook Live
Como si no le fuera suficiente el contacto directo, en persona, que mantiene con los miles de veracruzanos beneficiarios de los programas sociales de Bienestar de todo el estado, el delegado federal Manuel Huerta incursiona ahora en Facebook con todo éxito, para acercarse más a la población y mantener comunicación con todos.
El hombre ha aprendido a usar las redes sociales y ayer tuvo lugar la segunda edición de “Sin Duda… con Manuel Huerta”, una transmisión por Facebook Live, sin filtros, en tiempo real, en la que informó del trabajo que realiza, resolvió dudas y en general orientó sobre todo lo que tiene que ver con el acceso a los programas sociales, pero también conoció problemas que se presentan y jaló orejas.
Si se repara, el nombre del programa, “Sin Duda… con Manuel Huerta”, tiene jiribilla. Sugiere que para 2024, “sin duda” todos estarán con él para suceder a Cuitláhuac García Jiménez.