Habíamos desayunado en el Cuartel San José, sede de la guarnición militar de Xalapa entonces (eran los años ochenta), y luego el comandante, un teniente coronel, muy serio pero respetuoso y atento, nos invitó al fotógrafo Saúl Sánchez y a mí a acompañarlo a visitar lo que serían las instalaciones del Campo Militar El Lencero.
La construcción apenas comenzaba. El mando militar nos fue guiando y enseñando cómo quedarían distribuidos los espacios. Durante el recorrido, el fotógrafo fue tomando fotos. Todo transcurrió con normalidad. Concluida la visita, Saúl y yo regresamos a Xalapa.
Éramos reporteros del semanario Punto y Aparte. Era un sábado y la nueva edición se armaría hasta el lunes. En la tarde me fui a una comida y ahí agarré la parranda (como los buenos reporteros de entonces), de tal modo que no regresé a mi casa sino hasta pasada la medianoche. Ni bien acababa de entrar cuando vi a mi esposa esperándome con una cara de gran preocupación.
Angustiada, me dijo que desde la tarde me buscaba por teléfono el comandante militar, que marcaba cada diez minutos (entonces no se conocían los teléfonos celulares; todos eran fijos) y que decía que le urgía hablar conmigo; que me había dejado el recado de que por favor no publicara nada.
No lo pensé dos veces y le marqué al número que había dejado. Me pidió que no publicara nada de la visita y me contó que apenas nos habíamos ido había sufrido una severa reprimenda del mando central de la Ciudad de México, pues saliendo nosotros “inteligencia” militar lo había reportado. Me suplicó que no se diera a conocer nada. Así se hizo (mi compañero moriría después en un accidente de tránsito y nunca supe qué fue de ese material).
Desde entonces supe que incluso los mismos militares están infiltrados y que no hay nada que se les escape, aunque lo que me sorprendió fue que durante la visita no vi más que soldados albañiles trabajando y a nadie más. Concluí que uno de ellos era un infiltrado de “inteligencia”.
Pasado el tiempo, durante los muchos años en que estuve en la función pública, siempre en el área de prensa, acabé de comprobar que los militares de “inteligencia” no solo registraban todo (incluido lo que se publicaba en los medios impresos o se decía en la radio y en la televisión), sino que también tenían infiltradas en cuanta actividad ocurriera, de todo tipo, como que son responsables de la seguridad nacional, justifiqué siempre.
La sorprendente narración de Arturo Bermúdez
Ya en el gobierno de Javier Duarte, cierta mañana el entonces secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita, invitó a desayunar, también en el Cuartel San José, a un pequeño grupo de columnistas. Ahí nos platicó muchas de sus experiencias, incluidos los peligros a los que había estado y estaba expuesto, nos dijo cómo la delincuencia organizada tenía infiltradas sus comunicaciones y nos narró una anécdota verdaderamente sorprendente.
Recién llegado al gobierno Duarte, una noche Bermúdez recibió una llamada, a las 8 de la noche, del mando de la Marina de la Ciudad de México. Le dijeron que lo esperaban en una hora en las instalaciones de la Base Aeronaval de Veracruz. No le dijeron para qué. Le entró temor. Le avisó a su esposa de la orden que había recibido porque pensó que ya no iba a regresar, que tal vez lo iban a detener. Cuando llegó, grande fue su sorpresa al encontrarse sentado ahí, solo, esperando, al propio Duarte.
Finalmente los hicieron pasar a una sala grande, donde ya estaba reunida la cúpula militar-naval, quienes les preguntaron con quién estaban e iban a trabajar (iniciaba el nuevo gobierno), si iban a jalar con ellos o con la delincuencia. Pero lo que los dejó atónitos, narró, fue que de pronto les dijeron que sabían todo sobre ellos e incluso sobre el propio Fidel Herrera Beltrán.
Entonces, para su sorpresa, en una gran pantalla les fueron proyectando toda la información que tenían registrada de ellos y de sus familiares o personas cercanas a ellos, sus nombres completos, sus apodos o alias, sus direcciones, sus números telefónicos, sus propiedades a nombre suyo o de otros, sus números de cuentas bancarias con todos los movimientos hasta los que habían realizado ese día, las relaciones extramaritales que algunos tenían, qué hacían, etcétera. Todo. Nos dejó atónitos.
Esa plática me confirmó que “inteligencia” militar está en todo, que ha estado en todo siempre, y en mi caso, por mi experiencia en la función pública, nunca he dudado que no escapo a su información.
El Ejército no salvó a su infiltrado en Ayotzinapa ni a los 43 muchachos
Pero todo lo anterior lo comento motivado por una información que publicaron ayer por la tarde los medios de la Ciudad de México en sus páginas web, de que el Ejército pudo salvar a los normalistas de Ayotzinapa en septiembre de 2014 porque tenía infiltrado a un soldado, Julio César López Patolzin, en la Normal, quien informaba de todas las acciones de los estudiantes, elemento castrense a quien los militares tampoco salvaron y desapareció junto con los 43 muchachos a quienes, ahora sí, de hecho, dieron ya por muertos.
La información, que desde ayer mismo impactó, está basada en el informe que presentó el Subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración de la Secretaría de Gobernación, Alejandro Encinas, en la sesión de la presidencia de la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia del Caso Ayotzinapa. El soldado estaba bajo el mando de un teniente de infantería, de nombre Marcos Macías Barbosa, del 27 Batallón.
El funcionario dijo: “Se confirma que los mandos militares de la región no realizaron acciones para la protección y búsqueda del soldado Julio César López, lo cual era su obligación. Al filo de las 22:45 horas del 26 de septiembre de 2014, tras los hechos de violencia en la persecución, se dio la orden de desaparecer a los estudiantes. Su último reporte fue al filo de las 10:00 de la mañana de ese día.
Y desapareció junto con los otros estudiantes sin que sus mandos hicieran ninguna acción para garantizar su integridad y su búsqueda como lo establece el protocolo para militares desaparecidos. De haberse aplicado (el protocolo de búsqueda) hubiera permitido no solamente proteger la integridad y buscar al soldado, sino a todos los estudiantes”.
Encinas dijo que se concluyó que el caso Ayotzinapa fue un crimen de Estado y que la verdad histórica presentada por el gobierno de Enrique Peña Nieto ocultó la verdad de los hechos.
Encinas demuestra que militarizar no es la solución
La información es abundante, pero me quedo hasta aquí. Concluyo con lo siguiente:
Encinas –lo comenté ayer– está en contra de la propuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador de trasladar la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional, al Ejército. Se pronunció por respetar la Constitución y mantener las labores de seguridad pública en el ámbito civil. Con el informe de ayer, sin decirlo, le demostró que los mandos militares, los que ordenan, no son confiables y que nada garantiza que son la solución que se busca.
“Inteligencia” militar está en todo. E informa, aunque no es responsable de las decisiones que se tomen.
Están infiltrados pero no se dan cuenta
Aterrizo en lo local: en el gobierno del estado, ¿estarán creídos que todo lo que hacen a lo largo y ancho del territorio estatal –incluidas acciones como el cochinero de su elección interna del 30 de julio– y dicen, no lo saben, no lo registran y no lo reportan los militares de “inteligencia” a las oficinas centrales en la Ciudad de México? ¿No se habrán dado cuenta hasta ahora que están infiltrados?
Estoy seguro que por su inexperiencia, y ahora hasta por su soberbia, por la borrachera de poder que traen, están confiados y piensan y creen que nadie los vigila. No saben, nunca se han dado cuenta, que están en la casa del jabonero en la que el que no cae resbala.
Por lo que hace a lo de Ayotzinapa, hay responsabilidad del expresidente Enrique Peña Nieto. Ahora tienen otro motivo los de la 4T, hecho público, para tratar de enjuiciarlo, para acabar con la impunidad que lo protege y de paso eliminar a un enemigo político de gran peso, de cara a las elecciones del próximo año en el Estado de México, su feudo.
En síntesis, el país continuará muy convulsionado.