Exactamente hace ocho días, tuve el gran placer de navegar por el romanticismo de mi época de estudiante y seguramente, varios de los que el destino nos congregó, vivimos también esa deliciosa intensidad de aquello que fue nuestra juventud, reviviendo instantes que nos aliviaron las cargas del momento que vivimos, evocando los detalles imborrables, que nuestra memoria ha patentado como propiedad de nuestra generación de abogados 1971.
José Miguel Castro Carrillo, de quien, por ser colega, y conozco lo esplendido en su anfitrionía, nos convocó en un paraíso privado de su propiedad en El Pueblito, a quienes quedamos de hace 51 años de haber egresado. Gran sorpresa para mí, encontrar ahí al gran maestro Sócrates de la Cruz, quien además de haber sido mi compañero en la escuela de Derecho, lo fue también de la Orquesta Sinfónica de la UJED, quien sigue ejecutando el violín como un verdadero maestro y así nos lo demostró en esta ocasión.
Conversaciones, argumentos, chungas, pitorreos y demás surgieron por los presentes, entre los que nos encontrábamos: el laboralista y ahora caballerango Pedro Torres López de Lara; el especialista en contratos Oscar René Lazalde; un ex dirigente sindical, estudioso de la literatura y entregado a la investigación como Miguel Palacios Moncayo; también, quienes además de excelentes profesionistas que incursionaron en la política con iniciativas de bastante calidad para el pueblo y con logros encomiables como el mismo anfitrión José Miguel Castro Carrillo, Arturo Kampfner Aguirre y Alberto Castro Rochel; otros que han destacado como fiscales y en la judicatura como J. Isabel Martínez; qué podemos decir de Juan Mendía Morales, quien entregó su vida a la enseñanza; otros en el campo del periodismo como Miguel Ángel Vargas; y no podía faltar el poeta, orador, declamador, actor, escritor, catedrático, quien de momento dijo no haberme reconocido, pero recapacitó y me solicitaba que recordara, y que yo les comentara a los demás compañeros, aquellos momentos en que el gran actor Anthony Quinn lo quería llevar a debutar como artista a Hollywood, me refiero a Enrique Torres Cabral, de quien al escuchar sus relatos es imposible no soltar estruendosas carcajadas.
Por supuesto que extrañamos algunas ausencias de quienes aún están, pero sus compromisos y actividades los llamaron a otro lugar, y otros que trascendieron el umbral de la existencia, pero que sus anécdotas y personalidad particular se quedaron y volvieron a tener actividad en esta reunión.
Deliciosas viandas con bebidas preparadas que, a nuestra edad aún podemos ingerir, resaltaron las notas que en el violín interpretaba el maestro Sócrates de la Cruz, y los placenteros y risueños relatos de todos los distinguidos compañeros, que punzaron con delicadeza y afabilidad la profundidad de las memorias de los presentes, liberando la dopamina con el regocijado deleite del recuerdo.
Se dice que recordar es vivir, pero en realidad es revivir y volver a deleitarse superlativamente y quizás con mayor capacidad, de los momentos que, tuvieron un significado especial y ante los recuerdos llevados a cabo, los estímulos de nuestra existencia navegaron y unieron más la hermandad con la que, desde la época de universitarios hemos vivido.
Hago votos porque podamos volver a estar juntos y atraer al presente, las vivencias imborrables de los benditos y adorados años de estudiantes.