Las historias que consumimos son clave para la historia que estamos construyendo, para las metas y sueños que establecemos en la vida, pero también para distraernos de nuestra realidad. Con el encierro que provocó la pandemia el consumo de libros y de plataformas de streaming aumentó considerablemente, pero sobre todo ocurrió en géneros melosos que la mayoría de personas etiqueta como “algo para no pensar”, contenidos con un final feliz donde todo transcurre con facilidad y los retos pronto se resuelven.
Esos contenidos donde la vida de los protagonistas parece fluir y las dificultades no se ven como tales, son retos que con facilidad y gracia de inmediato tienen remedio. Este tipo de historia es común de los dramas románticos, los “chick flicks”, pero ahora la vemos trasladada en cada ámbito con la intención de creer que todo va a estar bien. Quizás porque en medio de la realidad que enfrentamos todos necesitamos esperanza. México es experto en crear este tipo de contenidos, de ahí que Televisa fuera un referente durante tantos años, pues mostraba historias aspiracionales para el común de la población.
No está mal tomar unos minutos de ilusión mediante nuestro consumo mediático, el problema es creernos que esa clase de historias son las únicas posibles y no distinguir qué implica verdaderamente vivir en una realidad humana. Con esas historias que parecieran tan humanas también terminan por deshumanizarnos un tanto, creemos que esas figuras que vemos en la pantalla tienen una vida superior cuando lo cierto es que sufren tanto o más que cualquiera de nosotros.
Las pantallas han permitido que idealicemos los cuerpos, las relaciones humanas, el color de piel, los vínculos de pareja, la comida, las formas de vestir, nuestro consumo, todo nuestro entorno queremos volverlo “aesthetic”, aunque el ángulo completo más allá de lo que se muestra en redes, en realidad retrate espacios sin filtros y más crudos. Es necesario hablar de la búsqueda constante del final feliz no porque este no exista, sino por la irrealidad de la forma en la que quizás queremos contarnos esta historia.
A través de plataformas digitales y pantallas contamos historias irreales que lejos de inspirar han terminado por generar infinidad de crisis de ansiedad a quien no cumple con esos estándares. Lo cierto es que los finales felices se construyen al final de cada día, requieren de grandes esfuerzos y trabajo constante. Los retos que en series y películas se arreglan como por arte de magia, puede que requieran un poco más de empeño en el día a día, pero sobre todo sin duda requeriremos de una mayor capacidad de adaptación.
Sin duda la vida puede ser más fácil y amena para todos, tal como deseamos, sin embargo para lograr esto requerimos más esfuerzo que el de una comunidad “vibrando alto”, requiere compromisos diarios, una búsqueda de sentido más profunda donde el propósito de cada persona esté ligado a un bienestar común y aún más importante es que en medio del caos y la necesidad de contenidos bonitos, despertemos a nuestra consciencia, pues sólo siendo conscientes de nuestros actos podemos poner mayor atención a cómo estos repercuten en nuestra realidad.
Hemos de conectar genuinamente con quienes nos rodean, entendiendo que cada decisión puede afectar a otros, ya sea en nuestro actuar, la forma de expresarnos e inclusive nuestras elecciones de consumo. Tal como dice Marian Rojas, no hay atajos ni recetas rápidas para la felicidad. Es algo que se experimenta y quizás mientras le buscamos hemos perdido el sentido. Porque la felicidad “no está en el tener, sino en el ser” y a estas alturas pocos sabemos quiénes somos.