Vivimos en un constante ritmo vertiginoso, que rara vez da paso a preguntas profundas, sin embargo, el acelere continuo, probablemente haga que nos llenemos de dudas sin responder. Habrá quien ni siquiera se percate de la existencia de las mismas, pero seguramente sí tendrá sentimientos de vacío, dolor, inseguridad, miedo, etc., los cuales canalizamos de distintas maneras. En ocasiones son adicciones, acciones que repercuten en nuestra vida o las de los demás o incluso a través de las palabras o las formas que tenemos de conducirnos en el día a día.
Cuando no tomamos una pausa para ver con consciencia lo que ocurre a nuestro alrededor o en nosotros mismos, es sumamente sencillo manejarnos en piloto automático, incluso podemos considerar que vivir en esa idea de mundo que hemos creado durante años, es el ideal. Pero de repente llegan señales de alerta. Emociones que nos rebasan, acciones que no entendemos y la vida nos obliga a hacer un alto, a detenernos y quizás replantear si estamos viviendo adecuadamente.
A veces cuando el cambio es inminente la vida nos obliga a poner un alto a nuestro estilo, de manera colectiva. Así, la pandemia fue una oportunidad idónea para detenernos o avanzar según se requería, fue el momento ideal para adentrarnos en lo desconocido, para atrevernos al cambio, pero también para reconocernos como miembros de un todo, con características únicas que suman a la transformación que el mundo necesita.
El tiempo pasó y a muchos nos llegó un caos, el miedo de perder a los que más amamos se hizo latente, la realidad nos demostró que la evolución era necesaria, de lo contrario nos quedaríamos estancados, frustrados y hasta arruinados. Pese a que la vida misma nos exige una transformación constante a veces somos reacios y nos aferremos a lo que no nos corresponde, incluso a puntos tan superficiales que difícilmente nos sostienen.
¿Cuál es entonces el objetivo de vivir? Hemos escuchado que disfrutar, ser felices, tener éxito, pero ¿qué significado tienen estas palabras para nosotros?, los japoneses definen parte de estos conceptos en el IKIGAI y encuentran un punto de equilibrio entre actividades que cada persona disfruta, que tiene habilidades para realizarlas y que sin duda aportan un bien a la comunidad. ¿Cuántas veces te has preguntado si lo que haces cumple con alguna de esas características?
Actualmente lo esencial es mucho más efímero de lo que imaginamos, quizás consideramos que la felicidad vendrá cuando cumplamos ciertas metas, pero ¿qué seguiría después?, realmente lo que añoramos como seres humanos es atención, pertenecer a comunidades que nos contengan en tiempos de crisis, no obstante, hemos olvidado cuán importante es ser parte de una tribu, todo lo que también tenemos que aportar para seguir creciendo.
Si aprendemos a colaborar y apoyar en lugar de competir o juzgar, entenderíamos que la empatía es fundamental, pondríamos más atención a nuestras palabras, acciones y decisiones, porque en todo momento no sólo pensaríamos en nuestro bienestar, sino en un bien mayor, el de toda nuestra comunidad. Para lograr lo anterior podríamos conocer mejor un poco de nuestra historia, de los orígenes donde todos se apoyaban para un mismo objetivo, las tareas no eran de uno, se desarrollaban con la intención del crecimiento colectivo y respetaban profundamente a sus dioses.
La espiritualidad es otro elemento necesario en nuestros días, creer en algo supremo que nos motive a ser mejores, si antes los dioses daban explicación a fenómenos naturales, hoy la práctica espiritual puede ser un sostén cuando se pierde la fe sobre sí mismos. Al final se trata de aprender a conectar con cada uno de nuestros elementos, para los mayas cada elemento tenía relación con el entorno y cultivando todas nuestras relaciones, no sólo los vínculos humanos, sino también las relaciones con el planeta, los animales, es como se lograba el principal objetivo de la vida, vivir en plenitud y un punto de equilibrio.
Así deberíamos conducirnos en la actualidad, considerando ¿cómo son mis relaciones?, hacer preguntas constantes sobre el impacto que tenemos y así como tomamos tanto de la tierra, del entorno, de las personas, pensar también en cómo retornar aquello que recibimos para de nueva cuenta recordar cómo se vive en armonía.