De poco sirve hablar que vivimos otros tiempos y que los morenos no permiten –como en el pasado- la impunidad, ni la corrupción, cuando en los hechos son peores.
El caso de Hipólito Rodríguez, ex alcalde de Xalapa, es el mejor ejemplo de corrupción asociada con la impunidad.
Luego de un mandato corrupto, comprobado incluso por la propia administración que desde el primero de enero encabeza Ricardo Ahued, en la que quedó al descubierto el nepotismo en favor de sus propios hijastros, las transas en las luminarias, los desvíos millonarios en el área turística del ayuntamiento, el saqueo, también millonario, del organismo del agua –CMAS- y cómo se pactó favorecer a la sobrina de la diputada Ana Miriam Ferraez, Mariana Ferraez Cortés, en la adjudicación directa de luminarias, nada ha pasado.
Ni hay adelantos de indagación, rendición de cuentas hechas públicas ni revelaciones sobre el quebranto financiero del ayuntamiento. A 116 días de haber dejado de cabeza a la ciudad, Hipólito Rodríguez, se pasea por el centro histórico como si no debiera nada.
Los subejercicios que se tradujeron en regreso anual millonario del presupuesto más que señalarlo, ha sido objeto de reconocimiento de sus compinches.
El desdeñar el biodigestor autorizado –bastaba simplemente ir a tramitar los 60 millones de dólares entregados por el BID a Banobras- que acabarían con el problema de la basura y sus efectos contaminantes, simplemente por ignorancia y por joder a Américo Zúñiga, fue desdeñado.
Y la cultura, como dice el Peje, se la llevó el carajo de la mano de la Atenas Veracruzana.
A la par, la Ciudad de las Flores, que tanto lustre dio a la capital por décadas, se convirtió en la ciudad de los baches y los 196 parques y jardines medio empiezan a revivir gracias a la nueva administración luego de estar cuatro años en el abandono.
Hipólito Rodríguez, a quien nunca gustó bañarse, fue fiel a su estilo de mantener la ciudad fea, sucia, maltratada, sin pintura en los edificios públicos, con los museos y estatuas en el abandono y, lo más elemental, sin agua, desorden urbano y una policía y tránsito abusiva, sin medida ni freno.
Y con la pena.
Ricardo Ahued, atado de pies y manos por el Bola #8, poco se atreve a “barrer para atrás”. No quiere pleitos con Cuitláhuac. Se conforma con que le dé para unas “obritas” a cambio de que el predial se lo quede gobierno.
Su gobierno es de promesas y, si bien le echa ganas, en eso de barrer las calles y tapar uno que otro bache, es indiscutible que los mil 663 millones de pesos de presupuesto del ayuntamiento, no los puede ejercer porque buena parte se va a la gran bolsa que ministra finanzas para los procesos electorales.
Menos para presionar a ORFIS, a que entregue la carpeta de las rapacerías de Hipólito, de sus desvíos millonarios y las aclaraciones acerca de dónde quedaron los dineros de las obras fantasma.
¿Sigue funcionando la ciclovía que tuvo un costo de 14 millones de pesos por pintar unas rallitas verdes y amarillas de precaución en un centenar de calles hoy taponadas con autos y negocios ambulantes?
Podrá hacer Ahued lo que pueda en la ciudad tratando de no meterse en líos con sus patrones, pero lo único que no puede es pasar como cómplice o tapadera de Hipólito a quien la ciudad le trae hambre.
Ello máxime si aspira, como lo ha dicho, a ser el candidato a gobernador por encima del hándicap que traen Rocío Nahle, “Gutiérritos” y el Bola #8, que son más estirpe de Morena, que Ahued, quien viene del PRI.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo