Estamos por conmemorar el Día Internacional de la Mujer, una fecha que busca revindicar los derechos que deberían correspondernos por el simple hecho de ser personas, pero en la realidad son un poco dispares por el género. Esta no será una fecha para felicitarnos, sí para reconocernos. No es un día en el que se tengan que regalar flores, sí es un día para hacer conciencia.
Como mujer me he visto en la necesidad de cuestionar algunos estereotipos, reaprender modelos de comportamiento e incluso mostrar inconformidad con ciertos comentarios que no son ni serán normales. Estoy segura que muchas familias comenzaron a entender la igualdad con nuevas generaciones, pero no lo hacían con sus iguales. Que a lo largo de múltiples años hemos justificado la desigualdad en diferencias físicas y culturales, que poco a poco hemos visto la necesidad de acciones y espacios equitativos, pero aún tenemos mucho trabajo pendiente.
El feminismo ha sido un movimiento incómodo, pero también liberador, porque nos ha mostrado distintos roles que cualquiera puede ejercer. Ha sido incómodo para grandes compañías donde las mujeres podían incursionar como mano de obra barata, sin recibir los mismos derechos; incómodo para quienes exigen las mismas oportunidades que reciben los hombres, incómodo para los gobiernos cuando se les piden leyes equitativas y justicia por igual.
Sin el feminismo y la perspectiva de género infinidad de crímenes seguirían impunes y aunque aún nos queda un tramo inmenso por entender, sí hemos avanzado en la comprensión de roles y la distribución de tareas. Sin embargo, el machismo en América Latina está profundamente arraigado, aunque aparentemente el discurso se entiende, en la acción no vemos del todo resultados. La justificación de la violencia y el normalizar agresiones bajo la excusa de que así son los hombres, ha privado a muchas generaciones de explorar nuevas formas de vincularse y expresar su identidad.
Bajo estos mismos pretextos como mujeres también nos hemos atado a distintos roles: el de hija, el de madre, el de la empleada perfecta que busca demostrar que su capacidad es igual o mayor a la de sus colegas, pero que aún así llega a trabajar aún más en lo que llama hogar. Con esas excusas nos encerramos tolerando, quejándonos de encajar en moldes que pocas han cuestionado y que pese a saber que nos lastiman los perpetuamos, porque nos enseñaron que así tenía que ser.
Aún pese a mi formación y conocimiento del tema me he sorprendido sonriendo incómodamente ante comentarios verdaderamente absurdos sobre mi cuerpo, mi trabajo, bromitas misóginas que para algunos son inofensivas, y pese a ser molestos en mi prevalecía la idea de que la educación de una dama dictaba siempre demostrar prudencia. Las mismas actitudes que en hombres son asertividad en nosotras se ven como agresivas. Y ahora que lo pienso, justo muchas veces se nos educa con frases como “calladita te ves más bonita”, pero después si no pones límites, la culpa termina siendo tuya.
El feminismo es incómodo para el opresor, pero entre mujeres debería ser una bandera de liberación, porque no importa cuáles sean tus sueños, gracias a la lucha de esas mujeres que antaño tildaron de brujas, de radicales, de locas e intensas hoy tienes la libertad de decidir cuál quieres que sea tu camino. Gracias a esas mujeres que constantemente etiquetaron hoy puedes desprenderte de complejos y alzar la voz con más fuerza.
Ahora nuestra tarea pendiente es creerlo, sabernos capaces de lograr lo que sea, ofrecer ese mismo respeto entre nosotras, dejar de señalar despectivamente a la otra que no vive la vida bajo los parámetros en los que yo creo. El feminismo es libertad porque nadie tendría por qué decirte cómo vivir cada uno de tus anhelos, nadie debería frenar tus oportunidades o reprocharte si tus expectativas no se ajustan a lo que esperaba la sociedad. El feminismo es respeto a los derechos por igual, a las ideas y decisiones.
Gracias al feminismo hoy tenemos nuevos espacios de expresión que nos han mostrado nuevas formas de apego, estamos aprendiendo a respetar el crecimiento de cada ser y recobrando esa necesidad de también aprender, crear y vivir bajo la misma oportunidad que los hombres han tenido durante años. Por eso el feminismo debería estar presente desde temprana edad en un hogar, para que al crecer la mente no esté carente de posibilidades. Al final necesitamos de más padres comprometidos con la crianza y las tareas de casa, mujeres entregadas a los ámbitos sociales y la lucha por la igualdad. Porque sólo así va a disminuir la violencia, con hombres más sensibles ante la necesidad de los demás y tendremos empatía ante las diferencias, descubriendo que detrás de ellas hay fortalezas y no debilidades.